viernes, 28 de febrero de 2014

MARIANO BERDUSÁN. IN MEMORIAM

 
SGS


Mariano Berdusán hubiera cumplido hoy 83 años. Y he pensado recordarle con estos versos de Alfred Tennyson, que estoy seguro le hubieran encantado:

Permanece a mi lado, cuando se apague mi luz,
y la sangre se arrastre y mis nervios se alteren
con punzadas dolientes.
Y el corazón enfermo
y las ruedas del tiempo giren lentamente.

Permanece a mi lado, cuando a mi frágil cuerpo
le atormenten dolores que alcanzan la verdad.
Y el tiempo maniaco siga esparciendo el polvo.
Y la vida furiosa siga arrojando llamas.

Permanece a mi lado, cuando vaya apagándome.
Y puedas señalarme el final de mi lucha.
Y el atardecer de los días eternos
en el bajo y oscuro borde de la vida.

Permanece a mi lado, cuando el camino se acabe.
Y lo recorrido no sea más que un recuerdo,
un instante suspendido en el tiempo, en la eternidad.
Y la verdad me alcance, y la verguenza se rinda.

Permanece a mi lado, cuando todos se hayan ido.
Y la soledad me amenace,
y la oscuridad me envuelva.
Cuando el sonido de tu voz sea el último nexo con la vida.
Y tus ojos me miren y tus labios me besen.

Permanece a mi lado, cuando la vida me deje,
y no pueda cantar, y no pueda gritar.
Cuando las olas del mar no me lleguen
y la brisa desprenda la verdad de mis días.

Permanece a mi lado, cuando todo parezca sucumbir al hastío.
Y el tedio se canse y la esperanza no nazca.
Y la música se ahogue, callada, lenta, mojada,
en mi burlada garganta.

Permanece a mi lado para no perderte ahora,
para quererte siempre, y así protegerte
de la llama incandescente que derriba las puertas
y aplasta las vidas, dejandolas muertas,
en espantosa huida.



Alfred Tennyson
In Memoriam A.H.H. 
(fragmento)


jueves, 27 de febrero de 2014

LH PUBLICA "LAS NACIONALIDADES" DE PI Y MARGALL - ¿QUÉ ES UNA NACIÓN? AQUÍ VAN SUS CRITERIOS


Más información pinchando aquí

¿Dónde reside la legitimidad de las naciones en cuanto tales? (de Las Nacionalidades, 1877)
La unión de los reinos de España no fue fruto de un pacto (de Las Nacionalidades, 1877)
La separación de un estado en un sistema confederado (de Las Nacionalidades,1877)
Razones para la autonomía municipal, regional y estatal (de Las Nacionalidades, 1877)
La independencia del poder judicial (de Las Nacionalidades, 1877)






FRANCISCO PI Y MARGALL es uno de los padres del federalismo español. En LAS NACIONALIDADES, reflexiona sobre la dificultad de establecer los criterios que determinan el concepto de nación. Apuesta por una unidad de España pactada, en contra del unitarismo; por un federalismo, en contra del independentismo. Y nos ofrece las fórmulas para él idóneas que harían de España una nación moderna. 
"Contra la fuerza -dice- hay siempre la fuerza, y sobre la fuerza está siempre la soberanía de todo ser humano. 
"No es ese uno de los menos poderosos motivos que me inducen a buscar en el pacto la base de las naciones. Yo defiendo el pacto, primeramente porque lo lleva consigo la idea federal, que es mi idea política; luego, porque no acierto a descubrir otro medio legítimo de relación entre entidades libres y autónomas; finalmente, porque quiero dar a todas las nacionalidades, en especial a la española, más seguro y firme asiento. Todo pacto, como enseña el derecho, obliga a cuantas personas jurídicas lo celebran o lo suscriben; es indiscutible que no cabe ni rescindirlo ni modificarlo por la sola voluntad de una de las partes. Da el pacto federal a las naciones una estabilidad que inútilmente se pediría a la fuerza. 

