domingo, 20 de marzo de 2011

UN CULO PERFECTO (Babiluno)

SGS (*)
El Energúmeno conoció el dolor muy temprano; siendo un bebé. El auténtico dolor, quiero decir. Fue una gélida noche de invierno, cuando su madre le metió dentro de la cuna, un boto de agua hirviendo con el tapón mal enroscado. Los berridos del crío no le mosquearon porque pensó que se callaría en cuando entrara en calor. Tampoco sospechó nada su padre, que llegó de madrugada con una cogorza tal, que al ver la densa humareda que envolvía la cuna, pensó que estaba ante otro numerito de magia de la bruja con la que tenía que compartir el dormitorio por eso del casamiento. Serían los propios vecinos quienes, alarmados por el asqueroso olor a fritanga que estaba invadiendo la escalera del edificio, darían aviso a los bomberos que, tras reventar la puerta equivocada, entrarían al galope hasta el dormitorio de la desdichada viejecita del piso de arriba dándole un susto de muerte. Me angustia solo imaginarlo, pero fue así. Nadie terminó por evitar que el boto de agua hirviendo se fuera vaciando lentamente sobre el cuerpecito del infeliz. A ese dolor me refería.

En uno de sus paseos por el monte, el padre del Energúmeno vio nacer una oveja con dos cabezas y pensó que nada podría ser más prodigioso. Pero se equivocaba. Lo de la espalda de su hijo resultó ser el acabóse. Una y otra vez, lo tumbaba boca abajo sobre la cuna y se esforzaba por encontrar una explicación que poder contar sin pasar por loco. Pero no era posible. El parecido entre la enorme quemadura cicatrizada en la espalda del Energúmeno y el osito de peluche de la cuna era, decididamente, algo asombroso. Ambos, podrían pasar por un calco perfecto, salvo por esos espantosos colmillos que le daban al osito de la espalda del bebé, el aspecto de una bestia.

El padre del Energúmeno siempre quiso creer que esa rara habilidad del niño para cicatrizar las heridas a su antojo, era obra de las pócimas y ungüentos de brujería que su madre le aplicaba desde que nació. Sin embargo, nunca durmió del todo tranquilo pensando que pudiera tener algo que ver con la mala sangre que modelaba aquellas figuras de pesadilla sobre su piel. La posibilidad de haber embarazado a su esposa con algún bichito defectuoso, le acabó haciendo sentir tan culpable, que solo sería padre una vez.

Nada de todo esto hubiera pasado, si el padre del Energúmeno no se hubiera enamorado perdidamente del culo de la bruja que sería su mujer. Ocurrió durante una clara noche de verano. Había salido a pasear por un monte cercano a su piso, cuando escuchó un extraño cántico y se escondió tras unos matorrales. En silencio, pudo observar las danzas y conjuros secretos de una bruja invocando belleza y poder a la luna llena. En un momento del ritual, la mujer se quedó inmóvil y olfateó con la intensidad del felino que ha localizado a una presa. Súbitamente, se bajó el faldón y se agachó para dejar bien expuesto su gordo trasero a la luz de la luna. El padre del Energúmeno pudo contemplar el enorme culazo de la bruja iluminado como un campo de fútbol en una noche copera. Se pellizcó con fuerza el antebrazo, pero aquel pandero, que muy bien podría estar hecho con la piel de mil elefantes, no desapareció de su vista. Un olor nauseabundo que le recordó a las bombas fétidas de su infancia, le envolvió y sintió que su vida estaba en peligro. Había que escapar, pero ya era tarde. Las tremendas posaderas de la bruja pegaron un fogonazo de luz tan brutal que el padre del Energúmeno permaneció conmocionado durante varios minutos. Cuando recuperó la percepción visual, la bruja se había esfumado. Lentamente, se puso de pie y se quedó embelesado mirando al cielo. La luna llena le pareció inmensamente bella. Nunca se había sentido así de bien. Un tsunami de gozo le había traspasado de lado a lado y supo que la preciosa hembra que le había enseñado el culo más perfecto que cualquier hombre pudiera desear, debía ser, por encima de todo, la madre de sus hijos.

Durante meses, el padre del Energúmeno no paró de contar a todo el mundo la romántica historia de su encuentro con el culo perfecto bajo la luz de la luna. Solo había que ver su cara para comprender que estaba atontado por una emoción enfermiza que tenía a sus amigos alucinados. ¿Cómo era posible que viera con tanta claridad un maravilloso culo donde solo había un trasero del tamaño de un autobús? Y eso no era lo peor. Las sobadas nalgas de la bruja eran bien conocidas en todo el barrio por sus aventuras desvergonzadas y sus amoríos de pago. Sus buenos amigos intentaron convencerle de lo evidente pero sus palabras chocaron una y otra vez contra un pedrusco sordo y ciego. Cansados, lo dejaron en paz. Todos los indicios apuntaban a un claro caso de encantamiento extremo, y así lo aceptaron.  (sigue...)


De El Blog de Babiluno





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(*) Fotografía: Desnudo reclinado (detalle). Amedeo Modigliani. Metropolitan Museum of Art, New York







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