viernes, 20 de mayo de 2011

"VOLANDO SOBRE ALBURQUERQUE" (Narciso y Servando)

SGS
Platón la abraza en un rincón, junto a un contenedor, la aprieta contra él queriendo besarla; Certeza, siguiendo su instinto y su justicia, sin apartarse de él, coge una piedra del contenedor y, en vez de dejarse besar, golpea con fuerza y rabia a Platón en la boca, rompiéndole los dientes, rasgándole los labios, tirándole del pelo con la mano izquierda para que no esconda la cara, golpeándole una y otra vez, sólo en la boca, machacándole los dientes y los labios, dejándolo caer después sobre la arena de la playa y alejándose satisfecha, crecida, con el vigor y el orgullo de haber vencido al enemigo, lamiendo con fruición la sangre que mancha su mano y sus dedos. ‘Quien esté libre de piedra que lance la primera culpa’, se dijo.
-Lo siento Platón, pero era necesario.  Ahora hablarás menos, te quejarás menos y pensarás más.
-Bracias Herdeza, ho sahes hómo de lo abradehco.  
 
Papá se alegraría, es lo primero que pensó Platón tras recibir el golpe.  Paxton estaría satisfecho de que alguien, incluso su propia novia, le hubiera partido la boca a su hijo; quizá así podría comprender un poco más su trabajo de guardián del lado frágil, siempre tan vulnerable. Platón tenía la idea de que Paxton, su padre, además de ser un pobre diablo, cumplía una tarea ambigua, una mezcla de sentimentalismo y protección civil. Paxton, aunque no se lo dijo nunca explícitamente, sabía que su hijo era uno de los auténticos enemigos del lado frágil: con su actitud cobarde, indecisa; con su complejo de inferioridad; con su enorme autocompasión satisfecha. Era sólo un hombre despreciable.
‘Uando anunhian bor el aldavof eh se ha berdido un ninio, hiembre bienso eh ese ninio joy yo’, dijo Platón con cara de niño perdido y la boca destrozada por los golpes. ‘Mira, Platón, olivo mío, te he traído diez azulejos color calabaza.  Es por nuestro aniversario, mañana tres meses de novios, tres meses ya, y parece que fue ayer’, respondió Certeza. ‘No hay osa eh be dé máh rabia eh oír hablar a dravés de un haramelo’, siguió Platón, que estaba masticando un caramelo de menta sin patatas, ‘¿dieh azulehoh olor alabaza?, eh bien, eh huzto lo eh nehesidaba, barece eh adivinez miz eseos’, dijo. Normal de cabeza y de pies pequeños, Platón perdió la cara al sentir de pronto el vacío, todo el vacio ecuestre que llevaba dentro, grande como una catedral de papel, doloroso como un rincón clavando las espuelas, ‘ay, mamá, cuánto daño me has hecho’, pensó.

Certeza se preguntó la contraseña. "Volando sobre Alburquerque", se respondió a sí misma satisfecha, con permiso oficial para seguir viviendo.  Los turistas estaban haciendo cola para cortarse el pelo, "la raya del pelo es feliz", se dijo Certeza al oído. "Platón nunca podrá perdonar a Dios, hay tan poca gente que pueda perdonar a Dios de corazón, siguió diciéndose al oído, de espaldas a la realidad, umbría y vestida de corto, con las uñas pintadas de rojo inglés.  


Narciso y Servando
de El guacamayo azul

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