"Es verdaderamente peregrino admitir el pacto como base de las nuevas y no de las viejas naciones. Si, como acabo de probar, es la única base legítima, las naciones que en él no descansan adolecen, a no dudarlo, de un vicio de origen, y se debe corregirlo. Si no es la única, ¿cuál es la otra? La cuestión viene a quedar siempre encerrada en el mismo dilema: o la fuerza, o el pacto." (F. PI Y MARGALL). 


jueves, 20 de febrero de 2014

SORDA SOLEDAD (Juan Serrano)


Sorda soledad






Me detuve y me apoyé en una valla muerto de cansancio - sangre y lenguas de fuego acechaban sobre el azul oscuro del fiordo y de la ciudad - mis amigos continuaron- y yo me quedé atrás - temblando de ansiedad - sentí un grito interminable que atravesaba la naturaleza. (Diario de E. Munch. Enero 1892)
Su carácter, un tanto agrio y estúpido. Herencia tal vez de su abuelo paterno que enviudó pronto. Es el cumpleaños de Mariana. Sus compañeros de trabajo han venido a felicitarla, y de paso se quedan a cenar en casa. Eusebio aguanta la velada, más por las artes amatorias de Mariana, que por su actitud hospitalaria. Como consorte, el hombre mantiene el tipo lo mejor que puede. Si del abuelo paterno, Eusebio heredó su mal genio, del materno heredó la sordera. De ahí su hosquedad y retraimiento. Le cansa la algarabía. De tanto tensar las antenas de su escasa audición, resentido anda, más que el resto de los invitados a la mesa de palabras borrachas, palabras con vino y carne a la brasa, palabras borrosas que con el ruido se le enredan en el silencio de sus entendederas, se le atascan las palabras como bolo ceruminoso en el galillo de su paladar acústico. Y es que para Eusebio, el silencio y el ruido son sinónimos.

Es muy duro para el pájaro tener alas, volar como el pensamiento, y sentir que el aire desaparece de sus orejas resecas. Es muy duro para el pez descuartizarse a coletazos contra las rocas alquitranadas en una playa ensordecedora de olas que chillan al compás estridente de gaviotas con disentería en el pico. Es muy duro para un sordo estar en medio de una reunión babélica, velada de voces opacas, y no entender ni papa, ser un muerto, anfitrión o convidado, poste sin hilos, un muermo, un tronco entumecido. Y encima tener que comportarse como cortés y atento diapasón de piedra.

Si al menos, Eusebio fuese una maceta, un florero, algo adornaría, y hasta ocuparía un lugar privilegiado en este festín de acúfenos meniéricos. Pero estar sordo en medio de este bullicioso brindis, es ser un orinal debajo de la cama, menos que un fantasma. El fantasma al menos espanta. El sordo no sólo está callado, sino que intimida y calla a todos los que le rodean. Su mudez amordaza las bocas ajenas. Eusebio se siente incómodo. Al menos, no en igualdad de condiciones.

Los compañeros, esta noche, parecen haber comido lenguas de cotorra. Es difícil para los amigos de Mariana compartir palabra alguna con Eusebio. El sordo no oye, pero los amigos, oyendo, tienen que tragarse las palabras insípidas de un sordo, siempre ausente, fuera de contexto. Una ventaja tiene Eusebio sobre el resto: es más cauto, sensible y perceptivo al mundo de la imagen. Y se entretiene, ajeno a la tertulia, poniendo a cada uno de los comensales la cara de un pez que más parecido tenga con su ademán o ridículo comportamiento: besugo, bacalao, ostra, boquerón..., y así hasta llegar a diez clases distintas de pescado, el total de los amigos de Mariana que completan la cena. Aunque Eusebio pasa ya de esa manida idea compensatoria y humillante de que los discapacitados son más hábiles en otras áreas y tareas. Por más que queramos enaltecer a la sordera, sólo existe lo que se oye, lo que se percibe. El aire es vida, y susurra; el fuego alienta y crepita; el agua mana y canta. Las pisadas de las sombras son rastros vacío en la penumbra, sordos ecos que asustan e intimidan. Más miedo sentimos de lo que no vemos ni oímos, que de aquello que con su realidad tangente nos asusta y hiere. Por eso, Eusebio es desconfiado, temeroso y receloso. Y las inteligibles voces de la sobremesa son pánico para sus fatigados tímpanos. Incomprensibilidad inaudita. El griterío de los compañeros de Mariana le causa pasmo y terror.

