domingo, 15 de julio de 2012

BUENAS Y MALAS ARTES (Servando Gotor)

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Dícese que.... Pues eso que

sobre gustos no hay nada escrito. 

O lo que es lo mismo, que

sobre arte nadie tiene la última palabra.

Sí, muy fácil, muy manido ya todo esto.  Mucha frase hecha que como tal se suelta a menudo con poca o nula reflexión. Porque todos sabemos, también, que sobre arte hay escrito. Y no poco. Y que existen reglas, normas o cánones que señalan qué vale y qué no vale. 

¿Pero sobre arte, así, en general?  No.

Existen y pueden existir determinados cánones sobre determinados aspectos del arte, pero no del arte en general.  Porque el arte, todo arte, toda obra de arte, no deja de ser una expresión de algo metarracional imposible de encerrar en un concepto.  Expresión, la artística, sustentada a veces -no siempre-  en un soporte material. Y digo no siempre porque las hay que carecen de toda materia (la música, por jemplo),  circunstancia por la que algunos griegos la consideraron como la más alta de las artes.  

La cuestión es que, sí, que existen determinadas reglas técnicas que sirven como mero instrumento -uno más- para la creación artística: tanto para los elementos materiales como para los inmateriales.

Ahora bien, hacer de tales normas referencia única para una crítica o examen de la obra o de la labor artística, sería tanto como rebajar el arte a una mera obra de ingeniería (y lo de "mera" está dicho con toda intención: lo que no quiere decir que las obras de ingeniería pueden constituir verdaderas obras artísticas, faltaría más: pero no toda obra de ingeniería es una obra de arte, ni mucho menos toda obra de arte es una obra de ingeniería).  

No, en el arte el principal criterio no es la técnica, el ingenio (en su acepción de máquina, método o artificio)  sino el genio: la genialidad, el soplo divino.  Las normas técnicas no dejan de ser meros instrumentos de los que el genio (el artista) puede o no servirse... e incluso transgredirlos (alguien sabe y mucho de los pies de Goya, técnicamente digamos que problemáticos...  ¡y qué!). 

Sin embargo el argumento meramente técnico, que acaba siendo a menudo el único argumento  que aporta el crítico, es en realidad el que menos cuenta o menos importancia tiene para analizar de verad una obra de arte, que como tal obra del ingenio humano escapa a la racionalidad de todo concepto, de toda lógica, de todo método.

En todo caso, desde la Poética de Aristóteles a las teorías estéticas de Adorno, pasando por Horacio, Lessing,  Hegel, Kant y  Schopenhauer, existen variados e interesantes tratados de crítica estética. Qué casualidad, ¿verdad?, que sean filósofos y no catedráticos de arte. En todo caso, nadie osará analizar, bisturí en mano, como si de una autopsia se tratara, las determinantes genialidades que la obra artística comporta. Porque hasta tal punto resultan incontrolables que incluso escapan a su propio autor: el genio (más bien, el autor de la genialidad, porque quizá pueda aspirarse a ser sublime sin interrupción pero aún está por nacer el genio perpetuo).

Por cierto, llamo la atención sobre un aspecto: antes había artistas, de un lado, y profesores de arte, de otro.  Ahora, en cada profesor de arte hay o pretende haber un artista como en cada catedrático de filosofía pretende haber un fílósofo.  Se ha llegado a tal grado de mediocridad y estulticia que han llegado a creerse (o más bien nos quieren hacer creer, porque en el fondo sólo se trata de un negocio, y ellos lo saben) que conociendo una técnica artística concreta uno puede crear arte.  Tomen nota, tomen buena nota de la cantidad de profesores de litertatura que escriben best-sellers y ganan premios literarios, vendiendo y vendiéndose a las editoriales no por treinta sino por miles de monedas de plata.  

En fin, cambio de tercio (argot taurino).  Cambio de tercio y voy a Schopenhauer quien, como es lógico, también tiene su propia teoría estética.  (Claro que a él nunca se le ocurrió escribir un poema ni esculpir la Dama de Elche. Ni a Kant, por supuesto.  Eran intelectualmente honrados y, además, tenían vergüenza: zapatero -lagarto-lagarto- a tus zapatos). Pero ahora quiero referirme a una obrita menor de Schopenhauer, publicada (mejor, recopilada) con el título: El arte de tener razón expuesto en 38 estratagemas*. Se trata de unos artificiosos consejos para ganar al adversario en una discusión aunque no te ampare -o precisamente cuando no te ampara- la razón.  Es lo que se llama "dialéctica erística".  

En realidad, nada nuevo  en estos tiempos.  Pero no por ello resulta curiosa su lectura.  Encontrará el lector desde las estratagemas que acometiendo el objeto de discusión lo distorsiona-mos para traerlo a nuestro terreno (si se habla de una tregua de ETA, diremos que ETA está derrotada)  a aquellas otras que como resulta difícil distorsionarlo, en vez de abordar el objeto de discusión, atacan al planteamiento que del mismo hace el adversario (¿pero cómo se le ocurre decir que ETA está derrotada justo ahora que ha tomado el poder?).

Eso sí, la más practicada hoy es la última: la estratagema treinta y ocho. Y seguro que les suena: cuando no encuentres argumentos para defender tu postura, descalifica al adversario.  Descalificándolo a él, descalificas también (aunque no sé por qué)  su argumento.



Servando Gotor



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Esta obrita está en la red
y puede accederse a ella
pinchando aquí
(enlace externo de cuya seguridad
no puedo responder)






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