sábado, 6 de noviembre de 2010

LA VISITA DE LOS VIERNES, PART. 2ª (Antonio Envid)


Ah! Ha vuelto. No sabe lo larga que se me ha hecho la semana.¡Me ha traído violetas! ¿Cómo sabía que me encantan las violetas? Y también bombones. Escondámoslos, que mis compañeras de residencia no se enteren, porque no me dejarán ni uno.¿Quiere camelarme, eh? Pero si ya sabe que me tiene totalmente a su disposición. Con lo buen mozo que es. ¿Sabe? Si llevara bombín y se dejara un bigote con las guías hacia arriba parecería mi primer marido Sisenanado. Bueno siéntese y le seguiré contando la historia. Resulta que mi primer marido se me murió tontamente en la flor de la vida. Nunca había perdido ningún caso, pero el último lo falló. A su cliente lo condenaron a muerte. No sabe que días más malos pasó, qué desasosiego, que nerviosismo. Se empeñó en acompañar al condenado hasta su último momento. Lo ajusticiaron de madrugada, una mañana fría y desabrida de enero. De vuelta a casa pilló un resfriado, que luego se complicó con una pulmonía y en quince días, un hombre como un castillo, fuerte y joven, bajó a la tumba y quedé yo, joven viuda, sin el amparo de un hombre.

No salía yo de casa, hundida en la mayor depresión, solo iba a misa y a la botica a por unas píldoras que me había recetado el médico, amigo nuestro, el que atendió al pobre Sisenando, para mis opilaciones y sofocos. El boticario había sido amigo íntimo de mi marido y estaba soltero. Pronto empezó a echarme los tejos y se deshacía en remilgos y atenciones conmigo. Me obsequiaba con unos caramelos de violeta que él mismo fabricaba con una fórmula ancestral. Por eso me encantan las violetas. ¿Qué quiere que le diga? A mi no me parecía nada mal el hombre, era atento, bien plantado y había sido amigo de mi marido. Total, que al año justo del fallecimiento, justo cumplido el luto, nos casamos, teniendo que aguantar la cencerrada correspondiente, ya comprenderá.

Segismundo, que así se llamaba el boticario, era muy galán y un excelente amante, no tanto como el anterior, pero para ser segunda parte no estaba mal. Yo creo que el abogadito le había contado alguna confidencia sobre nuestras aventuras amorosas, porque noté que se esforzaba en la alcoba tratando de competir con un fantasma. Los hombres, siempre combatiendo con fantasmas, sin bajar nunca a la realidad. Al principio le noté un extraño aliento, que no era desagradable, pero raro, de modo que me acostumbré a hacer el amor desliendo en la boca una de las célebres grageas de violeta, que fabricaba mi marido. Por lo demás, nuestras noches eran mejor que los días, sin ser éstos precisamente malos. Segismundo se pasaba la mañana en la oficina de la farmacia fabricando fórmulas magistrales, ante la extrañeza del mancebo, que un día me comentó que últimamente empleaba mucho tiempo en eso, cuando antes con dedicar una mañana a la semana a ello era suficiente, y que él no notaba que hubieran aumentado los encargos. “Seguramente está experimentando algún medicamento nuevo”, me confesó con un tono cómplice. “Será una fórmula nueva y no querrá que se sepa hasta que no la haya registrado”. El cansancio de la investigación no le impedía que por la noche cumpliera como el primero, incluso le diré que más. Más en cantidad, no en calidad, comparado con el pobre Sisenanado, pero para no quejarme, desde luego.

Una noche, en pleno éxtasis, exclamó ¡Ay, Rosamunda, qué me voy, qué me voy…! Pensé que llegaba al clímax y era que se iba de verdad, de pronto, cayó pesadamente sobre mí. ¡Que horror! Había sido fulminado por un infarto. Llamé corriendo a Sigerico, el médico amigo nuestro, pero cuando llegó lo único que pudo hacer fue certificar la muerte del buen Segismundo.

Ya ve, que poco me duraban los maridos ¡qué fatalidad! Poco tiempo después descubrí la causa de su muerte. Repasando las facturas con el farmacéutico que quería tomar en traspaso la farmacia, se extrañó de las considerables compras de cantáridas, que yo no sabía que cosa eran, hasta que me lo explicó. No se si sabrá, joven, lo que son, pues una porquería: mosca española desecada y convertida en polvo. Tienen un gran poder afrodisíaco, pero son tóxicas y si se pasa uno de la raya le pueden provocar la muerte. Dicen que Fernando el Católico murió por esa causa. Ahora hay una cosa que llaman viagra. En fin, de que cosas se entera una, esa debía de ser la fórmula magistral en que empleaba las mañanas, para utilizarla por las noches, de ahí lo del extraño aliento. O sea que mi Segismundo me hizo el mejor tributo que un hombre puede hacer a una mujer: morir de amor.

¡Qué! ¿Vendrá a verme el próximo viernes? Ya se que sí, porque falta la historia de mi tercer marido. No me traiga nada, solo un ramito de violetas, humildes, sencillas, baratas y muy queridas por mí, ya se imagina porqué.

Antonio Envid.


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2 comentarios:

  1. Esa visita de los viernes, activa algunos priones:

    La canción de Cecilia: "Un ramito de violetas"
    Los caramelitos o esencias de violeta que compraba mi madre en algunas ocasiones, cuando bajaba al centro.
    Otra cosa que compraba eran "las paciencias" (unas galletitas redonditas y muy pequeñas).
    O una fábrica de perfume que había en la calle San Vicente de Paul, donde se compraba esencia de violetas...

    Se activan muchos más pero...

    Estoy diciendo que lo leo y me resulta agradable...

    Aunque por razones personales mis comentarios tal vez se distancien, sepa que me gusta como escribe.

    isabel

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  2. Quizá no estén tan alejados. Es posible que escribiera "violetas" por unos caramelos que vendían en "La Pajarita" en la Puerta del Sol, que yo compraba para mis hijos pequeños cuando iba a Madrid y que a la vuelta me reclamaban, aunque después no se los comía nadie. Cada uno tiene su particular magadalena.
    Lo bueno de escribir es que sabes que va a despertar en el lector impresiones que estás muy lejos de imaginar. La obra se crea distinta en la imaginación de cada uno que la lee.´Por último,le agradezco su buena disposición hacia estas notas.

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