sábado, 29 de junio de 2013

UN GATO EN NEW YORK (Juan Serrano)




Estoy leyendo Il mestiere di vivere y me encuentro con un Pavese ardientemente enamorado, enamorado y a la vez traumatizado. El poeta, según el mismo cuenta, no puede hacer el amor con las mujeres tal como ellas gozosamente quisieran. El hombre que eyacula demasiado rápidamente haría mejor en no haber nacido. Es un defecto por el que vale la pena matarse. Pavese por tanto, como sustitución al desarreglo de su sexualidad incontenida se acuesta a diario con las letras, hace el amor con ellas; son sus amantes. Escribir para él es su modo de vivir, sentirse eterno, alcanzar el orgasmo, el éxtasis literario. No le queda otro camino.

Conseguir el reconocimiento es la finalidad esencial del ser humano. Y si no que se lo pregunten a los psicólogos que tanta caña nos dan con su dichosa autoestima. Pero una cosa es que a uno lo tengan en cuenta, y otra desear suicida y desmesuradamente la fama. Y a este triunfo le falta la carne, carece de la sangre, carece de la vida. Y veo a un Pavese mareado, desengañado, obnubilado entre las luces de la gloria, y el humo de las cenizas de su escribir vacío que no le reporta el amor de ninguna de las maneras. 

¿Puedo decirte, amor, que nunca me he despertado con una mujer a mi lado, que cuando amé, nunca me tomaron en serio, que ignoro la mirada de reconocimiento que una mujer dirige a un hombre? No se puede quemar la vela por los dos cabos en mi caso la he quemado toda por un solo lado y las cenizas son los libros que he escrito.
(Carta a Pierina)

Conseguir que a uno le lean, (que le amen) aunque sea en feisbus, en la hoja parroquial o en el obituario es el fatuo propósito de todo escritor. Y puesto que a Cesare le es imposible amar, mientras viva, debe seguir escribiendo. Escribir para amar, por no poder amar, para vivir, para seducir a sus amantes y mendigar como un perro amor, para envanecerse, para espantar a la muerte y retrasar lo más el suicidio. Morir viviendo. Vivir muriendo. Amar muriendo. Morir amando. Y Pavese confundido entre la esperanza y el escepticismo, escribe y escribe hasta darse cuenta que las letras son ingratas y su escribir vacío, y que no le reportan el amor que desesperadamente en ellas busca. 

Non è giusto restare sulla piazza deserta.
Ci sara certamente quella donna per strada
que, pregatta, vorrebbe dar mano alla casa.
(Lavorare stanca)

Por eso el día que Pavese ve que en la plaza desierta no le espera ninguna mujer, escribe a Constance Dowling*: No tengo más aliento para escribir poesía. Las poesías llegaron contigo y se fueron contigo. Y decide: non scriverò più. Non parole. Un gesto. Y al confundir vida y escritura, se quita de en medio. 

¿Alguien ha prometido algo? Así que ¿por qué esperar?
Sin embargo, es simple. Cuando no se mantiene por más tiempo, se muere. Y voila ".
(El negocio de la vida, 27 de noviembre 1945)

¿Fue realmente Pavese un loco, un atormentado, un ser desquiciado por sus contradicciones de grandeza y pusilaminidad, un ególatra narcisista, o el último de los repudiados románticos? Es un flaco consuelo -le escribe a Doris Dowling- ser un genio; para mí sería mejor ser un gato en New York, una golondrina en Maine, un hormiga bajo el pavimento de cierta casa en California, etc. Un asno sí soy, con absoluta seguridad.


Juan Serrano
de su blog: Blao
20 junio 2013


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* Constance Dowling, actriz que rechazó a Pavese tras una relación amorosa entre ambos y a la que el poeta dedicó su famoso poema (Vendrá la noche y tendrá sus ojos) antes de suicidarse. (desdemibarricada

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