Al niño, la noche callada le da miedo. El fantasma más odiado para el niño es el silencio que le quema con agua hirviendo los ojos. En cambio, el silencio es la única persona que acompaña y entiende a Eusebio. El canto de la madre, su voz, ahuyenta el silencio acosador y estrepitoso, su música desvanece sombras, conjura dragones y demonios. A Eusebio las voces de los amigos de Mariana son duendes que a mordiscos le rebanan el cerebro. Para un niño sordo, no hay nanas que valgan. Para un niño sordo, no hay sones ni flautas. La voz es una caricia que canta el alma. El silencio es un desprecio, una insolencia, una pistola disparada. El silencio es la muerte para el niño. Por el contrario, el silencio es el verbo interlocutor de Eusebio, ventrílocuas estrellas para sus ojos cargados de sueños. 

Son ya más de las dos de la madrugada. El manto oscuro de la noche parlante y dicharachera es una daga en su atragantada garganta. La paciencia tiene un límite. La velada se alarga. Los chistes, las canciones, las risas elevan el tono. Eusebio está cansado. La planta de su cuerpo mustio, ya ni siquiera es visible para Mariana. Cerrados tiene los oídos. Y Eusebio como autodefensa se hace, además, el ciego. Entornado tiene sus párpados.

Y ahora, sí oye como los amigos le dicen a Mariana:

Pobrecito, tu marido de tanto aburrirse, se quedó dormido.


de su blog: Blao
5 de febrero, 2014


sábado, 15 de febrero de 2014

NOLI ME TANGERE (Narciso de Alfonso)




A María Clara hay que situarla en sus islas y en su destino de mestiza tagala, cuando entonces, cuando la independencia de Filipinas: cómo arde el mar –dijo el poeta. Es una mujer hacia salvaje que no titubea porque no necesita organizar sus prioridades: sabe que todo debe colocarse en un orden fulminante. 
Lleva todo el universo metido, quizá a las malas, dentro de su piel, que es del color castigado y puro de la intemperie de la noche, después de una cacería a caballo: con el pelo negro de la melena negra hacia atrás, peinado por la velocidad del viento o por el viento de la velocidad.
Tiene los ojos rasgados, de mirada dura y con un punto de crueldad, que tal vez provenga de su condición de princesa india, con el corazón entrecruzado de amor y de odio, y ella sonríe sin sonreír, o parece que sonríe sin sonreír: quizá solamente con la intención de la mirada.
María Clara es una real hembra que ama de cerca y en actualidad, con un querer animal y posesivo, insobornable, sin reflexiones técnicas: oscuramente y aparte, como saciando una sed que nunca se sacia. 
‘Chocaría con su alma, sobándole el destino con la mano y me quedaría mirando a su materia’ –dijo el poeta, que no calla. 
Se ha dado cuenta de que la felicidad no siempre es la mejor manera de ser feliz, así que, oscura de sienes, con la cabellera tremenda y feroz y un olor a pólvora y nardo, ha tomado el duro rumbo de la contrafelicidad, de la cosmética extrema: se dejará crecer los ojos, las doce pieles suavísimas y la tiniebla bonita debajo de los tejadillos.
Es el tiempo, que marcha descalzo de la muerte hacia la muerte.

