sábado, 16 de marzo de 2013

HUMO, COPAS Y TERTULIAS (Antonio Envid)


sgs


Durante dos centurias, por lo menos, el humo del tabaco ha sido el compañero imprescindible de morosas conversaciones tabernarias y de interminables partidas de naipes, pero también de dolorosas soledades con el cigarrillo como único camarada 



Hablaba con el espejo
de aquel vaso de cristal
Después la palabra ella
se escapó de entre sus labios
Pidió otra media botella
y la lumbre de un cigarro
alumbró su borrachera

como canta el grupo “Ecos del Rocio” (En la taberna a las tres), aunque esta última estampa, de amantes que ahogan en el vino y alivian con el humo sus penas de amor y que llenó coplas, cuplés y boleros de toda una época, haya pasado de moda.

Cuando Colón llega a América el uso del tabaco se había extendido desde el altiplano andino a gran parte del nuevo continente y desde luego a las Antillas, llamando la atención del Almirante tal costumbre de los indios, dando cuenta de ella en una de sus cartas. Más extenso sobre ese uso es Bartolomé de las Casas en su "Historia General y Natural de las Indias": "[...] que son unas yerbas secas metidas en una cierta hoja, seca también, a manera de mosquete hecho de papel, de los que hacen los muchachos la Pascua del Espíritu Santo, y encendido por una parte dél, por la otra chupan o sorben o reciben con el resuello para dentro aquel humo; con el cual se adormecen las carnes y cuasi emborracha, y así diz que no sienten el cansancio. Estos mosquetes, o como les nombraremos, llaman ellos tabacos".

Ese primer encuentro de los españoles con el tabaco fue determinante para nuestra historia, pues no extrañará que su uso naciera, precisamente, en las tabernas habaneras. Para atender a la marinería y la tropa en su obligado ocio durante la estadía de la flota de indias en Cuba, las negras mondongueras de La Habana abrieron tabernas en sus bohíos, donde además de comida, bebida, bailes, guitarreo, hamaca, naipes, también ofrecían tabaco (1). Estas “mondongueras”, libres o esclavas, llamadas así porque guisaban y ofrecían sopa de mondongo con mucho picante y jitomate, que se predicaba como excelente remedio para la resaca, hacían un buen negocio vendiendo el tabaco, además de para consumirlo in situ, también para el viaje de vuelta a Sevilla y como pacotilla de la tripulación. Los españoles extendieron su uso en la metrópoli y quizá el primero fuera Rodrigo de Jerez, tripulante de la Santa María en el primer viaje colombino, que sufrió persecución y condena por la Inquisición en su patria chica, Ayamonte, por esta costumbre pagana, ya que solo el diablo podía haberle dado el poder de sacar humo por la boca.

Si en un principio el tabaco se vendía libremente en los comercios y tabernas, pronto la popularidad de su consumo haría que los poderes públicos se fijaran en él como medio de recaudar fondos, de manera que el Cabildo de la Habana por acuerdo de 14 de mayo de 1557 prohíbe a las negras que tuvieran tabernas y bodegones y expresamente la venta de vino y de tabaco bajo pena de 50 azotes, comenzaba así así el establecimiento del monopolio de su distribución. En 1614 se promulga la Real Cédula que reservaba el comercio del tabaco al Rey de España, poniendo las bases del estanco de los tabacos de tan larga tradición en nuestro país. La aplicación del Estanco sobre la Renta del Tabaco fue imponiéndose progresivamente. En los territorios castellanos fue adoptada y aplicada desde 1642 y, a lo largo del XVII, sus contenidos fueron extendiéndose a toda la Monarquía Hispánica. Finalmente, el control público de la administración de la renta, en sustitución de los hasta entonces habituales arriendos, fue impulsado con decisión por Felipe V desde el mismo momento de su ascenso al trono de la Monarquía. Este proceso, mediante el cual el Estado se hace cargo al completo de la gestión de la Renta del Tabaco, puede darse por concluido con la declaración de la Universal Administración de 1730, que determina el momento en el que todo el territorio nacional (con la única excepción de las Provincias Exentas) queda sometido al monopolio, y la promulgación de la Instrucción General de 1740, que definía las normas de funcionamiento práctico del mismo (2). Todo ello dio lugar, como es sabido, a un activo contrabando, con sus leyendas literarias, que continua al día de hoy.

En un principio se extendió el consumo de tabaco en polvo aspirado por la nariz y se establecieron fábricas y molinos en los alrededores de Sevilla para atender la demanda. Esta era la forma preferida por el Estado, ya que el tabaco cubano era el más apto para este uso, no así para ser quemado e inhalado su humo, para lo que parece ser que era más idóneo el de otras regiones americanas no controladas por España. Sin embargo, sobre todo entre las clases populares, se fue difundiendo la costumbre del cigarro, de modo que hacia mediados del siglo XVIII las labores en hoja comienzan ya a superar al tabaco en polvo. 

En 1770 se funda la Real Fábrica de Tabacos de Sevilla para elaborar polvo de tabaco, pero también cigarros, haciéndose populares sus cigarreras. Según un informe de 1771 de Bernardo Ricarte, administrador general de la Renta del Tabaco, un buen cigarro estaba formado por hoja del Brasil, tabaco de Virginia para las “tripas”, procedente de las trece colonias británicas que serían el germen de los Estados Unidos sureños, y todo ello envuelto en una capa de hoja cubana de calidad. Para este informante, el abastecimiento de las fábricas sevillanas requería importar el 80% del tabaco del Brasil, lo que no casaba con los intereses de la Corona (3).

