jueves, 31 de octubre de 2013

NADA, DEBIÓ RESBALAR (Servando Gotor)





Nada, debió resbalar y al caer se daría con la cabeza contra el bordillo, muchacho. 
Isa... 
La niebla del alba tiñe el todo de luna con implacable palidez y en alguna casa con jardín las desnudas ramas de los rosales golpean contra los cristales de las ventanas.
Nosotros no tenemos jardín y la casa ni siquiera es nuestra, Isa. 
Y ahora… ahora sigues estando sola. Como siempre. Sola. Conmigo o sin mí.

cuando por deseo expreso de la familia…

La familia, tendré que avisar a la familia, te dices.  Y recapacitas porque la familia, mi familia, eres tú, tú quien has de hacer y deshacer, quien ha de decidir lo que se haga o no se haga con mis restos. 

Nada, debió resbalar.

¿Resbalar…? No te lo quitas, lógicamente no puedes quitártelo de la cabeza. 
Volvías de la oficina sin paraguas.  La tormenta acababa de estallar furiosa, el agua, burbujeando y saltando, corría hacia las alcantarillas con estrépito y fuerza, los tejados chorreaban y por los desagües caían torrentes. Y tú, el pelo mojado y la lluvia en los labios, sorteando los obstáculos sin bajarte de la acera porque la corriente inundaba la calzada. 
La mirada triste.  Porque siempre fue triste tu mirada, Isa, reconócelo.

Nada.

Te presentas en la calle al inicio, doblando la esquina.  Puedo verlo. Y cuando pasa el tranvía, nuestro viejo tranvía, te haces a un lado.  Sorteando obstáculos. Estás contrariada porque a medio día hemos reñido.  Una tontería sin importancia.  Pero cuando reñimos te hundes y no te recuperas hasta volver a mis brazos. Te encuentras mal y aún así tarareas algo. Una canción de moda que desconozco, porque siempre he desconocido tus gustos y tus canciones, Isa.  Perdona. Alzas la mirada, apuras el paso, qué cielo tan extraño, apocalíptico: Apuestas, Lotería, Cine Capitol, doble sesión, plis plas, plis plas, plis plas, neón intermintente y multicolor que se refleja en la acera, plis plas, brillante por la lluvia, Cafetería Snack Esplanade, desayunos desde las seis de la mañana, una canción de los setenta, You're so vain I be you think this song is about you, don't you, don't you, en el Esplanade siempre se oyen canciones antiguas que normalmente te gustan, nos gustan,  you had one eye in the mirror as you watched yourself gavotte, pero esta de ahora diluye la que tú tatareabas, suave, amorosamente. Trattoría Cambalache, pastas y pizzas de primera calidad. Miras la calzada inundada.  El agua arrastra cantidades de basura, y te enternece ver un ramo de novia que empuja la corriente. 
Luego, de repente el tumulto, el ruido, la ambulancia.  En la puerta de casa, frente al número tres.  Y tú, sola.  Como siempre. Conmigo o sin mí, sola. 
En el suelo, golpeado por la corriente y por la basura que el agua arrastra ―colillas, periódicos, restos de comida y algún condón usado― el cuerpo de un hombre con abrigo gris abraza los adoquines.  Insensible ya al paso del tiempo.  Rodando lento al compás de la tierra.  Es joven.  El hombre muerto que abraza la calzada es joven.  De mi edad. De la tuya, Isa.  Soy yo.  Y junto a la acera una hoja de lechuga empapada y marcada por la suela de un zapato, de mis zapatos, piensas.  Los que tú me compraste, Isa.  Y se te pasa por la cabeza que la culpa es tuya, nada más y nada menos, por Dios.  Te remuerde la conciencia. ¿Por qué te remuerde la conciencia?  Jamás debería remorderte la conciencia.  Eres inocente.  Siempre lo has sido.  Pero la bolsa del supermercado con los embutidos, la botella de vino rota, el pan y la fruta, sobre todo la fruta, Isa, la que había comprado para ti, todo, toda esa imagen de aquellas minucias esparcidas por el suelo, te hacen sentir culpable.  Y el abrigo, ese abrigo gris que llevo puesto y que tanto odias… No me gusta, Bob, pertenece a otra época y pareces un donnadie. 
Y, ahora por la mañana ya, perdida sin saber qué hacer...



Servando Gotor



miércoles, 30 de octubre de 2013

ENTRO EN LA NOCHE (Jordi del Ampurdán)


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Entro en la noche
Con los ojos abiertos
Y ya no veo nada
Si: veo sombras
Que van y vienen
Si veo sombras
Que me saludan
Soy yo
Que me confundo con la noche: mi, tu, mi sombra, la tuya
Todo es un tiovivo en la noche
Si veo que no estoy solo
Pero soy solo
Entonces mis ojos se llenan de lágrimas
Ya no veo nada…
Estoy solo con mis lágrimas.



Jordi del Ampurdán


lunes, 28 de octubre de 2013

LOS SÓTANOS DEL JUEZ (Antonio Envid)


Fotografía: AEM

La vista había terminado más tarde de lo acostumbrado. Mañana dictaría la sentencia. Sus sentencias tenían fama de fundadas y razonadas, pero también de severas. Se quitó despacio la toga, que plegó cuidadosamente para guardarla en el armario, se lavó minuciosamente las manos, retocó el peinado pasándose un cepillo por los cabellos, comprobó que la corbata estaba en su sitio y que su atuendo se hallaba en perfecto estado. Todo en su escritorio estaba recogido. Orden y método, ese era su lema. Condujo despacio hacia su casa, respetando todas las señales e indicaciones y crispando el gesto cuando observaba a algún conductor descuidado o que cometiera alguna incorrección.
Ya en su casa, en una de las urbanizaciones de los alrededores de la ciudad, resonaron sus pasos en el silencio de la soledad. Se desvistió lentamente, cepilló y guardó cuidadosamente sus ropas y vistiendo un albornoz bajó al sótano.
Una sensación de humedad y un extraño rumor, un glu-glu sordo. Cuando encendió la luz comprobamos extrañados como un enorme acuario ocupaba la casi totalidad del espacio de la bodega. Una gran masa gelatinosa se movía perezosamente en el tanque de agua, como si se desperezase. El abominable ser se aproximó con movimientos lentos hacia una de las paredes de recio vidrio, sujetándose a él con sus poderosas ventosas. El juez se quitó el albornoz y sujetando una pequeña botella de oxígeno a la espalda se puso la máscara en la boca, descendiendo lentamente al fondo del acuario. Allí, con delectación, se dejó abrazar por los ocho viscosos tentáculos de la bestia, abandonándose a él. 

