domingo, 14 de agosto de 2011

SOBRE EL MARTINI (Antonio Envid)

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Debido a mi costumbre de poner las citas de memoria, la cual es franca mente mala (la memoria y la costumbre), se originó una pequeña discusión con Gotor sobre la verdadera fórmula de Buñuel para el “dry martini”, de modo que he recurrido a las fuentes para aclararlo y aquí estoy para hacerlo. Ya sé que el “dry martini” no está de moda. Mejor, la moda vulgariza la estética y un martini como “ il faut” es una obra de arte tan representativa de un cierto periodo de nuestra época, como puedan serlo los cuadros de Andy Warhol. Lo que hoy se lleva es el “gin-tonic”, sobre todo entre los cuadros de empleadillos de corporaciones con portafolios y traje milano, funcionarios de escaso sueldo, pero con derecho a despacho, y politiquillos de comarca. Quizá sea también, a su modo, un signo de nuestros tiempos.

A todo aquel personal hay que verlo cuando se ponen serios y advierten al camarero: un gintónic, pero con bastantes “hielos” y, desde luego, bifiter. Hay que decir “hielos” para estar a tono. Pero cuando el asunto cobra importancia es cuando creen que hay confianza y uno de ellos dice: “Los gintónics los preparo yo, que se me dan de maravilla, ¡ya me contaréis!” y se pone a oficiar de gran hierofante de la coctelería. ¡Limón!, dice, como si fuera un neurocirujano dispuesto a realizar una delicada operación y ordenara a sus ayudantes: ¡bisturí!  Llega a continuación el gran número de magia, pela una cortecita del cítrico y con ella frota la boca de las copas. ¡Hielo! Ordena y siempre hay alguien dispuesto a ser el instrumentista. Coge los cubitos con la mano, hay que darle un tono popular al asunto, de todos modos estamos entre gente civilizada que usa el lavabo antes de salir del baño, y en número indeterminado, pero elevado, no menos de cinco, los echa a las copas tipo pecera. Con esto, verter un generoso chorro de ginebra (una vulgar bifiter, a ser posible, hay que seguir con lo popular) y completar la copa con una agua tónica de marca cara ¿pero qué sitio es éste, que no hay Q? (también hay que darle un toque de distinción, somos gente con clase, no se nos vaya a confundir) estarán listos los gintónics, que serán repartidos entre la concurrencia esperando con cara de suficiencia su general aprobación. Veréis durante un buen rato tintinear los cubitos dentro de las peceras rítmicamente, mientras el personal alaba la calidad del brebaje y el improvisado barman acepta displicente los cumplidos.

Curiosamente, esta bebida se está convirtiendo en el remate de toda comida señalada, sustituyendo a los clásicos licores que se tomaban con el café,  los brandis y el güisqui. No parece que esta húmeda combinación (hierática como una mujer frígida) sea la ideal para gozar de una beatífica digestión, máxime hoy en que en la mayoría de los casos no puede aromarse con un buen cigarro puro, gracias a los desvelos por nuestra salud de las autoridades sanitarias, o, quizá, el gintónic tras la comida sea una señal más de los desbarajustes que traen estos tiempos de tribulación que nos está tocando vivir. ¡Ay, si un viejo caballero británico socio de uno de los selectos clubs de Bombay levantara la cabeza!

Después de un gintónic, la horterada elevada a la categoría de las bellas artes, me parece una irreverencia pasar al dry martini a la manera de Buñuel, que es toda una lección de filosofía de la vida impartida por un gran maestro, de modo que me harán ustedes la gracia de dejar este serio asunto para otro día.

Antonio Envid.

5 comentarios:

  1. Antonio, comienzas hablando del buñuel y el dry martini, prometiendo muchas cosas pero luego te desvías hacia gin tónic que, inevitablemente, te conduce a una -eso sí- buenísima descripción de lo que yo entiendo por "hortera" en toda regla (en definitiva: el pretencioso).

    Espero que continues el asunto en otra entrada como me tienes prometido y reconduzcas el asunto al dry martini. En todo caso tan ridículo me parece el hortera como el exquisito millonario que se oculta en tu trabajo, enfantasmado y como quien no quiere la cosa, con fechitismos y caprichos tontos.

    Para curarnos de todo esto, exijo y suplico, retomes el asunto del dry martini. Y para echarte una mano y despejar fantasmas horteras o ñoñines hijos de papaíto, te dejo con Buñuel y su estupenda perorata sobre el draymartini, el buñueloni y otros "combinados" o "cocktailes" (no entiendo esto de que los barbarismos ya enraizados se modifiquen por horteradas de estas como "combinado", mientras para otras cosas que tenemos palabras propias se empeñen -normalmente siempre los mismos- en cargárselas por otros términos extranjeros que poco o nada aportan. En fin, doy la palabra a Mr. Buñuel(de "Mi último suspiro", claro) -sigue-

    (...)