Narciso de Alfonso
Merodeos



martes, 11 de febrero de 2014

LA DEFENSA: FUNCIÓN POR ANTONOMASIA DEL ABOGADO (Servando Gotor)



El DRAE define el verbo "defender", en su primera acepción, como "amparar, librar, proteger".  En la quinta, como abogar, alegar en favor de alguien.  Es muy curiosa, esta última porque nos remite al verbo que deriva de la propia denominación profesional, sinónimo, ya, de defender: "abogar", que el propio Diccionario define de dos formas: "defender en juicio, por escrito o de palabra" e "interceder, hablar en favor de alguien". 

Yo definiría la defensa, a los efectos didácticos que aquí nos interesa, como el auxilio o ayuda que prestamos a alguien en una concreta situación de adversidad, amenaza, ataque, peligro, o agresión. Esta entiendo que es la tarea principal de la profesión de abogado y que alcanza su mayor expresión, su más alta eminencia, en la jurisdicción penal.  De ahí que no sea de extrañar que, más que el jurista, el abogado verdaderamente vocacional, sienta una especial debilidad por esta rama del Derecho.

Defender, en definitiva, es el término esencial que caracteriza e impregna nuestra profesión y sobre el que forzosamente gira (o debe girar) toda nuestra actividad.  El cliente vuelca su confianza en nosotros para que le defendamos, se pone en nuestras manos, se entrega y nos paga por ello, por lo que no cabría mayor fraude y deslealtad, mayor miseria e indignidad que decepcionarle.  Y la peor de las decepciones en estos casos es la deslealtad, la traición.  Podremos equivocarnos, y nos equivocaremos más de una vez,  pero el norte de toda nuestra atención, y con carácter exclusivo, es su defensa, ella preside todas las reglas de nuestra conducta, normativas y éticas o deontológicas; y sólo hay una forma de afrontarla: con libertad, con plena libertad de criterio.

Por lo demás, la acción, el verbo “defender” es una de las más hermosas que el ser humano conjuga, y podríamos preguntarnos los abogados por qué, entonces, se nos viene machacando con la consabida e inveterada pregunta de si tú defenderías a...  La respuesta afirmativa no tiene duda alguna: defender es siempre uno de los actos más dignos del ser humano.  Defender, ya lo he dicho, implica tratar de evitar una posible agresión, ataque o amenaza.  En nuestro caso, tal amenaza es la denuncia o demanda; el ataque es el proceso y la agresión la condena; se trata, pues, de un maltrato legal, pero con la misma legalidad y con la misma técnica jurídica tratará el abogado de evitarla.  Y si el hecho condenado nos repugna hasta un límite intolerable siempre podremos apartarnos del asunto, pero si lo asumimos habremos de llevar la defensa hasta sus últimas consecuencias, bordeando el límite legal; y, si en el camino descubrimos que hay algo, un prejuicio, un nuevo dato, cualquier cosa que enturbie nuestra libertad de criterio, nuestra libertad de defensa, debemos abandonar lo antes posible y, además, cuidando siempre que nuestro abandono no perjudique en lo más mínimo los intereses que nos han sido encomendados; es decir, sin crear ninguna situación, ni siquiera momentánea, de desamparo o indefensión al cliente, diciéndoselo claramente a él el primero, avisando con tiempo en el foro, prestando toda nuestra colaboración al nuevo compañero que se haga cargo del asunto, siempre en inferioridad de condiciones porque debe comenzar el camino que nosotros y las demás partes ya hemos recorrido.  Lógicamente, existen normas deontológicas y procesales que regulan todo esto, pero nuestra actitud debe siempre adelantarse a las mismas y superarlas para no defraudar jamás la confianza que el cliente puso en nosotros.  Defender, pues, es una acto de dignidad que ensalza a quien lo ejecuta.  Y llama la atención que en nuestra sociedad siempre surja esta pregunta, en lugar de “tú acusarías a...” (el abogado también acusa) o “tú condenarías a...”  Verbos estos dos,  acusar y condenar que parecen no preocupar tanto a nuestra sociedad, esta sociedad ¿cruel? ¿o, simplemente, superficial?