Antonio Envid


ME CONSTRUYES HABITACIONES DE MIEDOS (Ángel Ferrer)


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Me construyes habitaciones de miedos
con las paredes y los muebles comestibles
mientras me desangro por ti 

Estoy dormido
las puertas del armario golpean la tarde,
mi noche
un instante para aceptar el ruido
y volver al sueño que me atrapa lejos,
del desquiciamiento


Ángel Ferrer

sábado, 26 de octubre de 2013

VERGOGNA, MAI PIÚ (Juan Serrano)



En Todo modo, Leonardo Sciacia recurre al género policiaco para tratar sobre la metafísica de la violencia, el trasfondo corrosivo del poder, la injusticia y otros intereses relacionados con la mafia. En una especie de convento-hotel, lugar apartado del mundanar ruido, capitostes de la politica, de la industria y de la iglesia se reunen para buscar y hallar la voluntad divina, según elmodo de aquellos famosos Ejercicios Espirituales de san Ignacio de Loyola. Gaetano es un cura enigmático que regenta esta peculiar casa de retiro y oración, cóctel de austeridad, maquinación y lujo. En la novela tienen lugar varios asesinatos. Y en este ambiente de intriga y mafia el cura Gateano llega a decir: Sólo falta un último bautismo, el de la muerte.
La muerte es el ateísmo por antonomasia, la negación del amor, el reverso de la hospitalidad, la cruz del encuentro. En Lampedusa, en las misma puertas de Europa, cuna de valores éticos como libertad, igualdad y justicia, la muerte de casi trescientos inmigrantes es un pecado irredento, imperdonable, imposible de ser bendecido por las aguas del bautismo. Este naufragio, provocado por la reducción exclusiva de espacios de circulación y seguridad por unas disposiciones jurídicas euronacionalistas contra el tránsito de las personas, es un exabrupto más de nuestra mal llamada civilidad y democracia.
Si Siacia en su novela Todo modo, sin él quererlo, predijo la muerte en extrañas circunstancia de Aldo Moro, cualquier otro escritor puede, por la misma razón de invención y fábula, configurar con sus letras la muerte futura de Jorge Mario Bergoglio. El que este hombre disienta públicamente de leyes europeas políticamente correctas, que construyen muros, levantan espadas y tienden alambradas al hambre en el cuerno de África, ponen al Papa Francisco en el mismo disparadero de aquellas logias que acabaron con la vida del líder democristiano de la Italia de los setenta.
Y como no quiero ser apologista de ningún asesinato, ni siquiera soñado, tan sólo me reitero en lo de siempre: ¡abajo fronteras, abajo morales ambiguas e hipócritas que hacen de la convivencia civil su particular conveniencia.


Juan Serrano
de su blog: Blao
4 octubre, 2013



viernes, 25 de octubre de 2013

EL BEST-SELLER (Javier Iribarren)


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"Cualquiera de Anatoli Kerzhakov, sin duda".

A raíz de aquel premio, otorgado por el Ayuntamiento de Calahorra, Julia se enfrentó a uno de sus mayores miedos, las entrevistas. La primera edición del Concurso Verdura de la Ribera no acaparó la atención de los círculos literarios, pero sí despertó cierta curiosidad local. Los días que sucedieron al fallo varios becarios del Heraldo, del Correo y del Diario de Navarra se pusieron en contacto con la autora de "Puticlub 97", la novela ganadora.
Era su primera novela, sí, reiteraba Julia. Se había aventurado con la escritura hacía ahora seis años, cuando cumplió setenta y cinco. Tras una vida de lecturas, con miles de reseñas y valoraciones, que almacenaba en su vieja libreta, Julia había cruzado la acera. ¿Los motivos? Unos cuantos. Suponía que la edad, la soledad, el miedo... La verdad es que no sabía qué responder a la mayor parte de las preguntas de aquellos jóvenes periodistas: ¿La escritura es para usted una terapia? ¿Cuánto tiene de autobiográfico Puticlub 97? ¿Qué consejo daría a todo escritor novel que quiera darse a conocer?
Y para acabar, la ineludible: ¿Cuál es su libro de referencia, el que más le ha influenciado? Como todo lector con tablas, Julia recibía el golpe con estupor. Revivía inmediatamente las conversaciones de sus amigas, puntuales consumidoras de best-sellers, siempre ávidas por catalogar y recomendar todas sus vivencias: mis diez lugares de ensueño, mis cinco playas imprescindibles, mis cinco libros favoritos... Ellas elegían sus lecturas al calor de los listados de ventas de las grandes librerías, top marzo, top abril, sin profundizar en nada, sin experimentar el cosquilleo de descubrir nuevas vías o el regocijo de indagar en los estantes más polvorientos de una biblioteca municipal.
No había libro favorito, claro que no. Había etapas, temporadas o estados de humor. "No hay nada más obsceno que preguntar a un escritor por su libro de cabecera", pensaba Julia, "No entienden nada". Y acto seguido, con voz firme y pose circunspecta, sentenciaba:
"¿Mi libro de referencia? Cualquiera de Anatoli Kerzhakov, sin duda. Uno de los referentes de la literatura rusa de comienzos del dieciocho". Y así, una tras una, en la media docena de entrevistas que concedió la flamante ganadora del "I Verdura de la Ribera", aquel ruso imaginario, de nombre ácrata y militar, fue colmando lagunas de realidad.
Los libreros de Logroño y Calahorra, por aquellos días, rogaban un poco de paciencia a su clientela: "Kerzhakov se ha agotado. A ver la próxima semana".


(Cita)

Las empresas que se basan en una tenacidad interior deben ser mudas y oscuras; por poco que uno las manifieste o se vanaglorie de ellas, todo parece fatuo, sin sentido e incluso mezquino.

