miércoles, 15 de abril de 2009

Buñuel, su Nazarín y el camino a ninguna parte

Al comienzo de la Semana de Pasión y bien entrada la noche, en esos días que la cartelera zaragozana solo ofrece auténticos sucedáneos cinematográficos, me encaminé hacia el Palacio de San Carlos, sede oficial de la Filmoteca para, en su local de exhibición, disfrutar del ciclo por enésima vez de nuestro maestro D. Luis. Esa noche, como digo, proyectaban Nazarin, una de sus obras maestras, premio de la crítica en Cannes año 1959.

La trayectoria de este maestro de la narrativa fílmica es de sobra conocida, su animadversión hacia los tres estamentos de nuestra sociedad, religión,burguesia y estamento militar también lo es, quizá fruto de su educación en los jesuitas y el linaje en cuanto a su descendencia de familia adinerada.

Nazario, sacerdote de una aldea mejicana que recuerda aquel documental filmado en Extremadura “Las Hurdes tierra sin pan”, intenta vivir su religiosidad, enmarcada todavía más por Buñuel cuando su protagonista matiza, “soy católico, apostólico y romano”. En el filme aparecen todos los tipos buñuelanos, pero recobra especial significado que sea su correligionario, otro compañero también sacerdote, quien más trabas ponga a su manera de vivir la religión. El joven sacerdote deambula sin tener lugar fijo, su casa es prácticamente un lugar público, en ocasiones refugio de mujeres de “mala vida” lo que le acarrea continuos problemas con las fuerzas del orden público. Hasta se verá implicado judicialmente en una de las redadas.

El fracaso de la caridad cristiana es una de las constantes, plagado de imágenes surrealistas que distorsionan la continuidad de la narración fílmica, no obstante en cualquier momento puede estallar el factor sorpresa. Lo vemos en ese camino que recorre Nazarín, una vez defenestrado por la Curia. Sin sotana es un obrero más, pero al trabajar sólo por la comida siembra la discordia entre sus compañeros y tiene que huír despavorido. La manera “sui generis” de vivir la religión queda subyugada a la norma imperante y bochornosa del mandato eclesial con sus privilegios para la burguesía, los buenos que con sus propinas creen alcanzar el premio eclesial de la vida eterna, cuando realmente son de la peor calaña. No hay ningún personaje positivo, los seres defectuosos a los que Dios ha dotado con alguna anomalía física, también siembran el mal al querer emular a los perfeccionistas. Cuando cogen la batuta del mando, todavía la maldad se apodera en grado sumo en ellos, resultando seres déspotas por naturaleza.

Finalmente en ese camino que no conduce a ninguna parte, alguien le ofrece una piña para paliar la sed. En ese momento a Nazarin le viene la duda, el aceptarla como hasta ahora o rechazarla. Mira al cielo como pidiendo una contestación, ¿un milagro?, mientras esto ocurre hacia el final del filme, los tambores de Calanda resuenan dando a las imágenes un sabor amargo, sin solución y es que al analizar cualquier filme de Buñuel el final es lo peor, esta lejos de “happy end”, sólo queda la nada y una inquietud intelectual que despierta la mente.
ARCADIO MUÑOZ

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