Como lo oís, amigos, nuestro querido Mariano Berdusán nos ha dejado esta semana. Se ha ido sin hacer ruido, con sencillez. Como él era.
Mañana, lunes, habrá una misa en la Parroquia de El Portillo a las 20 horas.
Desde aquí, el testimonio de un cariñoso recuerdo imperecedero de su persona y un sentido abrazo a Marta, su viuda, y a sus hijos Mariano y Luis, los tres tan entrañables como él.
Era creyente y deseo fervorosa y sinceramente que esté en lo cierto y disfrute ya de la visión divina, como el pequeño Zaqueo del que nos hablaba en esta narración, hermosa como todo lo que Mariano Berdusán nos ha dejado.
Descanse en Paz.
S.G.S
LA HIGUERA
Siempre he pensado, como tantos otros, que tener suerte en la vida
es solamente eso, una cuestión de
suerte. Hay quien piensa que la suerte es del que la busca. Hay quien piensa
también que en la vida todos tenemos nuestro momento de suerte y que, por lo
general, ésta solamente llama a nuestra puerta una vez. Hay quien sin pensarlo
o creerlo, tiene suerte. Conozco a quien le tocó por sorteo un hermoso aparato
de televisión, a otro le tocó un flamante viaje a Tenerife, para dos personas,
gratis total. Y está, por supuesto, eso que todos llaman “la suerte del
campeón”.
Pero no era
de la suerte de lo que quería hablar, sino del caso del bueno de Zaqueo. Su
momento de suerte nos lo cuenta Lucas en su Evangelio Cap. 19, 1 – 9. Entró
Jesús en Jericó, nos dice Lucas, y andaba por la ciudad. Había allí un hombre
llamado Zaqueo que era cobrador de impuestos y rico. Quería ver a Jesús, pero
no podía a causa de la gente y porque era bajo de estatura.
En esto de la
suerte existen, a veces, circunstancias negativas que pueden transformarse en
circunstancias positivas. Tener a Jesús poco menos que al alcance de la mano,
era una circunstancia positiva. Pero la baja estatura de Zaqueo era una
circunstancia negativa que muy bien podía tirar por tierra lo primero. Zaqueo
no se arredra. No se lo piensa más.
Quiere de verdad ver a Jesús aunque sólo
sea verlo pasar. Quizás también porque en su vida personal (cobrador de
impuestos y rico) tenía algo que arreglar y quiere ver al Maestro y así
posiblemente poner algo de orden en su vida.
Lo dicho.
Zaqueo no se arredra. Había allí, a la vera del camino, una vieja higuera
silvestre, medio abandonada y cubierta de polvo. Zaqueo se adelanta y se sube a
la higuera para poder ver a Jesús pues tenía que pasar por allí. Zaqueo ha
hecho todo lo que estaba de su parte. Ahora faltaba la recompensa a su acción
que no tardaría en recibir. Cuando Jesús llegó al lugar, levantó la vista y
dijo a Zaqueo:
- Zaqueo, baja enseguida porque hoy tengo que hospedarme
en tu casa.
Zaqueo bajó y lo recibió muy
contento, según nos dice San Lucas. Era el final feliz, el desenlace de una
narración en la que todo lo anterior podría considerarse lo que comúnmente se
llama “exposición, nudo y desenlace”.
Así fue el encuentro de dos
personas que se andaban buscando: Jesús encontró a Zaqueo y éste encontró a
Jesús. Y la sencilla y humilde higuera a la vera del camino fue el punto de
encuentro para los dos. Una humilde y sencilla higuera.
Es la lección que ahora ella
nos brinda: la importancia de las cosas pequeñas. Es curioso observar con qué
frecuencia Dios, en la Biblia, y sobre todo, Jesús en el Evangelio, cuentan con
las cosas pequeñas para realizar grandes cosas..Todos necesitanos de las cosas
pequeñas que son, en realidad, las que nos ayudan a ser algo de verdad.
Todos necesitamos de las cosas
pequeñas, que son, en realidad, las que nos ayudan a ser algo de verdad.
Todos necesitamos de las cosas
pequeñas para auparnos.Todos – aún el niño de menor edad – necesita de sus pequeños pasos para llegar
hasta su madre, que lo esta esperando con los brazos abiertos.
Aúpate sobre tus miserias y
verás a Jesús hacerse el encontradizo contigo y decirte como a Zaqueo:
-Amigo, baja
pronto de ahí, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa.
El color de mi cristal