domingo, 22 de mayo de 2011

SÁNDOR MÁRAI SE LAMENTA DE LA PÉRDIDA DEL PARAISO (Antonio Envid)

SGS


En ¡Tierra, tierra! El anciano Sándor Márai, desde su largo exilio norteamericano, reflexiona con nostalgia sobre la Europa de la lejana posguerra y sobre su perdido hogar en Hungría. El libro recoge la inteligente visión de los acontecimientos de su querida patria durante la última gran guerra europea, la posterior ocupación por las tropas soviéticas y, finalmente, la anexión al imperio comunista; seis años más o menos, desde el 1942 hasta su salida definitiva del país en 1948, aunque son frecuentes los flash-back y las referencias a épocas posteriores.

Además de añorar la Europa burguesa y humanista que, sin embargo, fue capaz de incubar y generar los fascismos para dar paso a una de las más atroces guerras y de entregar grandes extensiones de su geografía al inhumano régimen comunista, Márai se lamenta amargamente del desdichado destino de su patria. El escritor denuncia la indiferencia con que la Europa occidental abandonó a Hungría al poder totalitario ruso, a pesar del gran esfuerzo de sus compatriotas, descendientes de los nómadas magiares, que desde la lejana estepa asiática  se asentaron su actual tierra, para salir de su aislamiento y convertirse en occidentales educados, cultos y cristianos. Sin embargo, también  amonesta severamente a los grandes terratenientes húngaros, las clases aristocráticas de su país, que quizá no fueran peores que las capas altas del siglo XX en la sociedad francesa o inglesa, sólo más distraídas: se olvidaban de pagar los impuestos.

Contra la aristocracia de su país dice: “Los grandes señores húngaros no pagaban su carga impositiva, obligatoria y filantrópica, y quienes vivían en el barrio del Castillo prefirieron aguardar primero a los cruces flechados y después a la redistribución comunista, pero nunca pagaron sus impuestos”. En efecto, la Hungría resultante de la primera gran guerra, que supuso la desmembración del Imperio austrohúngaro, en palabras del escritor, “Era un país hermoso y continuaba siéndolo incluso después de su mutilación, sin los Cárpatos, sin Transilvania, sin las Tierras Altas, sin las Tierras Bajas, sin Fiume. Tenía trigo, petróleo, carbón, tenía de todo para alimentarse…”. Su historia fue convulsa desde entonces, desplazado el régimen demócrata liberal, el país fue dominado por el movimiento fascista de los cruces flechados, propiciado y tutelado por la Alemania nazi, para finalmente ser invadido por las tropas hitlerianas en su desesperado avance hacia las fuentes energéticas de los Balcanes, siendo seguidamente conquistada por las tropas soviéticas en su contraofesiva. El imperio soviético ya no abandonaría Hungría, crearía un gobierno títere comunista y el país ha de esperar a 1990 para recobrar su libertad tras la disolución del sistema comunista.

 Márai se lamenta de la pérdida, entre los vendavales de la historia, de la Europa burguesa de entre guerras; esa sociedad hecha a medida de lo humano de comerciantes, industriales y profesionales cultos y satisfechos, que en el periodo que medió entre las dos grandes guerras europeas propiciaron la edad de oro de la cultura europea, sobre todo en los países de la Europa central. Esa Europa que arranca del “…mercader de Venecia, que había iniciado, con grandes riesgos y por lo tanto con grandes beneficios, la cadena moderna del trueque, en el comerciante de Lübeck que había inventado la letra de cambio y que ya no tenía que viajar personalmente a la feria de Novgorod. Tras la crispada rigidez de la Edad Media escolástica no solamente ayudaron a crear la nueva Europa los humanistas que acabaron en la hoguera, sino también los comerciantes: detrás del trágico rostro desfigurado  de Giordano Bruno se divisaba la mirada pícara de Jacques Coeur, el comerciante de Brujas que vigilaba atento en medio de sus quehaceres desde el mostrador…”

 Escritor de éxito en el periodo de entreguerras, que había residido largamente en Paris frecuentando a poetas como T.S. Eliot y Tristan Tzara o Ezra Pound, a pensadores como Unamuno, a novelistas como Joyce, Hemingway, Fitzgeralt, Faulkner, no quiere abandonar su patria, porque necesita sumergirse en la lengua húngara, en la que escribió siempre, para crear. El escritor nos advierte de que el húngaro es fruto del esfuerzo solitario de los escritores y poetas de su país, pues al ser una lengua que no tiene más pariente que el lejano finés, no puede acudir a idiomas hermanos para su evolución, como lo hacen los idiomas latinos, sajones o eslavos. Pero también dejó a Europa para refugiarse en su país, porque la Europa de la posguerra no le atrae por su “falta de una misión”. “Una Europa económicamente unida, sin conciencia de su misión, no puede convertirse en una potencia mundial como lo fue durante siglos, cuando sí creía en sí misma y en su tarea”, son sus acertadas conclusiones sobre la evolución de nuestro continente.

El totalitarismo del Régimen comunista de su país,  inhumano y  esterilizante de cualquier pensamiento creador, le fuerza a exilarse a EE. UU. en 1948, refugiándose desde entonces en su idioma como su única patria. Habiéndose prohibido sus obras en su país y siendo el húngaro un idioma minoritario y especialmente difícil para el extraño, Màrai se sumió en el olvido y terminó suicidándose en 1989, ya muy anciano (había nacido con el siglo), poco antes de la caída del muro de Berlín, de la disolución de los regímenes comunistas y del lento descubrimiento de sus obras, que lo ensalzarían hasta ser reconocido hoy como uno de los más importantes novelistas europeos modernos.
Antonio Envid



(1) En su libro Confesiones de un burgués, el autor dedica algunas páginas a los españoles que conoció en Paris. Relata como veía a Alfonso XIII en el vestíbulo del Hotel Riz hablando con su embajador Quiñones de Benavente y como más tarde asistió como reportero a la llegada de la reina a la Gare d´Orsay hacia su exilio, “…la vi llegar y echarse a llorar…”. Por los cafés de Montparnasse trató con varios de los exilados españoles, que se dejaban caer por los cafés Dôme y Rotonda. “Todas las tardes pasaba por allí Unamuno con sus suave sonrisa de sabio, aguantando las incomodidades de la emigración forzosa con comprensión y serenidad; a su alrededor se reunían los intelectuales y los aventureros de la nueva España, oficiales, filósofos, escritores. A mi me gustaba estar con ellos.”…”El exilio de los españoles parecía casi romántico…”. “Francesc Macià, jefe de tribu de los exiliados catalanes, era de un nacionalismo tan apasionado como el de sus enemigos, los que se habían quedado en casa, como Primo de Rivera y los demás generales, que iban blandiendo sus sables; y el que los observaba después de medianoche, en la borrachera del coñac en vasos de agua, no comprendía con exactitud lo que separaba a los españoles de los “opresores” que se habían quedado en España.”

1 comentario:

  1. Con un 35% de abstención y casi un millón de votantes que se acercaron a las urnas para votar en blanco o emitir un voto nulo, como muestra de rechazo de la práctica política, amén del éxito de las protestas de las plataformas del 15 M.
    los partidos políticos deberían de reflexionar.
    Quizá el PP crea que ha ganado las elecciones. La única realidad es que se ha hundido el partido del Gobierno.
    Quien haya tenido la paciencia de leer estas notas sobre la trágica historia de Marai estará conmigo en que merece la pena no ahorrar cualquier esfuerzo que ayude a sanar esta democracia gravemente enferma
    Antonio

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