martes, 16 de noviembre de 2010

ARTE (Servando Gotor)

SGS

El arte no se proyecta, surge. Se pueden arbitrar y establecer medios para que aflore: técnicas, métodos y trabajo -esfuerzo más dedicación-, pero jamás garantizarán que efectivamente germine.

Un cuadro puede encargarse, una obra maestra no.

Un cuadro se puede proyectar, planear, programar igual que una autopista, un edificio o cualquier producto de ingeniería. Una obra maestra, no.

Una pintura por encargo puede acabar en obra maestra, por supuesto. Pero esto es imprevisible y el resultado incierto merma el precio. Aquí, en cambio, estamos acostumbrados a encargar y pagar por adelantado fallidas obras maestras del séptimo “arte”, por ejemplo. Me objetarán la cantidad de genios que trabajaron por encargo y por encargo hicieron obras maestras. Pero sirvan de réplica dos casos: el primero viene al pelo por la actual exposición del Prado, “Rembrandt pintor de historias”: el holandés hacía retratos por encargo pero al cliente intentaba endosarle otro de escenas dramáticas que eran las que le pedía el cuerpo y las que lo consagraron.. El segundo ejemplo –rotundo- nos lo da Goya, el mayor de nuestros genios, en una carta a Bernardo Iriarte de 4 de enero de 1794: "Para ocupar la imaginación mortificada en la consideración de mis males, y para resarcir en parte los grandes dispendios que me ha ocasionado, me dediqué a pintar un juego de cuadros de gabinete, en que he logrado hacer observaciones a que regularmente no dan lugar las obras encargadas, y en que el capricho y la invención no tienen ensanches.” Se está refiriendo al mágico momento en que el artista deviene genio. Porque es de aquí, de esa libertad reñida con el encargo, de donde salen los Caprichos (1799) y las Pinturas Negras (1820-1822). Donde surge el verdadero maestro. Donde Goya, en palabras de Ortega, “liberta y como despabila su originalidad”.

Moratinos dice que el arte no tiene precio y posiblemente tenga razón. Lo que no sabemos es si se está refiriendo al arte de andar por casa o al único: el de las obras maestras. Estas, desde luego, es verdad que no tienen precio. Al menos no un precio de “mercado” en sentido lato. La obra maestra es única y rara vez se deshace de ella su propietario. Y cuando llega a hacerlo cualquier precio le parecerá nimio. Por eso la venderá en subasta; es decir: al mejor postor.

Con la contratación pública ocurre lo contrario: para establecer y alejar el espectro de la corrupción las leyes regulan un sistema de concurso o subasta pero a la inversa: quien puja no es quien adquiere, es decir, la administración, sino el que lo ofrece. Y además a la baja: yo ofrezco al Estado hacer la mejor autopista al precio más barato. Sólo así conseguiré (o debiera conseguir) el encargo.

Sin embargo, siendo ya un despropósito comprar una obra de arte todavía “por crear”, el Estado encarga una pintura a precio desorbitado sin subasta alguna que lo modere o justifique. Absurdo, salvo espurios y ocultos intereses. Uno puede encargar un cuadro pero nunca una obra maestra. Primero porque, aun concluida, sus coetáneos carecen frecuentemente de perspectiva para reconocerla. Segundo porque la obra maestra es excepcional e imprevisible. Y tercero por lo dicho: el arte no se proyecta, surge. Y surge por y desde los más intrincados, misteriosos y extraños designios y recovecos de la fantasía humana.

Sin embargo, dando ejemplo de la austeridad que exige el momento, hemos pagado una “pintura por crear” a precio de una “obra maestra reconocida”.

Y no me hablen del PP, que no toca. No desvíen el debate. Manda quien gobierna. Y si algún día vuelven los otros, no se preocupen que seguiré aquí. Porque una barricada sólo cobra carta de naturaleza cuando se enfrenta al poder. A cualquier poder. A todo poder.


(El Comarcal del Jiloca
12/12/08)

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