domingo, 22 de febrero de 2009

EL HUMOR DE JAVI

'Pobre Place' (Narciso)

A veces el río bajaba sucio, veloz y bravo. Madame Telescope miraba entonces el agua turbia, cargada de tierra y raíces, y después seguía andando y buscando a lo largo de la orilla, sin alejarse demasiado del río. Le gustaba subirse a los árboles, sentarse o tumbarse en una rama cómoda y pasar allí la tarde o la noche, como un búho. Estuvo casada, cuando entonces, con Place Miranda; un buen día, su esposo le dijo que quería seguir viviendo, conocer mundo, separarse de ella. Madame Telescope se preguntó cómo y por qué Place, su esposo, había tardado tanto tiempo en darse cuenta de la penosa existencia que llevaba, o tanto tiempo en decidirse a cambiarla de una vez. Tenían dos hijos, Telescope y Miranda, que ya se habían independizado de sus padres cuando Place se relanzó a la aventura de la vida. Tal vez una de las cualidades de Madame Telescope era que no se tomaba nada, casi nada, como un asunto personal; cuando Place le pidió la separación, enseguida entendió que su esposo no quería separarse contra ella, sino más bien a favor de la vida y de la vasta y magnífica realidad. ‘Naturalmente, Place, naturalmente que quiero y deseo que te separes de mí, y que te vaya muy bien con ella’, le dijo. ‘No hay ninguna otra’, se ofendió Place. ‘Perdona, no me refería a otra mujer, sino a la prodigiosa y peligrosa vida, a la espléndida y dura realidad’, le aclaró Madame Telescope. Con el tiempo se enteró de que Place ya no tenía fuerzas ni vitalidad ni marcha para casi nada, de modo que había tenido que buscarse otro nicho biológico para seguir sobreviviendo junto a una mujer que se llamaba Umma. ‘Pobre Place’, se dijo Madame cuando le contaron la triste historia. (de Madame Telescope)

The copycat culture

“Cuando el médico llegó al lado del infeliz Werther, le halló todavía en el suelo (...). Había entrado la bala por encima del ojo derecho, haciendo saltar los sesos. Le sangraron de un brazo, y corrió la sangre; todavía respiraba. Unas manchas de sangre que se veían en el respaldo de su silla indicaban que consumó el suicidio sentado delante de la mesa donde escribía y que en las convulsiones de la agonía había rodado al suelo. Se hallaba tendido boca arriba, cerca de la ventana, vestido y calzado, con frac azul y chaleco amarillo”.

Aquí me tienen, leyendo a Goethe. He zapeado informativos en mi televisión de tubo y, después de tanta violencia, me he dado de nuevo a la poesía. Es lo mejor entre visita y visita de mi Laura, ya saben. Por ella, precisamente, por Laura, por sus cabellos rojos (“Tu cuerpo, ígneo papel de fumar”), he llegado también al Werther.

Y con el Werther (1774), al denominado “efecto copycat”, de imitación o contagio, que propició ya en su época una lamentable escalada de suicidios de jóvenes enamorados, reproducida un siglo después con “Tristán e Isolda” de Wagner. Hasta en la muerte de nuestro Larra hay quien ha visto ecos de ese síndrome, también denominado “efecto Werther”. Pero de esto, de lo de Larra, ya no estoy tan seguro. Primero porque Larra, aun joven (28 años cuando se quitó la vida), no era ya un adolescente y, segundo, porque sus escritos revelan una madurez inusual incompatible con el mimetismo autómata de la incultura, que es lo que subyace tras la estúpida imitación. Cosa distinta es un estado de enajenación.

Lo cierto es que expertos en sociología, psiquiatría y ciencias de la información (L. Coleman A. Schmidtke, H. Häfner...) conocen perfectamente el pernicioso “efecto copycat”. Fernando Sánchez Dragó, en su ya concluso “Diario de la noche”, (telediario “de autor” le llamó, incluso “teledragó”) tenía como norma no informar sobre malos tratos porque -decía- estoy convencido, y me avala un informe de la Junta de Andalucía, que crean un efecto de imitación muy pernicioso.