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  2. (Luis Buñuel, Su último suspiro):

    En un bar, para inducir y mantener el ensueño, hay que tomar ginebra inglesa. Mi bebida preferida es el dry-martini. Dado el papel primordial que ha desempeñado el dry-martini en esta vida que estoy contando, debo consagrarle una o dos páginas. Al igual que todos los cócteles, probablemente, el drymartini es un invento norteamericano. Básicamente, se compone de ginebra y de unas gotas de vermut, preferentemente «Noilly-Prat». Los buenos catadores que toman el dry-martini muy seco, incluso han llegado a decir que basta con dejar que un rayo de sol pase a través de una botella de «Noilly-Prat» antes de dar en la copa de ginebra. Hubo una época en la que en Norteamérica se decía que un buen dry-martini debe parecerse a la concepción de la Virgen.
    Efectivamente, ya se sabe que, según santo Tomás de Aquino, el poder generador del Espíritu Santo pasó a través del himen de la Virgen «como un rayo de sol atraviesa un cristal, sin romperlo». Pues el «Noilly-Prat», lo mismo.
    Pero a mí me parece una exageración.
    Otra recomendación; el hielo debe ser muy duro, para que no suelte agua. No hay nada peor que un martini mojado. Permítaseme dar mi fórmula personal, fruto de larga experiencia, con la que siempre obtengo un éxito bastante halagüeño.
    Pongo en la nevera todo lo necesario, copas, ginebra y coctelera, la víspera del día en que espero invitados. Tengo un termómetro que me permite comprobar que el hielo está a unos veinte grados bajo cero. Al día siguiente, cuando llegan los amigos, saco todo lo que necesito. Primeramente, sobre el hielo bien duro echo unas gotas de «Noilly-Prat» y media cucharadita de café, de angostura, lo agito bien y tiro el líquido, conservando únicamente el hielo que ha quedado, levemente perfumado por los dos ingredientes.
    Sobre ese hielo vierto la ginebra pura, agito y sirvo. Eso es todo, y resulta insuperable.
    En Nueva York, durante los años cuarenta, el director del Museo de Arte Moderno me enseñó una versión ligeramente distinta, con pernod en lugar de angostura. Me pareció una herejía. Además, ya ha pasado de moda.
    Si bien el dry-martini es mi favorito, yo soy el modesto inventor de un cóctel llamado «Buñueloni». En realidad, se trata de un simple plagio del célebre «Negroni»; pero, en lugar de mezclar «Campari» con la ginebra y el «Cinzano» dulce, pongo «Carpano». Ese cóctel lo tomo preferentemente por la noche, antes de sentarme a cenar. También en este caso, la presencia de la ginebra, que domina en cantidad sobre los otros dos ingredientes, es un buen estímulo para la imaginación. ¿Por qué? No lo sé. Pero doy fe.
    Como seguramente habrán comprendido ya, yo no soy un alcohólico. Desde luego, toda mi vida ha habido veces en las que he bebido hasta caerme; pero casi siempre se trata de un ritual delicado que no te lleva a la auténtica borrachera, sino a una especie de beatitud, de tranquilo bienestar, acaso semejante al efecto de una droga ligera. En algo que me ayuda a vivir y a trabajar. Si alguien me preguntara si alguna vez en toda mi vida he conocido el infortunio de carecer de alguna de mis bebidas, le diría que no recuerdo que eso me haya ocurrido. Siempre he tenido algo que beber, ya que siempre he tomado precauciones.

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  3. Lo reconozco y confieso que me gusta el gintónic, digamos que es lo que tomó desde hace al menos más de diez años. También añado que no me parece de horteras beber gintónic; pero los hay que aprovechan la ocasión para comportarse como lo que son, unos auténticos horteras preparando el gintónic, creyéndose además que como actores del ritual quedan como auténticos snob.

    Lo que sí me parece de horteras son las modas que los nuevos ricos imponen, por ejemplo: la Coronita con el limón dentro de la botella, el margarita, el mojito... Modas superficiales sin cultura, sin filosofía de la bebida. Uno dice tal bebida y todos la secundan. Hay momentos, lugares, compañías y bebidas...


    Ahora que la crisis ha abolido la figura del nuevo rico, el resto está salvado y volveremos a lo auténtico.
    ¿Adivina quién soy?

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  4. Vaya, vaya menos mal que no bebo alcohol pero la mayoría de mis amigos son "cuadros de empleadillos de corporaciones con portafolios y traje milano, funcionarios de escaso sueldo, pero con derecho a despacho, y politiquillos de comarca"......
    Margarita Flores.

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  5. el auténtico lo es tomando un gintónic o bebiendo en botijo
    y el hortera es capaz de convertir cualquier cosa en algo artificial sin gracia (que me parece una definición de hortera)
    que conste que yo aprecio a los horteras de raza, es algo tan español como el snob inglés,
    la primera lectura de la palabra hortera la vi en obra de Rubén Dario, no recuerdo cual,pero se desarrollaba en Madrid, eso demuestra el arraigo que tiene el hortera en nuestra cultura

    yo me tomo de vez en cuando algún gintónic, muy cargado de hielo, por cierto, porque es una bebida social de bajo efecto alcohólico, pero nunca a los postres, creo que es de media tarde

    no tengo ni idea de quién es, pero reciba mi saludo
    Antonio

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