Italo Calvino, El Barón rampante



Javier Iribarren


jueves, 24 de octubre de 2013

ES FÁCIL VIVIR CON LOS OJOS CERRADOS (Jordi del Ampurdán)


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Es fácil vivir con los ojos cerrados
No ver nada,
Ni entender nada,
Aunque lo veas, lo oigas
Es difícil vivir…
Pero funciona

Pienso que estoy solo en mi mundo, 
Quizá sea grande o pequeño..
No lo sé…
Pero es mío…
No sé nada.

Hay veces que sé que es falso,
Hay veces que lo reconozco
Hay veces que lo niego
Aunque sepa que es mi pensamiento
Aunque no este de acuerdo conmigo,
Siempre soy y seré siempre yo mismo…

Déjame envolverte en mi mundo,
Te llevare a los campos de nieve
Déjate envolverte en el polvo, frío
O en el calor de mis brazos y de mis labios…

Dejaté


Jordi del Ampurdán



martes, 22 de octubre de 2013

DETRÁS DE LOS MUROS DEL SER (Ángel Ferrer)


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Detrás de los muros del ser
algunas madres, se disfrazan de madres
para hablar como madres
se visten a sí mismas, con palabras
unas a otras, ninguna está desnuda
llevan un traje que regala, atenta soledad
y se enseñan a tejer, con el hilo de sus voces


Ángel Ferrer



lunes, 21 de octubre de 2013

MERODEANDO A... La tiendecita (Alfonso de Arnau)


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El fotógrafo de lo inverosímil nos ha puesto su ventana más absurda delante de estas tiendas, que tal vez son hermanas o, por lo menos, buenas amigas, y en las que se venden –o se compran o se cambian- cosas tan especiales como un precioso sklep spozywczy, que estoy pidiendo a los reyes magos -y no magos- desde los cinco años, que fue cuando pude ver, brillando en la oscuridad como una hoguera en llamas, el primer sklep, que desde entonces circula en mi sangre como un verde veneno.  
Lo que uno daría por ser Aron Weinberg o Benjamin Holcer, no –sólo- por conseguir de inmediato un sklep o un stolarz, ni por cambiar de identidad, ni por meterme, de lleno y de pronto y deprisa, en la sección judía de la humanidad, sino simplemente por tener una de estas tiendecitas que, más que pequeñas, son excesivamente estrechas, extrañamente adosadas, apretadas, y con un mismo diseño estético y un mismo ambientazo de luz de vela en la penumbra, que, sin duda, proporciona la intimidad de un interior mortuorio de fresca sombra y, quizá, incluso ese olor a madera vieja de los ataúdes, a madera húmeda, a dulce carroña.
Una tiendecita desde donde se puede silbar a la muerte, como si fuera una cabra que va de paso entre el tiempo tonto de la vida y las largas trenzas impares la eternidad.
Lo que uno daría por ser el dueño propietario y comercial de una de esas tiendecitas, con el derecho a poner encima de la puerta un cartelón enorme y hermosísimamente feo, pintado en colores ciruela sobre un fondo pastel, y escribir el nombre propio y el propio apellido, en letras grandes y fatales, enfáticas, como las de una esquela anunciando la vida, la marcha, el ritmo sandunguero del negocio y de la venta.
Lo que uno daría, sin regatear, por una de estas tiendecitas, sintiéndolo todo en plural, humanamente: la tienda y el cartelón, la penumbra con vela y el sklep. Porque lo que uno desea de todo esto es más bien, de verdad, lo agudo, lo exacto, lo inmortal: el orden dentro del orden; los tiernos fresales creciendo en la tierra azul; la línea larga del horizonte en la línea larga de la vida.


Narciso de Alfonso
El Merodeador, IV





domingo, 20 de octubre de 2013

LA ABSTRACCIÓN ESPAÑOLA NACIÓ EN ZARAGOZA (Antonio Envid)



Todavía abiertas las sangrantes heridas de nuestra incivil guerra, en una provinciana y pacata Zaragoza se reunían en un quiosco del céntrico Paseo de la Independencia un grupo de jóvenes ansiosos de abrir una ventana al enrarecido ambiente claustrofóbico. Paradojas de aquella surreal España, las reuniones clandestinas se celebraban en la vía más concurrida de la ciudad. A ese lugar, y de la mágica mano de José Alcrudo, el titular del quiosco, llegaban desde París las perseguidas publicaciones de la editorial “Ruedo Ibérico”, pero también ensayos sobre Picasso, Gris, Miró, Braque y todos aquellos que estaban revolucionando el arte de pintar. Capitaneados por el arquitecto Santiago Lagunas (el único que había recibido unas enseñanzas regulares sobre artes plásticas, cuando el dibujo era una de las asignaturas “hueso” de Arquitectura), su delineante Fermín Aguayo, y otros pintores como Eloy Laguardia,  Juan J. Vera, miraban con asombro las reproducciones fotográficas, muchas de ellas en blanco y negro, de la pintura que se estaba haciendo en Europa. Sus obras habían de caminar por esa dirección y así nació el “Grupo Pórtico”, tomando su denominación del rótulo del quiosco. Una llamita de renovación se encendía en España y lo hacía, precisamente, en aquella ciudad de provincias. Con la exposición de este grupo en 1947 se iniciaba la vanguardia plástica en España.
El grupo terminó disolvién-dose, Fermín Aguayo, el mejor de todos ellos, marchó a París a vivir una auténtica vida de bohemia, para morir joven, de miseria, dejándonos una escasa pero luminosa obra, los demás tuvieron que dedicarse a sus oficios y trabajos para vivir, incluido Santiago Lagunas que ejerció su oficio de arquitecto, aunque dejándonos sus inquietudes estéticas en muchos diseños de decoración de interiores y pintando esporádicamente.
La exposición retrospectiva que se presenta en el zaragozano Palacio de Sástago tiene la singularidad de que trae obras poco conocidas de Santiago Lagunas, pues pertenecen a colecciones privadas, especialmente de su  ámbito familiar. Podemos admirar los dibujos y cuadros realistas de su primera juventud, que demuestran una sólida formación, para pasar, después, a sus abstracciones, de gran originalidad, pues precisamente por su necesario aislamiento tomaron direcciones novedosas, llenas de materia y espiritualidad, con estéticas geométricas que les dan un singular aire de vitral. El tiempo no ha pasado por ellas y siguen emocionando al espectador.


