sábado, 30 de julio de 2011

LE GUSTABAN DEMASIADO LOS PLÁTANOS PARA SEGUIR CONMIGO

SGS

Y Zaragoza abajo, latiendo, latiendo, latiendo. Gertrudis pone en la barra una fuente con croquetas de jamón recién hechas y Orrios, fiel a la costumbre, da cuenta de la primera.

- Mira, hoy vamos a tener buen día, Gertru.
-Para que sea mejor que el de ayer no hace falta mucho.
-¿Viste la pareja aquella, la de aquí, la de la ocho…?
- Joer, Orri y los de  la quince, y los de la cinco, y los otros que...
- Vaya día, vaya día para las parejas.
-Al final vas a tener razón, Orri: lo bien que has hecho en quedarte soltero.

Orrios Viamonte se lima la nuca y piensa que sí, que quizá.

Presume de soltero, pero en el fondo cierta frustración le da pequeños mordiscos en las entrañas.  No había tenido suerte con las mujeres, no.

‘Sabes, Gertru’, le dice Orrios mientras echa unas monedas a la tragaperras, ‘tuve una novia que se llamaba Isabel y que decía que trabajaba de secretaria de dirección. Y no mentía, porque estaba empleada en un almacén de plátanos de la calle Aben Aire, en la orilla del Ebro, y allí los dos únicos empleados eran ella y su jefe, Matildo Cebolla. Muy sátiro. A Isabel le gustaban con pasión los plátanos y por eso se empleó allí, a pesar de la mala fama del tío Cebolla. Pero enseguida comprobó que en aquel almacén no corría peligro alguno porque a su jefe le gustaban los plátanos tanto o más que a ella, así que los dos se pasaban el día comiendo un plátano detrás de otro. Isabel era muy guapa y decía que le encantaban las películas de romanos. Así que no nos perdíamos ni una. Era morenita pero un poco estrecha de caderas. Se dejaba tocar las tetas y yo disfrutaba mucho con las tres, ella y sus tetas, pero tampoco me atrevía a más’.


‘Un buen día me dejó por un maestro albañil de Las Fuentes que le regaló cincuenta kilos de plátanos de canarias –dice Orrios dándole una patada a la máquina tragaperras-  Joder, los asiáticos se las saben todas, ayer estaba a punto, pero claro, vino el chino y… en fin, eso, que un día me dejó y me regaló cincuenta kilos de plátanos, de canarias, claro. Al despedirse me dijo que le gustaban demasiado los plátanos para seguir conmigo.

 "Tardé años en saber lo que me había perdido, pero la vida tiene estas cosas".


Narciso de Alfonso
Servando Gotor
El guacamayo azul


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