viernes, 14 de octubre de 2011

EL GHAZALÍ (Antonio Envid)

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SGS
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Una calandria cantaba armoniosamente en el vecino manzano, pero El Ghazalí no la oía, tan abstraído estaba. Una joven esclava de ágil paso y natural elegancia trajo un azafate de plata con una tisana, sin que El Ghazalí levantara siquiera la cabeza. Nada alteraba su abstracción. La tarde dulcemente se apagaba en el ameno jardín, pero El Ghazalí no parecía percatarse de ello y la noche lo sorprendió meditando.

Hace tiempo que El Ghazalí había llegado a una conclusión, que necesariamente debía ser errónea. Toda su obra, de tantos años, volvió a ser revisada, punto por punto, concienzudamente, para descubrir el paso equivocado, el salto en el razonamiento, la incoherencia. Repasó su obra con la guía de Aristóteles.  Dedicó tantos años a revisarla, como los que había necesitado para escribirla. No encontró ningún fallo en sus desarrollos lógicos. Las conclusiones tenían que ser ciertas.

Alá, sea siempre loado, el poseedor de la sabiduría, no estaba interesado por todos los acontecimientos, sino solo por el correcto funcionamiento de las leyes generales que él había dictado, las leyes físicas universales, las de la evolución de las especies y de los pueblos. Sus ocupaciones se limitaban a vigilar el curso normal de estas leyes. Los individuos no le interesaban, no se ocupaba de lo que les aconteciera. A esta conclusión le conducían todos sus estudios y observaciones.

Quedó conturbado con la confirmación de su descubrimiento. Su fe, hasta entonces granítica, flaqueó. Un sentimiento de soledad y fragilidad lo embargó. Tras sufrir una grave crisis personal, decidió dejar para siempre sus estudios de filosofía, se despidió de sus discípulos y dimitió como maestro de la madrasa, y con escasas pertenencias salió de su casa de Bagdad para peregrinar por toda la Siria y la Anatolia al encuentro de una razón para su vida.

Una tarde, desorientado y perdido en un bosque de la región de los montes Zagros, cuando anochecía, fue acogido por un solitario que habitaba una rústica cabaña en tan agreste lugar. El huésped vivía solo, no tenía familia directa, ni parientes cercanos y carecía de amigos. Recogía frutos silvestres y cazaba con trampas pequeños animales para alimentarse, pero la mayor parte del tiempo se hallaba desocupado y se sentaba cerca de su cabaña para ver pasar el tiempo.

-¿Para qué quieres la vida? Le preguntó El Ghazalí, después de haber escuchado el relato de tan monótona y vacía existencia.

-Qué pregunta tan extraña, contestó el solitario con asombro, es lo único que poseo, de modo que la disfruto mientras Alá lo permita.

El Ghazalí sintió que su peregrinar había terminado, volvió a Bagdad, reabrió su casa pero jamás volvió a la madrasa ni a admitir discípulos.
Antonio Envid


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