Antonio Envid

      

sábado, 19 de octubre de 2013

AMORES FATUOS (Juan Serrano)





Cuando Huxley, cual vaciador de matrioskas, recurre en el Ciego de Gaza a otra novela embrionaria, (El Amante Invisible), el más prestigioso libro de amor escrito, el autor de El Mundo Feliz no hace sino remarcar las ilusiones frustradas de uno de sus personajes como amante imposible. Dickens hizo lo mismo en Grandes Esperanzas. La frialdad, el despecho y la crueldad de una chica frente al enamoramiento ardiente de un joven no correspondido. Estela contra Pip. Alma o cuerpo, el cielo contra el infierno. Y lo mismo Cervantes con la Dulcinea de los sueños de su Caballero Andante, enamorado de quien ella jamás lo supo ni le dio cata dello. O si no, que se lo pregunten a Juan de Yepes. ¿A dónde te escondiste, / Amado, y me dexaste con gemido? / Como el ciervo huíste / habiéndome herido / salí de ti clamando y eras ido. 
Vivimos en un plano idealizado de penumbras, y de tal manera falsamente iluminados, que cuando estamos frente a la pared viendo las sombras, meros reflejos a través de una simple lámpara colgada del techo, creemos disfrutar de la verdad del amor. Y si como el prisionero liberado de la Caverna de Platón, alguien quisiera desatarnos y conducirnos fuera, hacia la luz del sol, no sólo no le creeríamos, sino que lo mataríamos si pudiéramos, de lo bien instalados que estamos en la mentira de un beso.
Tiene Serrat una canción, (Me gusta todo de ti), que después de ir describiendo las partes dulces y hermosas del cuerpo de una bella muchacha, acaba gritando ¡PERO TU NO! Tal vez quiera Serrat con este desconcertante y quebrado verso convencernos de la inanidad del amor. Los poetas son necesarios para cubrir con su artificial canto nuestras necesidades de afecto jamás colmadas. Ellos son la boca de nuestro afásico corazón jamás henchido, las palabras de nuestro enterrado espíritu, el latir sublimado de nuestra ternura, el dulce lamento de nuestra furia siempre incontenida. Efecto placebo de la poesía necesariamente efímera.
Mi admiración por Neruda, Valente, Góngora o Juan Ramón Jimenez me viene por el reconocimiento al maravilloso servicio subsidiario que me prestan. Además de ser ellos mi conmovida palabra, son también mi cristalino mirar, el desahogado respirar de mi carne. Pero el alma es sólo el fútil aliento de mi cuerpo. En mis experiencias amorosas, no hay nada que fragüe, todo se diluye, nada se consolida como elemento estable. Y necesitamos de la lumbre transportada de los poemas sustitutos, mientras no se nos permita ver cara a cara al amor auténtico y derretirnos como la miel en un beso eterno.
La brevedad, la limitación, la finitud, son corolarios obligados de todo coito, ya sea éste carnal o de mística fusión. ¡Ay si yo pudiera coger la cara de la más amorosa de las Afroditas, la imaginación de la mejor de las Aónides, el busto de la más lasciva de las Venus, el talento de la más inteligente de las Cleopatras... construiría el mejor acabado puzzle de la más bella de las Dulcineas, el rompecabezas más completo de la existencia, esencia y substancia en la más pura armonía conjuntados. Pero nuestro vivir, como el de Alonso Quijano el Bueno, es fabulación y locura. Ojalá en el último capítulo de nuestra historia, (¿y por qué no mucho antes?), seamos despojados del engaño de nuestro mirar borroso. Yo fui loco y ya soy cuerdo, que diría el Quijote momentos antes de morir. 
¡Lástima que entre los rostros y las almas, las ideas y las palabras, las sombras y las luces, que entre lo de dentro y lo de fuera no exista correspondencia obligada! La cara para nuestra desgracia no es el espejo del alma. ¿A quién le prestó sus versos el gran Cyrano de Bergerac? ¡A ti, a mi, a cualquiera! Todos andamos faltos del verdadero poema. Somos sólo figuración y metáfora. Cuando fondo y forma, luz y sombra, vida y muerte sean una misma cosa, nuestros amores ya no serán por más tiempo fatuos. Y seremos capaces de distinguir entre la luz borrosa generada por una insignificante fogata, y la luz directa del sol. Mientras tanto, andamos heridos tras el botín de nuestras conquistas fatuas, amor esquivo. Y a veces, de tan confundidos, cual el Caballero de la Triste Figura, apaleados ¿Quién no ha descubierto en rostros harapientos, fachosos andares, muecas cadavéricas, el rostro de la inocencia por antonomasia? O por el contrario, ¿quién no ha encontrado la verdad en el más agudo de los lamentos? Todo es un vestigio, un revolutum. Videmus nunc per speculum in enigmate, que diría Saulo el de Tarso.


Juan Serrano
de su blog: blao
28 agosto, 2013



viernes, 18 de octubre de 2013

SOY UN HIGO BLANDO, MADURO (Jordi del Ampurdán)


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Soy un higo blando, maduro
Soy un higo salvaje, áspero, polvoroso
A veces, amargo.
Mi  piel seca, mis adentros  grávidos de pepitas
Mi yema, llenan la boca  y  rocían la barbilla
De los que  me comen
A veces  me caigo del árbol, sin que  nadie me toque,
Soy pasto de la tierra y los gusanos
Hay veces que los pájaros libres que van y vienen,
Me azotan  en su búsqueda tonta y sin rumbo…solo por necesidad
No saben el daño que me hacen.
Aunque representan mi futuro
Sueño que una pepita mía, después de un largo viaje interno
Se deposite en otra tierra lejana y nazca un árbol
Que a su vez dará un higo, joven, sabroso, jugoso.
Pero, hoy, soy  un higo, blando, maduro



Jordi, del Ampurdán



miércoles, 16 de octubre de 2013

MERODEANDO A... TAMARA (Narciso de Alfonso)