Ya Cicerón, cuando en lugar de defender se veía obligado a acusar, manifestaba vivir aquello como un descenso, como una degradación, y sentía entonces la necesidad de excusarse, de justificarse.  Mira por ejemplo el inicio de su acusación en el proceso contra Verres (un político corrupto):

Tal vez alguno de vosotros, jueces, o alguien de los presentes se extrañe de que yo, que durante tantos años he intervenido en causas y juicios públicos defendiendo a muchos y no atacando a nadie, ahora, cambiadas de repente mis inclinaciones, descienda a actuar como acusador; pero cuando conozca el motivo y la razón de mi decisión, aprobará lo que hago y, al tiempo, considerará, sin duda, que ningún acusador debe serme antepuesto en esta causa.
(…)
Para mí, jueces, ha sido difícil y penoso verme llevado a un punto tal que, o frustraba las esperanzas de gente que había solicitado mi apoyo y auxilio, u, obligado por las circunstancias y el sentido del deber, me convertía en acusador, yo que me he entregado a la tarea de defender a las personas desde mi más temprana juventud[i].

La defensa no es sinónimo de aplauso o aprobación a los hechos en que la agresión se sustenta.  El abogado defensor dice: bien, se acusa a mi patrocinado de este delito.  Lo haya cometido o no, primero habrá que probar los hechos y las circunstancias, luego habrá que contrastarlas con el Derecho, y para todo ello es necesario un juicio en que el acusado esté en igualdad de condiciones que quienes le acusan.  Yo, como abogado defensor, velaré porque así sea, y lo defenderé con la misma herramienta jurídica de la acusación: el Derecho.

Abogados, 2014

ÍNDICE



[i] CICERÓN, Marco Tulio: "Verrinas".  Traducción de José María REQUEJO PRIETO, en "Discursos, I". Editorial Gredos. Madrid, 1990.

sábado, 8 de febrero de 2014

MISERIAS Y GILIPOLLECES (Javi)



Nos empeñamos en reproducir nuestra capacidad adquisitiva hasta el el huerto de los callaos. En la foto: pisitos, chaletitos y casoplones. La naturaleza humana es así de gilipollas, qué le vamos a hacer. En otro orden de cosas, vease también una foto curiosa alegórica a la "paz" que desean los salvapatrias. 

viernes, 7 de febrero de 2014

AGNÓSTICO A LA FUERZA (Atreyu)

sgs

Lo confieso. Soy agnóstico. No creo en el derecho mercantil. Dicen que existe, lo estudian, discuten sobre él, pero en realidad todo eso no sirve de nada, porque este derecho depende de dónde esté el sol que más caliente. Es el derecho de los poderosos, y solo de ellos. O mejor dicho, el derecho de los tramposos, porque avanza y se construye a sí mismo a base trucos y engañifas, a base de fraudes de ley, en definitiva. ¿Cómo si no nace la letra de cambio? Nace para poder incorporar un derecho a un papel y evitar así que se le aplique a la transmisión de ese derecho las reglas que le corresponderían (las reglas de la cesión de créditos civil), logrando así el poder transmitir un derecho como el que transmite un bien mueble. Si eso no es un fraude de ley…
Una vez me dijeron que el derecho mercantil era el hijo glamuroso del derecho civil, mientras que el derecho laboral era el hijo bastardo. Sin duda el derecho mercantil se ha vestido siempre de mejores galas, pero su pasado no es ni de lejos la historia de lucha y superación que subyace bajo el derecho laboral.
Así pues, me reafirmo: soy agnóstico del derecho mercantil, un agnóstico a la fuerza al que el derecho mercantil ha hecho así.

