sábado, 27 de octubre de 2012

LA ESPÍA QUE ME AMÓ (Narciso de Alfonso)

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Michelle quizá está sintiendo el aguacero de sí misma o ha despertado la atención de los gigantes de hielo –que viajan a caballo- o ha levantado la sospecha de las dulces camareras del Ritz, siempre tan discretas.


En cualquier caso, con la reacción de alarma que presenta, tiene que escapar de inmediato y hacia su derecha, si es que hacia allí hay salida. Michelle está hermosa de susto humano, pálida de piel y de temor, preparada para salir pitando. Tal vez sea una bellísima espía –como el que surgió del frío- o una guapa ladrona –como Marnie-. Quizá sea inocente por completo –como aquel hombre que sabía demasiado-, pero no puede seguir aquí indecisa, esperando, y menos siendo pelirroja, vestida de cuero negro y cortísimo sobre su piel albina y con las uñas pintadas de color sangre fresca. Los cortes del vestido en el costado restallan de blanco absoluto como latigazos de nieve: se está poniendo en evidente evidencia.


Si, por lo menos, la pared sobre la que se apoya defensivamente fuera azul marino, gris marengo, blanco de zinc o rubio pajizo, nos cabría la última esperanza de que pasara desapercibida entre color y color y color, pero con el rojo dragón que tiene a su espalda, definitivamente le conviene salir por peteneras sin más dilación.
 
 
 
 
Narciso de Alfonso
del blog
El merodeador
 
 

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