Tamara
En la cara, en la expresión de Tamara hay cierta tensión, o cierto cansancio, que quizá se aprecia también en los tonos de la piel, en la textura, en los tejadillos. Como cuando hay mucha gente contenta y una persona sola, apartada, incómoda, se anuda los lazos negros. Tal vez hay en ella algo indebido, una falta de cordialidad o de educación, una actitud menos civilizada: un deterioro o un reproche.
Como si en ella ya se hubiera hecho de noche, y su corazón fuese de terciopelo ajado, o insolidario, ingrato. Parece que se está secando a pausas; que se ha caído ya dos, tres veces. Tamara: hermética y tirana, enferma o triste, pero de pronto esa mirada dura que sostiene a dos ojos claros, con esas cejas oscuras que son como las patas de la sombra, y no respira porque está asfixiada de polvo o de carbón.
Quizá tenga un novio aviador que no ha vuelto de la última misión, que se ha ido volando firmamento arriba, y ahora qué, ella sola, pensativa como una anciana, melenuda como un ficus, hila que hila. Ya siente el hierro de las próximas tardes, las ojeras irritadas, los párpados negros como pétalos rotos.
Tamara está mustia, recogida, escueta, con el fúnebre olor de mucha ceniza flotando en el aire; con la decisión de empezar a tejer una telaraña enorme, densa, de hilos largos y malos, amarga de sabor y triste de tiempo.
Si se dejara crecer los ojos, o los labios de la boca una, o las laderas de la nariz, si dejara, en suma, de contener los átomos, las flores de su belleza, todos esos electrones que mantiene atados al cutis bonito, si soltara al viento la llama estupenda, si apenas, si saltando, si tal vez.
Está hermosa con el pelo suelto, con el pelo claro, con la melena a dos aguas y el peinado de escoba, partido de raya en medio. No es fácil saber si el pelo, un concreto pelo, embellece o destempla; es difícil, tal vez, como decir qué semillas crecerán en la tierra húmeda, bajo la ropa oscura, entreabriéndose con perfume de miel quemada.
Tamara está hermosa como una sustancia desconocida, dulce de sombra, que calla en la distancia como si estuviera lloviendo, entre manzanas, entre la tarde y el mar, oscura de sienes, atada a la cintura del día con una cadena de plata.
Tal vez está soñando una madre, o quince años más o menos, o unas frescas matitas de lechuga, o un viaje más lejos de lo lejos.
Narciso de Alfonso

martes, 15 de octubre de 2013

ASÍ TE QUIERO, IDEAL E INFINITA (Ángel Ferrer)


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Así te quiero, ideal e infinita
como si nunca hubieses existido
siempre anhelo, devenir
pero he perdido mucha sangre
hasta que te has dejado abrazar
sin miedo, presa de tu anomia asilente





Ángel Ferrer

lunes, 14 de octubre de 2013

TUTORIAL: DE CÓMO UN ASUNTO SIN IMPORTANCIA LLEGA A CONOCIMIENTO DE UN JUEZ (Mercedes)



Mercedes



Partimos para nuestro peculiar estudio de dos jóvenes que acuden a una fiesta. Ya a la salida de la misma, se ven inmersos en un montón de gente que se empuja a las puertas del guardarropa, con tan mala suerte que al final uno acaba recibiendo un puñetazo. Pues bien, el agredido decide denunciar, que para eso está en todo su derecho.

Considero que es una reacción un tanto exagerada acudir al juzgado por un puñetazo que te da un desconocido al salir de una fiesta a altas horas de la madrugada, más aún cuando se da en el contexto en el que mucha gente se está dando empujones y peleándose.

Hasta cierto punto es normal el puñetazo que se llevó el denunciante; pensémoslo: sale de una fiesta ya de madrugada, cansado, en cierto estado de embriaguez presumiblemente, se ve metido en una pelea en la que la gente a su alrededor se empuja y se grita.

No es tan extraño que al final alguien acabe herido.

No es como si los acusados se dedicaran a ir pegando a la gente por la calle.

No obstante, si denuncia, es bastante probable que acabe obteniendo una indemnización.

Y así es como un asunto sin importancia llega al conocimiento de un juez. 


Mercedes




domingo, 13 de octubre de 2013

EL OTRO (Armando Muchabulla)


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La noche se había metido en agua, llovía a cántaros. Cómo podía llover tanto en esta ciudad donde nunca llueve. Las precipitaciones anuales son equivalentes a la media del Sahara, dijo Martín. El otro no contestó, se subió la capucha del chubasquero y oteó a través de sus gafas anegadas como si estuviera en la proa de un ballenero y escudriñara anhelante la luz de un faro que lo guiara a puerto. Todo estaba cerrado, las calles desiertas; se hallaban a merced de los elementos, un gesto de desolación se dibujaba en su cara. El otro -prosiguió Martín reanudando su conversación, más bien un monólogo, que llevaba arrastrando desde algunos minutos antes- es inaprensible, juzgamos sus actitudes sus pensamientos con los únicos elementos que tenemos a mano, esto es, nuestra propia forma de pensar y de ver las cosas, eso plantea un problema filosófico de difícil solución, porque, precisamente, la otredad es algo distinto al yo, es una entidad diferente, eso exige que tenga sus propias leyes para que exista diferenciadamente, una frontera delimitadora que evite la confusión, sí, ese es el símil, que sea otro territorio. ¿Oye, no es ese Julio?, preguntó el otro. ¿Quién?. Ese que se ha metido por esa bocacalle, ya no lo vemos. ¿Pero, qué Julio?, pregunta Martín. Cortázar, por supuesto, le responde. Pues, no sé que te diga, no lo he visto, pero a lo que vamos, el otro es una entidad distinta a mí, con sus propias leyes y reglas, eso es su nota característica, lo que le otorga una categoría propia, pero, para observarlo y reconocerlo como una entidad distinta a la mía, le impongo mis normas, mi soberanía, lo mido de acuerdo con los parámetros que yo he establecido. ¿No es, en realidad, una forma de apropiarme de la otra entidad? Someterlo a mis reglas, hacer que responda a ellas, en cierto modo, tratar de dominarlo, de ponerlo bajo mis órdenes, de tenerlo a mi servicio, en definitiva, de apropiármelo, de domesticarlo convirtiéndolo en un apéndice de mí, por tanto, de confundirlo conmigo, o sea, a la postre, es una manera de destruirlo. ¡Qué asco!, exclamó el otro, he pisado una caca de perro. Cómo sabes que es de perro y no de gato, por ejemplo, inquiere Martín. Por su textura, con esta agua se ha puesto más blandita y más asquerosa, si fuera de gato sería más olorosa, pero habría conservado una mayor consistencia. Tengo experiencia en este tipo de accidentes. En esta ciudad ciudad, donde nunca llueve, salvo esta noche, ha de ir uno siempre sorteando los excrementos de cánidos y felinos. Martín sigue con su discurso: pero, por otra parte, al otro le pasa lo mismo conmigo: trata de comprenderme de acuerdo con de sus estándares, me mira, como tú, a través de sus gafas, quiere apropiárseme….. ¡Ya basta!, le impreca el otro, ya estoy hasta los cataplines de escucharte, tengo frío, estoy calado hasta el culo, he pisado una mierda y, además, yo lo tengo muy claro: el otro soy yo, quiero decir, tú.