"Atreyu"

martes, 4 de febrero de 2014

Lecturas hispánicas edita LA CASA DE LA TROYA





ELa Casa de la Troya (1915) uno de los grandes best-sellers del siglo XX, pues ronda el centenar de ediciones, ha sido traducida a diversos idiomas, llevada con éxito al teatro en varias ocasiones y al cine en cinco, y hasta convertida en Zarzuela.  Y no es de extrañar porque esta novela cuenta con los ingredientes necesarios para atraer al gran público: intriga, tensión, una historia perfectamente estructurada, unos personajes cabalmente perfilados, un retrato fiel de la España de finales del siglo XIX con aquella sociedad de clases perfectamente diferenciadas, y la espectacular descripción tanto de una interesante ciudad universitaria de provincias (nada menos que Santiago de Compostela) como de su afamada universidad y su característico ambiente estudiantil..
La Casa dela Troya recoge los tópicos propios del ambiente universitario de aquella rancia España. Pero —lo que es más importante— genera otros nuevos que serán, precisamente, los más característicos de las décadas posteriores a su publicación. De modo que no es que la novela se pareciera (que se parecía) a aquella sociedad que retrataba, sino que además, lo que no se parecía acabó por parecerse.  Tan notable fue su influencia en la realidad española de entonces que ni  las estudiantinas ni las tunas de mitad del siglo XX  hubieran sido como fueron sin esta singular narración.
Y, por supuesto, en tal contexto, y como hilo conductor, una historia de amor con problemas y enemigos: la del  joven madrileño (Gerardo Roquer) al que su padre lo había alejado del pernicioso ambiente de  la Villa y Corte mandándolo a Santiago para terminar allí sus estudios de leyes, de un lado, y la de la muchacha bien y de buena clase, de provincias (Carmiña Castro Retén), modelo de belleza, bondad y buenas formas, de otro.  Gerardo aterrizará en este ambiente compostelano yendo a parar a la posada de la viuda de un Capitán de Carabineros, conocida como la Casa de la Troya:

—¿Dónde para usted este año?
—En la posada de la Troya.
—¿En casa de doña Generosa? ¡Arrenegote demo! Usted era el único que faltaba allí.

Y es que "viven allí los puntos más traviesos de la Universidad. Verdaderos estudiantes de la tuna, ¿sabes? Todos rapaces de buenas familias, no vayas a creer; pero unos paveros, siempre dispuestos a divertirse y a jugársela al Sol. Ya verás. ¡Te hay cada volante!... " 
Pero no, la casa de la Troya no debe su nombre a doña Generosa, sino a la calle en que estaba y sigue estando ubicada, pues "aquí tenemos una afición loca a la elipsis, y cuando se trata de nombrar cualquier vía de la ciudad abreviamos usando simplemente su nombre". Gerardo enseguida se prendará, como todos, de la belleza de Carmiña a quien intentará seducir para entretener su transitorio alejamiento del atractivo y depravado ambiente madrileño.  Claro, que la muchacha marcará perfectamente las distancias justas para forjar en Gerardo un impetuoso amor que le cambiará de vida y mentalidad y hasta le hará apartarse de las  juergas estudiantiles. 
Será entonces cuando harán su aparición los otros enemigos de ese amor, los verdaderos enemigos:  los malvados Maragotas,  que querrán a la muchacha y a su fortuna para su Octavio, empleando para ello todos los ardides necesarios, secuestro de la doncella incluido.
Quizá la fuerza narrativa oculta de esta novela estriba, precisamente, en ser un trasunto de historias y personajes reales, pues el propio Pérez Lugín era madrileño y estudió leyes en Santiago.  Y la misma Carmiña hunde sus raíces en Carmen Carballeira, antigua novia de Lugín, que se hizo monja y vivió muchos años en el Convento de la Enseñanza. 
Tanto éxito  y tanta influencia, tuvieron su reflejo en un sonoro premio de la Real Academia Española. Y es que la novela está impregnada de mucha realidad, demasiada realidad. Benigno Amor Rodríguez, mecenas del Museo La Casa dela Troya, ha dejado dicho en un conocido prólogo póstumo que estamos ante "la obra de un grupo de nostálgicos que quisimos perpetuar en el viejo caserón la pensión que, para el estudiante, fue la prolongación de su casa en Compos-tela. Allí se guarda un capítulo importante de la vida universitaria compostelana."  



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