En definitiva, ese efecto de imitación o contagio fruto de la ignorancia más atroz que nos inunda (“the copycat culture”), no deja de estar en la base de toda manipulación (con mayor motivo, en los cimientos de la publicidad, claro), constituyendo el más preciado arsenal de todo poder que, encima, se las da de “guapo” (y cuando hablo de “poder” no me refiero sólo al político). ¿Qué mejor forma de mandar que evitar órdenes? Pues esto es lo que pasa. Ahora llámenme fascista porque de lo que digo puede inferirse -torticeramente- una oda a la censura. Nunca más lejos de mi intención. Sí a la determinación de cierta ética profesional (deontología) que sólo puede conseguirse por serios ejercicios de introspección (reflexión) y extraversión (cultura), para lograr el máximo acercamiento a la verdad. No a la manipulación; a la atroz hipocresía con que nos machacan, dándonos una información plagada de detalles escabrosos que, sin aportar nada, fomentan la violencia, mientras el “periodista” se lleva las manos a la cabeza por los horrores que nos cuenta cuando él, consciente o inconscientemente, propicia más horrores como los que cuenta al contárnoslos como nos los cuenta. Y que nadie se rasgue las vestiduras, que si el dato es aséptico rara vez lo es su comunicación, inevitablemente impregnada de circunstancias, límites y contextos ajenos a él.

¿Censura?, no. Cultura. Diré con Voltaire aquello de, “miré usted, aunque no estoy de acuerdo con lo que dice, defendería hasta la muerte su derecho a decirlo”. Defendiendo con igual razón mi derecho a discrepar. Y eso es lo que acabo de hacer.

(El Comarcal 04/04/2008)

jueves, 19 de febrero de 2009

CRONICA MORADA (Por Azulenca)

Desde que Obama ha llegado a la Casa Blanca lo ve todo negro: la crisis le quita el sueño y falla más que una escopeta de feria a la hora de nombrar hombres de confianza. Mal empezamos. De todas formas es difícil encontrar aliados en los tramos complicados.
Y en España ¿qué? En España cada uno hace lo que le viene en gana. Eléctricas pasa un recibo con la cuenta la vieja, los jueces dicen que se van a la huelga, la banca hace oídos sordos a las advertencias del gobierno y no pasa nada.
Entre el desconcierto y bajo la nieve, Esperanza en la Puerta del Sol pide una Cuba libre y mientras caen los copos y los fantasmas del espionaje resucitan, el resto de la oposición en su papel de siempre, digna e ingenua pero tocada, asegura que llegará hasta el final y que serán los principales interesados en aclarar este asunto turbio.
Fuera de escena dos sabuesos salen de caza: el ministro de Justicia y el juez Garzón. ¿De qué tendrían que hablar? Terminada la faena cinegética y cazados, un risueño Bermejo ocupó la pantalla dando a entender en un escueto discurso, que donde el pone ojo pone la bala. Pero el de Justicia con ese rostro coloradote de Baco estreñido que se le pone cuando no sabe por dónde salir, no parecía creer mucho en sus propias palabras consciente de que el asunto le iba a traer cola. Y es que a partir del dieciocho de febrero deberá cambiar el rifle por el estoque y la muleta, porque para lidiar con los de las puñetas tendrá que mandar y templar. Veremos si se le da el toreo tan bien como la caza. Y es que en los Tribunales todavía, por suerte, no vale poner la bala en el ojo o el ojo en la bala.
Entre tan vacuo discurso y tanto farol me quedo con el discurso del elfo económico (Cristóbal Montoro), sólo él me aclara la situación económica, porque Solbes en todo este asunto de la crisis ni está ni se le espera.
En medio de la zozobra yo a lo mío, al cine. Un buen remedio para abstraerse cómodamente de la realidad. Elegí Valkiria y ¡madre mía! Nunca un mutilado de guerra resultó tan arrogante y atractivo, lo mismo cuando se quita el ojo o levanta el muñón. Un Tom Cruise con su carita de eterno adolescente en el papel de militar aristócrata antinazi, un papel que cuaja y casi borda. Y digo casi porque toda su estampa yanqui le traiciona y me cuesta verle ese porte severo y distante de oficial germano. Por lo demás una estupenda la película en la que se debe tener en cuenta la banda sonora y las tomas cenitales.

miércoles, 18 de febrero de 2009

HOY, GRAN ÉXITO... (Arcadio Muñoz)


Era finales de Otoño, qué más da el año. Y aquella tarde me apetecía ir al cine. El ambiente por Independencia con sus grandes paneles anunciaba los estrenos de rigor. Creo recordar el cierzo en su punto mas álgido. El neón del cine Avenida se tambaleaba. Algunos viandantes confundían esta sala con el Actualidades (el cine "bache") por sus proximidades, ámbos separados por "Los Espumosos".