Armando Muchabulla


sábado, 12 de octubre de 2013

"LA GUERRA DE LOS MUNDOS" de ORSON WELLS. TRES DOCUMENTOS Y UNA ADAPTACIÓN A NUESTRA ÉPOCA






LA ADAPTACIÓN DE TEA FM EN HOMENAJE AL 75 ANIVERSARIO DE AQUELLA EMISIÓN:






Dentro del programa de actividades de la sede de Zaragoza del 2º Congreso Internacional de Radioteatro y Ficción Sonora, se ha puesto en escena con público en directo como sonidista y efectos especiales un homenaje de TEA FM al 75º Aniversario de la emisión de "War of the Worlds", la famosa adaptación radiofónica de Orson Welles sobre la novela de H.G. Wells.

Una trepidante historia donde la Humanidad corre peligro... de ser salvada por amigos alienígenas.



EL AUDIO ORIGINAL DE ORSON WELLS:


El 30 de octubre de 1938, Orson Welles (1915-1985) y el Teatro Mercurio, bajo el sello de la CBS, adaptaron el clásico La guerra de los mundos, novela de ciencia ficción de H.G. Wells, a un guion de radio.

La introducción del programa explicaba que se trataba de una dramatización de la obra de H. G. Wells; en el minuto 40:30 aproximadamente aparecía el segundo mensaje aclaratorio, seguido de la narración en tercera persona de Orson Welles, quince minutos después de la alarma general del país, que llegó a creer que estaba siendo invadido.


Esta es la grabación, tal y como la oyeron los neoyorquinos aquel 30 de octubre:









Y EL GUIÓN RADIOFÓNICO EN ESPAÑOL:







viernes, 11 de octubre de 2013

DOÑA TALÍA MI DENTISTA (Juan Serrano)




Desde lo más profundo de mi ser daba yo gracias a mi querido premolar por ayudarme a masticar y reconvertir en bolo alimenticio, transformar en carne de mi carne las socorridas espuertas de pan y cebolla que a lo largo de mis años venía ya engullidas y debidamente excretadas. Pero el inaguantable dolor de muelas, dorsalgia a rabiar de perros y una semana sin dormir llevaron a preguntarme si convenía seguir yo ceñido como un pelele borbonero a la manida corona de una simple muela averiada y sin futuro. Y decidí, a pesar de mis resistencias realistas, ir a ver a la dentista por ver si la abdicación de su marmóreo trono fuera mi remedio.
Para anclar en mis quijares unos dientes que me faltaban, la dentista tendría que reducir a su más mínima expresión un colmillo que en buen estado me quedaba. Primera aberración intrínseca: tener que renunciar a lo natural y primigenio a cambio de un perno artificial y postizo, hecho a base de compuestos resinosos. Además, la doctora me arrancaría la pieza cariada origen de mi insomnio y malestar. Segundo contrasentido: La cultura mercantil y chapucera de usar y tirar en lugar de reparar o reconvertir. Y le dije a doña Talía, que así se llamaba la odontóloga teatrera, patrona de la comedia:
Después de casi cincuenta y siete años de convivir con este tejo le he tomado tanto cariño que me da pena desprenderme de su fiel compañía. 
Pero la extirpadora afición y no menos razón profiláctica de esta odontóloga de placa, saga y cartel prevaleció sobre mi queridísimo apego ombligodentario. La dentista, como cualquier otro celebérrimo escultor protésico, pertenece al género escogido por Dios para rematar el embellecimiento de la naturaleza, aunque tal embellecimiento nunca alcance su esplendor originario. No es más bella la cara de una mujer con mascarilla, embadurnada de potingues, sino todo lo contrario. Talía, como Cloe, Venus, Afrodita, Helena, Beatriz, Dulcinea, y otras muchas bellas ingratas, amadas y enemigas mías, pertenece a la especie de las hespérides, náyades, sirenas y nereidas que inundan el mar de nuestra tierra, la tierra de nuestro instinto, el instinto de nuestro arrebato, el arrebato enloquecido del necesitado caldo que los hombres precisamos para sobrevivir. El rigor de la profesionalidad de Talía queda por supuesto intacto, y lo mismo su inmaculada honra, a pesar de mis devaneos literarios y donjuanistas.
Llevaba la dentista doña Talía, como la diosa griega del mismo nombre, un antifaz sobre su sudoroso rostro que dejaba traslucir terapéutica su mirada. Y el que esta joven dentista no pudiera hacerse con mi rebelde muela, más se debía, según yo creo, a la resistencia innata de mi cuerpo que a las necesitadas fuerzas de sus esbeltas manos. Entre forcejeos y tirones ella me diría, tras un tiempo de maniobras inútiles, cual práctico de crucero a la deriva, un lo siento, no puedo con el timón de tu muela. Mientras, un sudor frío, regueros de dolor y miedo, surcaban mi frente, frente a sus ojos hermosos. Y yo en aquella silla eléctrica maniatado, con mi muela colgando, en la penumbra de mi espanto oía a la dentista decir, como quien implora al Altísimo:
¡Voy a buscar a mi padre, que yo no tengo fuerzas para terminar de sacar este calcáreo iceberg!
Talía dejó al momento sus aperos encima de mis rodillas y salió zumbando a la calle como alma desesperada que hace mutis por el foro. Yo entre tanto me rebanaba escupiendo para mis adentros, (para afuera, teniendo la boca entrampada con aquel gato de hierro que la tal Talía metiera dentro de mis tragaderas) imposible decir nada, tan sólo refunfuñar muy quedo:
¡Y dónde, diablos, estará su padre! ¿En el hogar del pensionista? ¿en el Eroski comprando bastoncillos para las orejas?
Tal vez la doctora invocase a su padre, cual simple eco freudiano, impotencia filial frente a la fortaleza de un padre prepotente. Y para más inri, en medio de aquel espasmo psicológico, me dio por pensar, que con mi molar abatido, mi potencia sexual también eclipsada quedaría. De hecho la bella expresión de los ojos de Talía, que yo antes admirara, resultaron ser las dos aspas punzantes de unas horribles tenazas que quisieran, vía dentaria, descepar mis genitales. Luego yo, al sentir como los pasos ajetreados de Talía dejaban la sala, sucumbí desmayado en aquel ortopédico potro de dislates y tormentos con mi premolar colgando como polichinela en el aire.
A mí, realmente, más que resolver las concomitancias psicoanalistas de aquel incidente, lo que en ese momento de verdad me preocupaba, era saber si la doctora había ido de verdad en busca de su padre, o más bien había desertado de su oficio, dejando mi muela a medio sacar en el tejado de mi paladar acorchado.
Luego, después de un largo rato, cuando los efectos de la anestesia llegaban a su fin, contemplé milagrosamente la aparición de un hombre fornido, el divino Apolo, el mismísimo padre de la diosa Talía que retomaba las labores odontológicas momentos antes abandonadas por su hija. Y al tiempo que culminaba la extirpación definitiva de mi muela, me dijo este buen hombre disculpándose:
Perdona, hijo, he salido volando en cuanto Talía me ha dicho lo ocurrido. Y si he no he venido antes ha sido porque mis compañeros del bar Olimpo no me han dejado hasta finalizar la partida. Y para tu satisfacción, y por supuesto la mía, te diré, amigo mío, que hemos ganado copa, el puro y los cafés.



