miércoles, 1 de diciembre de 2010

EN LA TRASNOCHADA, 34 (María Jesús Mayoral)

MJM

En Villamayor de Gállego, 29 de noviembre de 2010

En esta fría trasnochada de noviembre recuerdo las palabras de mis amigos italianos: cuando llegue el invierno y veamos en el ordenador las fotos del verano, lloraremos. Ha sido un verano movidito, casi sin proponérmelo, he recorrido todos los volcanes italianos: desde el cinturón volcánico de las Islas Eolias, pasando por el Etna para terminar coronando el cráter del Vesubio. Y en esta trasnochada me sumerjo en esos recuerdos estivales, que ahora mi memoria los convierte en mágicos.

Con el clásico calor sofocante del mes de julio me puse en viaje. El avión iniciaba su descenso y en cuanto vi el negro resplandor del Etna extendiendo su manto sobre los dorados rastrojos de la tierra siciliana, supuse que el aterrizaje en Catania iba a ser inmediato. Ya instalada en la coqueta habitación de un hotel que en otro tiempo fue palacio, abrí los batientes del balcón para presenciar la caída de los rayos de sol sobre los tejados de la ciudad. Sin imaginarlo, me encontré como telón de fondo con la oscura silueta del volcán coronado con una tenue nubecilla que, revestido de la luz magenta del atardecer, parecía erigirse como un anciano rey que guarda el fuego. Era el día del Carmen, entrada ya la noche, algunos de los pueblos asentados en la ladera del volcán celebraban su festividad con fuegos artificiales, salpicando su inmensa oscuridad lávica con tímidos destellos de colores. Un espectáculo natural de estas características no se ve todos los días y consciente de ello, lo bendije sintiéndolo como un privilegio que me ofrecía la vida.

Al día siguiente salí de Catania hacia Milazzo para embarcarme rumbo a una de las Islas de las Eolias. Ya de mañana el calor era sofocante. Llegué al puerto de Milazzo y hablando con la tour-operadora italiana me comentó que no estaba claro donde tenía fijada la estancia; si en Vulcano o Lipari, que lo debía consultar con la agencia. Entre tanto me puso el billete en la mano, me embarcó y siguió hablando por teléfono sobre mi destino eólico. Finalmente me gritó desde el muelle que debía desembarcar en Vulcano. A voces le pregunté mientras el barco partía: ¿Primera o segunda parada? Primera, me respondió haciendo un ceño con la mano.

Comenzaba un viaje con el que llevaba años soñando. Saqué de la maleta el sombrero y como siempre me sucede cuando emprendo cualquier trayecto marítimo, respiré tan hondo como pude. El barco batía con fuerza las olas y el insolente sol con su luz de mediodía las irisaba encendiendo el mar de una intensa tonalidad lapislázuli. Alguien gritó desde proa: ¡Delfines a la izquierda! Un grupo de delfines danzaba entre las olas siguiendo a la embarcación. Y no sé… me pareció estar emprendiendo un viaje hacia algún paraíso perdido.

No quiero extenderme recordando mi viaje eólico fruto de ensueños y fantasías literarias; pero ahora, cuando mi memoria lo rescata con este temprano frío invernal, me arrellano en el sillón y recordando mi Mar Mediterráneo caigo en un cálido y plácido adormecimiento. No sé como será el paraíso; pero si es tan bello como todo lo que yo pude contemplar en aquel cinturón de fuego y lava, poco puede importarnos la muerte.


María Jesús Mayoral




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Foto.- Hotel en la Isla de Vulcano frente a los farallones de la Isla de Lipari.

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