Recuerdo que proyectaban en el Cine Dorado "Un dia en las carreras", los Marx en su grado sumo. Conforme me hacia con las entradas tomé la calle trasera y en volandas llegaba al anfiteatro de este museo cinematográfico. Colgado de la fila 1, pasillo central del popular "gallinero", descubría a Chico ofreciéndose a llevar personal de alta alcurnia al Hotel que regentaba la inefable Margaret Dumont, blanco de la locuaz lengua viperina de Groucho (aquella "parte contratante de la primera parte"). Sin saber cómo, de pronto, se me escapó una carcajada de algo para mi inaudito, acostumbrado al cine de niños prodigio (Marisol, Joselito, ya se sabe). En una palabra: había descubierto el género de lo absurdo, una nueva atracción que me hizo ver toda la filmografía de los Marx y, para mas inri en reposiciones, en aquellas salas de cine tristemente desaparecidas con cierto olor a bambalinas, acompañada del ensordecedor ruido de los viejos proyectores.

Lejos quedaba el atormentado futuro de los seriales televisivos, del humor estúpido, los malditos Simpson, urgencias médicas, universitarios ridículos con un vocabulario apócrifo y continuas referencias al sexo sembradas de un gamberrismo insensato.

El humor de los Marx se caracterizaba por su blancura y doble sentido, basado en lo absurdo de la vida; de situaciones inverosímiles, eso sí, aderezadas por las piezas musicales del inefable Alan Jones, vitales respiros para reponernos de la verborrea de Groucho, los acertijos de Chico y el juego de señas de Harpo.

Fue una tarde inolvidable, a la salida de aquella catedral del cine llamado Dorado, el tranvía chirriaba por los railes de Independencia, mientras la luz azul de Almacenes SEPU brillaba ya en la fachada principal de ese centro comercial, justo a la entrada de la noche, mientras a escasos metros en el Gran Teatro Fleta anunciaban a bombo y platillo el próximo estreno de Doctor Zivago, 70mm, aquel cine-teatro sin columnas ideado por Yarza, hoy victima de la desidia de politicastros sin cultura, sin escrúpulos, ocupados únicamente por seguir en la brecha y vivir a costa del pueblo pero sin el pueblo...

Quiero soñar con ese espectáculo de pantalla gigante y olvidarme por un instante de la canallada cometida en este lugar de encuentro de cinéfilos, que a este paso vamos a dejar de serlo para ser "soma" del futuro, "Cuando el destino nos alcance".
(Arcadio Muñoz. El alcalde de Zalamea)

domingo, 15 de febrero de 2009

Javi

Convocatoria (Narciso)

‘Si estás cansado y roto y tu vida es un aguacero y no puedes, no quieres dormir, y los vecinos te odian, y el panadero te odia, y anochece para ti mucho antes que para los demás; si vives en la soledad porque te lo mereces, si caes mal incluso a la gente que no te conoce, si te sientes por dentro como una lata caducada de alcachofas, si cambiarías tus recuerdos por los de tu peor enemigo; si a tu alrededor casi todo es mentira y tu no eres una excepción; si has olvidado hasta el nombre de tu madre, y tu casa está sucia, tu calle está sucia, tu vida entera está sucia; si allí donde vas se acaba la alegría cuando tú llegas, si los paisajes que te gustan están siempre extrañamente nublados, si no reconoces tus manos, si vives siempre en lunes y crees que toda la ciudad está conjurada contra ti; si las flores se esconden a tu paso, si a tu paso se apagan las luces de los escaparates; si ya no recuerdas el tacto enamorado de una piel, si todo lo que comes te sabe a ceniza y tierra, si los días son para ti una extensa herida del tamaño del viento; si ya nadie te conoce, si ya nadie te recuerda, si eres como un náufrago que llega después de muchos años a una tierra extraña, si no reconoces ya el lenguaje de los hombres; si lo mejor que hay en tu vida es meter las manos en los bolsillos vacíos; si no tienes a nadie a quien visitar en el cementerio; si no tienes que ir a recoger a ningún niño a la salida del colegio; si el peluquero te devuelve el pelo que te ha cortado; si a tu alrededor hay siempre, siempre, un aroma de metales fríos; si miedo es la palabra que más usas; si la primera y la última gota de lluvia caen siempre sobre ti; si te llegan telegramas urgentemente azules donde sólo pone stop; si los semáforos están rojos sólo para ti; si todos tus pañuelos son negros, y tus zapatos y tus camisas y tus calcetines y tu abrigo son negros como mortajas; si, cuando vuelves a casa por la noche, los macarrones secos de la comida te apuntan como cañones; si cada día cambian tu dirección, tu teléfono, tu nombre; si, de pronto, te encuentras rodeado de vinagre; si buscas tus motivos, tu razón de ser, la velocidad de tu sangre, y sólo encuentras hogueras sin fuego, caminos que acaban, lugares malditos; si buscas tu querer, tu sitio, tu fuerza, y sólo encuentras animales devorados, cuerdas infinitamente largas, colores de invierno; si buscas tu reposo, tu estatuto, tu poder, y sólo encuentras derribos, habitaciones malignas, metros de oscuridad; si buscas tu armonía, tu hueso central, tu argumento, y sólo encuentras facturas, minutos peligrosamente verdes, rastros de cianuro; si cada día te despiertas cubierto de telarañas; si te ocurre todo esto y de verdad estás solo, solo, solo, acude esta noche al Guacamayo Azul, en la orilla del río, a partir de las dos de la mañana’. (Extraído de El Guacamayo Azul)