Juan Serrano
de su blog: blao
20 septiembre, 2013



jueves, 10 de octubre de 2013

ROMANCE POR LA MUERTE DE ANTONIO PARÍS


Fotografía: Inmaculada Fernández París



El día 30 de julio,
grande crimen ocurrido.
A la una de la mañana
se sintieron unos tiros.

Era Fotes, el cobarde,
quien a traición le tiró
al hombre mejor de España.

En la cabeza le dio.
La Guardia Civil estaba
y este caso presenció.
al criminal detuvieron
y enseguida declaró.

¿Quien ha tirado dos tiros?
dice la Guardia Civil
Él asimismo responde:
Mi Teniente que yo fuí

El señor Alcalde
sube en busca de aquel herido
y se encuentra allí en la calle,
que era París el tendido.

Antonio, contéstame.
El pobre estaba ya muerto,
mal podía responder.

El señor Alcalde baja,
da la noticia al Teniente,
“Antonio es al que han tirado,
al cual le han dado su muerte”.

Avisan a la María,
todo da mucha tristeza,
Lo cogen en la camilla
y lo llevan a la escuela.

LLega el rato en que amanece,
todo el público alarmado
en pensar en la desgracia
ocurrida a este muchacho.

Era un hombre de cultura,
era un hombre inteligente,
apreciado en Aragón
por los ricos y los pobres.

Un hombre como un castillo,
un hombre de buena pasta.
Es triste, señores,
lo que ocurre en esta casa.

Unos lloran por las puertas,
otros lloran por ventanas
y a Antonio París lo traen
de la Iglesia hacia su casa.

Llega el día del entierro,
a las seis de la mañana
todo el pueblo está en la plaza.

Todas las mujeres lloraban.
Los hombres nos resistimos.
Pero todos suspiran
al ver a Antonio París
que al cementerio llevaban.

Entonces su pobre padre
y sus queridas hermanas,
de llorar se desgarraban.
No había mujer ni chico
que a Antonio no llorara.



Anónimo
de quien sólo se sabe
era el sastre de la zona.
El lugar de los hechos:
Almonacid de la Cuba
(Zaragoza,  1950)




miércoles, 9 de octubre de 2013

MERODEANDO A... La moza gallega (Narciso de Alfonso)


sgs


El fotógrafo de la gente que ya no tiene nada que perder nos ha dejado abierta la ventana indiscreta apuntando directamente a la gallega, que ya no sube las escaleras tan deprisa como solía hacerlo y que está vendiendo cualquier cosa que se pueda o se deje vender o –por lo menos- que se esté quieta –y no muerda- mientras la vende.

Con su trasiego de anchoas y de lotería de navidad, la gallega está parada y apretada, con su abundante cola negra de caballo negro, como reuniendo o recuperando fuerzas, en una pose quizá digestiva o indigestiva de gases o de barriga, de retortijón, mirando al fondo del mar, moviéndose entre berberechos.

No está reflexionando, claro, sino sólo como reincorporándose, desmemoriada y disponible, fiel y fugitiva, apoyada a tres patas en su tenderete, en su mostrador improvisado que ha cubierto con un mantelillo sujeto con pinzas: es, otra vez, el absurdo de la humanidad o de la vida, que nunca –nunca- nos acabamos de creer aunque lo estemos viendo: porque las apariencias son más reales que la realidad: la vida será, al final, una mujer gallega con su abundante y apretada cola de caballo, con la contradicción cachonda de estar vendiendo la fortuna en esos décimos de lotería que cuelgan al viento encima de su cabeza.

A la vida, a la humanidad y a la gallega, es que les gusta el contradiós, la mezcla, el equívoco: se ponen y se quitan continuamente el ojo de cristal, que es el izquierdo pero el derecho, y nos vienen a decir que la felicidad no siempre es la mejor forma de ser feliz, hala, son así, y simplifican simplificando o sin simplificar y vulgarizan vulgarizando o sin vulgarizar, siempre, siempre jugando al contradiós. Y también nos vienen a decir que nada es sencillo, porque han sido maestras de ballet y saben que nada es sencillo.

Malograr su vida es un derecho inalienable para todo ser humano y, el que más o el que menos, todos necesitamos testigos de nuestra existencia, y lleva mucho tiempo –a veces, todo- no juzgarse a través de los ojos de los demás. El poeta añadió otros dos a la lista de los derechos inalienables del hombre: el derecho al desorden y el derecho de marcharse.