Durante mucho tiempo convivieron las dos formas de utilizar el tabaco, aspirado por la nariz y sahumado. Todavía un jovencísimo Larra en su artículo “El Café” publicado en 1828 nos muestra a los dos arquetipos de consumidores, el intelectual y el hedonista, en el mismo establecimiento:


“… y en una mesa bastante inmediata a la mía se hallaba un literato, a lo menos lo vendían por tal unos anteojos….. y una caja llena de rapé, de cuyos polvos, que sacaba con bastante frecuencia y que llegaba a las narices con el objeto de descargar la cabeza, que debía de tener pesada del mucho discurrir…. Porque no quisiera que se me olvidase advertir a mis lectores que desde que Napoleón, que calculaba mucho, llegó a ser Emperador, y que se supo que podía haber contribuido mucho a su elevación el tener despejada la cabeza y, por consiguiente, los puñados de tabaco que a este fin tomaba, se ha generalizado tanto el uso de este estornudorífico que no hay hombre, que discurra que no discurra, que, queriendo pasar por persona de conocimientos, no se atasque las narices de este tan precioso como necesario polvo.”

El Napoleón al que alude es, por supuesto, el primero, y el rapé era una invención francesa que sustituía al tabaco en polvo sevillano. Curiosamente se atribuye a las tropas napoleónicas la introducción generalizada de quemar tabaco en España. En otro punto, nuestro periodista prosigue:

“Otro estaba más allá, afectando estar solo con mucho placer, indolentemente tirado sobre su silla, meneando muy deprisa una pierna sin saber por qué, sin fijar la vista particularmente en nada, como hombre que no se considera al nivel de las cosas que ocupan a los demás, con un cierto aire de vanidad e indiferencia hacia todo, que sabía aumentar, metiéndose con mucha gracia en la boca un enorme cigarro, que se quemaba a manera de tizón, en medio de repetidas humaradas, que más parecían salir de un horno de tejas que de boca de hombre racional, y que, a pesar de eso, formaba la mayor parte de la vanidad del que le consumía, pues le debía haber costado el llenarse con él los pulmones de hollín más de un real.”


El cigarro era un producto caro, pues exige una cuidada elaboración, de modo que para quemarlo se usó desde un principio la pipa, que ya utilizaban los indios, y se popularizó por toda Europa. Muchos pintores flamencos del XVII (Teniers II El Joven, Jean Steen, Adriaen Van Ostade, Jacob Jordaens) muestran interiores de tabernas con fumadores provistos de las populares pipas de mar. Progresivamente el tabaco dejó de ser un hierba medicinal y de uso universal siendo aspirado por la nariz, para pasar a un uso discriminado y estamental: para damas y petimetres, polvos y rapés, para caballeros, cigarros puros, y para el hombre del común, pipa e incluso cigarrillos liados en trozos de papel. 

Como es natural a la taberna no llegaban los excelentes tabacos de Vuelta Abajo, sino humildes tagarninas o tabaco liado en papel, pero durante años no era concebible una taberna sin la perenne presencia de los habituales mascando, más que ahumando, un farias de la tabacalera gallega, o un recio caliqueño clandestino en los pueblos levantinos, o liando con parsimonia un cigarrillo de picadura, pasando el cuarterón de caldo y el librillo de bambú de mano en mano en solidaria fraternidad, o bien, en esa delicada operación del desliado, cuidadosa extracción de las “trancas” y vuelto a liar de un ideales en un papel “smoking”, de modo que el plebeyo cigarrillo volvía transfigurado, elegante y vestido como para una boda. Todos ellos, los parroquianos, cobijados bajo el manto de humo alrededor de una mesa cubierta con un ajado paño verde donde se lanzan las cartas con arrebatado entusiasmo de triunfo o con la desgana de la derrota o en las que chasquean las fichas de dominó. La charla se hacía profunda y filosófica en la taberna, mientras se abría paso por entre los humos expelidos por las bocas de los contertulios y todo cobraba un aspecto de intemporalidad con pausadas libaciones de unos vasos de vino. Luego llegarían los cigarrillos ya hechos de origen, los bisonte, los ducados…, que el fumador hacía botar un par de veces sobre la mesa o sobre el cristal del reloj de pulsera antes de prenderlos, en lejano recuerdo de aquellas tareas del liado y como signo del culmen de la elegancia. En muchas tabernas podría colgar una placa similar a la que se encuentra en el Café Gijón de Madrid: "Aquí vendió tabaco y vio pasar la vida Alfonso, cerillero y anarquista" en recuerdo de Alfonso González Pintor (1933-2006), dedicada, claro está, esta vez, al tabernero, sin siquiera necesidad de modificar, en algunos casos, la adscripción política. Que una condecoración y un cigarrillo no se le niega a nadie (Humberto I de Italia).

Esta idílica estampa ha quebrado recientemente con las sucesivas, parciales y contradictorias prohibiciones de fumar, habiendo recibido su golpe mortal con la radical ley de la ministra Leire Pajín que prohíbe fumar en lugares públicos. Esperamos que tan polémica ley contribuya a la salud física de nuestros paisanos, porque a su salud espiritual no lo creo. 


Antonio Envid Miñana




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1 “El camafeo” de “Relatos de Ultramar”. María Antonia Núñez. Editorial Visón Net. Madrid, sin fecha publicación
2  “Los comerciantes extranjeros y el negocio del tabaco en la España del siglo XVIII”. Sergio Solbes Ferri. Universidad de Las Palmas de G.C., en el estudio colectivo I Coloquio Internacional “Los Extranjeros en la España Moderna”, Málaga 2003.
3   Ibíd. Solbes Ferri.


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