viernes, 13 de febrero de 2009

FABIOLA y su "En proceso"


Prólogo.-



No sonrió.

Decidió ir en autobús, aunque salía un poco tarde, apenas había desayunado y se había vestido de camino a la puerta. Aquella mañana sentía que era solo una sombra debajo de un abrigo bermellón cuyas mangas le cubrían las manos y de una bufanda verde que irradiaba una fragancia femenina. No le quedaba nada más.
Subido en el autobús, entre uno y otro brazo de los apretujados pasajeros, se topó desde su ensimismamiento con una cabeza que no levantaba más de un metro del suelo. Una niña rubia que le sonrío con sus profundos ojos azules, ojos que traspasaron su propia mirada y se colaron en su mente, un retrato angelical del quattrocento conquistando un desorden dadaísta, perturbado y oscuro. Y una sonrisa a la que no pudo responder, pues su rostro permaneció estéril.
Los trayectos entre dos puntos son la mejor vía de escape para la indecisión, las cavilaciones, la desgana y la desilusión, características todas que le acompañaban esa mañana y muchas atrás. Mientras estás de camino a algún sitio no hay que hacer nada más, solo eso, estar de camino. No hacen falta excusas. Es el momento del “si estuviera ahí…”, del “si yo fuera tú…” y de todos los deseos que consideramos tales solo porque podemos compadecernos y sentir que hacemos todo lo que está en nuestra mano cuando exhalamos el “pero” final, la adversativa rotunda que nos libra de la responsabilidad de hacer lo que realmente queremos hacer, solo porque nos engañamos creyendo que es imposible. Aunque sabemos que nada es imposible. Sabemos que todo puede ser, que deba ser es otra historia. Y él lo sabía, aunque quería ignorarlo.
Comenzó a pisar fuerte desde que su pie izquierdo bajó del autobús y con él todo su cuerpo quedó en la calle. Dobló la esquina con una fuerza interior nueva. Dejó de oír las voces de las personas que sostenían móviles a su alrededor o llevaban ajetreadas conversaciones entre ellas, y la concurrida avenida se le antojó borrosa, como un universo paralelo en el que las luces de los semáforos se velaban y sus sonoros pasos retumbaban junto con el eco de los latidos de su corazón. Avanzaba firme y seguro, consciente,… y a la vez le temblaban hasta las ganas.
El edificio no quedaba muy lejos, había recorrido la distancia casi tantas veces como había imaginado que lo hacía para planear ese momento, y llegó antes de darse cuenta de que, al fin, esta vez no se iba a echar atrás.
Abrió la puerta del todo antes de entrar. Paró unos instantes, como mostrando sus respetos a aquel nuevo espacio que iba a invadir. Él mismo se dio la bienvenida, reflejado en un espejo que guardó su vacuo rostro mientras se contemplaba. Nunca iba a volver a ser el que era.
Entró al recibidor y cerró la puerta con sigilo, esquivando unas maletas que parecían estar preparadas para zarpar. Avanzó por el salón. Sus sentidos no le hablaron de nada, pero sintió una presencia. ¿Intuición? No. Sabía de sobras que iba a estar allí. Sino no hubiera entrado.
El pasillo quedaba en una sutil penumbra, vagamente iluminado por la luz que se colaba por las rendijas de la persiana del dormitorio. Una silueta sinuosa apareció en el umbral, desperezándose, y entornó los ojos para acostumbrarlos a la luz.
– … has vuelto. – dijo. Una afirmación con aires de pregunta en la que podían adivinarse muchos matices, pero todos imprecisos. Sorpresa, frustración, deseo, cólera… muchos sentimientos expresados en tan solo dos palabras y la pausa que las había precedido, un silencio tan callado como descriptivo.
– Lo siento. – se escuchó decir sin ser consciente de haber pensado en decir nada, como si su voz saliera de un altavoz que casi se descuidó en buscar a sus espaldas… o, peor aún, como si aquella voz hubiera escapado desde un lugar intrínseco y ajeno a la conciencia.
Fue su única respuesta. Lo último que iba a decirle. Lo último que iban a escuchar los oídos de aquella persona que tenía en frente, tan cerca y tan lejana. Y la brevedad del comunicado erradicó la vacilación que por unos instantes le había invadido al volver a estar allí, al fin.
Se aproximó un poco más. “Otra vez ese perfume…”. Cada uno de sus movimientos estaba calculado pero llevarlos a la práctica era harto complicado. Sintió que su cuerpo se desdoblaba y se observaba a sí mismo, un tercero curioso que contemplaba una imagen casi congelada, una sucesión de acontecimientos nimios a tiempo real pero de tal magnitud subjetiva que condensaban toda una vida. Como en una película, su yo externo pudo ver al actor rodear en sus brazos a la persona del umbral, y volvió a estar dentro de sí, sintiendo la calidez de un abrazo que pronto se apagaría.