Y también se dice que un problema no es grave si no lo convertimos en un problema grave, y que lo malo es más fácil de creer. Y además, todo el mundo quiere ser libre, hasta la gallega que vende anchoas de Santoña y las envuelve en décimos de lotería: dale que dale con la libertad: pero luego, cuando vemos a un tipo realmente libre nos cagamos patas abajo, que quizá es lo que explica la pose indigestiva de la moza gallega.



Narciso de Alfonso
El Merodeador, IV




martes, 8 de octubre de 2013

LA BODA DEL TEBAS (Javier Iribarren)


sgs

¿Qué pensarían de él? Los días previos a Nacho le asaltaban las dudas. A decir verdad nunca barajó acudir a la boda de Arturo, el Tebas. El cuidado de los niños, un viaje a la Toscana o el trabajo acumulado se alzaban en su distancia madrileña como mentiras insuperables. Pero la llamada del Tebas le sorprendió bajo de defensas. Desde un número que su móvil no reconoció la rasgada voz de su viejo amigo de Vinaceite emergió avasalladora. “¿Qué te cuentas, primo?”. Al cabo de cinco minutos se confirmaban los peores augurios: “¿El 7 de septiembre, sábado, en Zaragoza? ¿Cómo no, Tebas? Marga y yo estaremos allí”. No sabía decir que no.

Carecía de soltura social, desde luego. A Marga se la llevaban los demonios. Se había casado con una lumbrera: Abogado del Estado (número dos, “ex aequo”, de su promoción), doctor en Derecho Aeronáutico, patrón de recreo, padrazo, novelista en ciernes… Todos estos atributos los enumeraba con sorna Marga segundos antes de escupir su veredicto: “Y al final, Nacho, eres un jodido inadaptado”.

La reprimenda traía causa de aquella maldita boda “con los del pueblo”. Nacho era uno de las seis piezas del puzzle: Tebas, Ofo, Nachete, Tego, Rocas, y Perdigón. La cuadrilla más revoltosa de los veranos del Bajo Martín. Sus caminos se habían separado cuando llegó la gran decisión: universidad, ladrillo, hormigón… Nacho tomó la senda paternalista, en verdad la única abierta para él, y después su propio éxito profesional consumó el abandono.

Hacía una década que no los veía. Sabía de ellos poco y de oídas. Órdenes de alejamiento, el paro, la muerte de un padre, robos con intimidación. En el fondo, temía el reencuentro. Ellos se habían mantenido firmes en la adversidad. A veces coincidían por El Tubo, se iban de cañas, al Plata o lo mismo de putas. Nacho no. Los fines de semana su mujer se escapaba a Serrano y Claudio Coello, todo lo más al palco del Santiago Bernabeu. Marga no contemplaba como idea el pasar dos días en provincias, ni siquiera en Zaragoza. Diríase que pasaba olímpicamente.

Lo recibieron como si nada, sin alardes ni recelos, en el pórtico de la Iglesia de San Pablo. Nacho se relajó. La pandilla no entendía de brechas sociales. Con las primeras anécdotas los años perdidos se contrajeron como un acordeón. Los roles de antaño resurgían incólumes, y él seguía siendo Nachete, el juicioso y estudiante. Marga le pellizcó para advertirle que se cerraban las puertas de la iglesia. La ceremonia comenzaba. Se despidieron del grupo mientras Ofo recolectaba el bote para las cervezas. Nacho, ante la lluvia de chascarrillos, les pidió indulto con la mirada.

En el restaurante los sentaron en la mesa C2, denominada sin riesgo “Amigos de Vinaceite”. Marga, que albergaba alguna esperanza de no ser identificada con aquella casta salvaje, torció el gesto. No iba a ser aquella su gran noche. De entrada Tego, con poca fortuna en el manejo de las pinzas, roció su vestido con la salsa del bogavante. Con la merluza surgieron los cánticos, y toda la mesa se alzó para homenajear a los novios con aquello del polvo de esa noche, que ya no era ilegal. El Tebas les agradeció el gesto besando a la suegra. El ternasco tardó en llegar y el grupo se solazó en los baños. Rocas regresó con una pequeña jaula y abrió con malicia la trampilla. Un huidizo cochinillo correteó asustado por el gran salón. La gran mayoría de los invitados saludó con vítores la propuesta.

En la antesala de la barra libre una Marga llorosa instó a Nacho a recogerse: “Ya está bien. Lo de hoy ha sido vergonzoso. Son unos animales. Sácame de aquí”. El hotel se encontraba a escasos cien metros del restaurante. Nacho escoltó a su esposa hasta la habitación. “Última vez Ignacio, ¡última!, que nos juntamos con esta chusma. Lo de esta noche no se puede ni contar, ¡qué vergüenza!”. Mientras Marga se desvestía Nacho, un pelín tostado, se repantingó sobre el butacón de cuero. Las imprecaciones de ella no atisbaban horizonte: “¡Qué paletos, por Dios! ¡Qué garrulos! Me van a ver el pelo otra vez por aquí. Y luego dices tú de la gente de Madrid...en fin”.  Pasaron varios minutos hasta que Marga reparó en él:

-      ¿A qué esperas? Quítate la ropa
-      Creo que debería ir a despedirme de éstos
-      Vamos Nacho, mira cómo vas. Quítate el traje.
-      No Marga, me vuelvo al restaurante.
-      ¡Nacho!, escúchame bien: si cruzas esa puerta, por mí como si no vuelves. ¿Me oyes?

Nacho cerró con delicadeza y descendió en el ascensor. No se reconocía.

No habían pasado quince minutos desde la rebelión. La cerradura magnética cedió y Marga, que aún no había logrado conciliar el sueño, se hizo la dormida. “Tan calzonazos como siempre”, pensó triunfal.

-      Marga… Marga…  Sé que estás despierta…¡Marga!
-      ¡Por Dios Nacho, acuéstate! ¡Y déjame en paz!

La luz exterior del pasillo sombreó la silueta de su marido, que permanecía inmóvil en el umbral de la puerta. Marga distinguió el pañuelo en la cabeza y el purito alargado, que colgaba de sus labios. Una densa neblina de humo honró su despedida:


-      Ha ganado Tokio, Marga. Jo-de-te.


Javier Iribarren



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