lunes, 22 de enero de 2018

COMO SIEMPRE, PUNTUALES, VOLVIERON LAS BOLVINAS A NUESTRA MESA (Antonio Envid)



Como siempre por estas fechas llegan las bolvinas. Así, naturales, como se cogen del olivo cuando han sufrido una helada, son deliciosas. Su carne dulce y oleosa es uno de los regalos del invierno. Preciado regalo, por cierto. Un puñado de estas olivas, rusticas y primitivas, en Aragón siempre ha llamado olivas a las aceitunas, con un trozo de pan y una copa de vino de garnacha del año, es un tentempié digno de un césar. La bolvina parece ser que solo se da por alguna zona de Aragón, concretamente por el campo de Belchite, en árboles aislados, sin formar parte de plantaciones más extensas, ya que no se utilizan para producir aceite, si no para el consumo de mesa doméstico, aunque en Zaragoza pueden encontrarse sin más dificultad en algunos colmados.
El olivo que produce esta variedad lo imagino como un árbol antiguo, primigenio, quizá, traído por los fenicios, y que al aclimatarse a este clima duro y seco aragonés, produjo esta aceituna de recio hueso y rica en azúcares, a la vez que pobre en oleuropeína, esa sustancia que confiere el amargor característico de otras aceitunas y les da un sabor desagradable si no se tratan debidamente.
A las bolvinas se las conserva simplemente añadiéndoles sal, para que se sequen, y con el tiempo se van arrugando como esas damas que han sido coquetas y conservan un punto de malicia en su vejez. Ya no enamoran, han perdido esa frutosidad, esa carnosidad de cuando eran doncellas, pero siguen siendo atractivas, su sabor es más rotundo y adulto.
Esta oliva tiene poca pulpa y posee un hueso grueso, por lo que es poco apta para elaborar aceite y se cultiva como fruta de mesa, aunque su consumo es muy local y poco comercializado, gracias a Dios. Que él nos conserve a los aragoneses esta delicia invernal mucho tiempo.

Antonio Envid

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