Tres horas después volvió a pasar por la avenida. Ya había anochecido y destellos azules y rojos alumbraron los pasos que le quedaban hasta alcanzar de nuevo su puerta.
Dos coches patrulla estaban cruzados justo en frente del edificio. Uno de los agentes intentaba disuadir a los mirones que querían un fragmento de la anécdota con el que poder reinventar una película que contarían a sus familias al llegar a sus casas. Él se confundió con uno de ellos.
– Óscar, tienes que ver esto. – dijo una mujer procedente del interior de la casa. Pese a su joven edad y su vestimenta de paisano, su temple y resolución no dejaban duda de que estaba en la investigación y además era muy competente. Cuando el agente se acercó hasta ella, continuó. – No sé qué se me escapa, pero ahí dentro hay algo raro… todo es demasiado “evidente”.
El corrillo se cerró por delante de él y no alcanzó a oír lo que decían aquellos inspectores. Podría haberles leído los labios de no ser por la opacidad de una señora oronda que no cesaba de relatar, una y otra vez, y con un énfasis muy desagradable, todo lo que había deducido a todos los nuevos mirones que se acoplaban al bullicio.
¿Había hecho todo bien? ¿Todos los pasos de la lista? ¿Había cortado el último cabo? ¿Se había acabado todo? No era esa la sensación que había esperado sentir detrás de ese último “si lo hiciera”. Había obviado todos los “peros” y, tras esos instantes de decisión, plenitud, automatismo y celeridad de los acontecimientos, había vuelto a la desazón anterior, más agravada que nunca.
Nuevos “si hubiera…” se abrían paso en su mente que repetía una y otra vez la película que había visto y protagonizado simultáneamente; mientras se alejaba del lugar, aunque solo físicamente. Sobre todo uno, un “si no hubiera…”, gritaba por encima del resto. “Pero lo he hecho”.
Con las manos hundidas en los bolsillos del abrigo regresó a casa, esta vez andando, como si quisiera demostrar a su espíritu que estaba regresando a su nueva vida y, a la vez, a su vida anterior, a la que tenía antes de que empezara todo aquello. Porque así le costaba más llegar, y volvía a ampararse en la vaguedad mental de los trayectos.
Entre la oscuridad de los árboles, sentada en un banco, una niña de profundos ojos azules se levantó para mirarle. Un aura de misticismo seguía envolviendo su infantil cuerpecillo y refulgía en sus cenicientos cabellos. Pero, esta vez, no sonrió.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Soneto



Niñez en tinta perfumada




Fuiste, Zaragoza, turbio vergel
De una niñez en tinta perfumada
Y, a fuerza de golpes, tan abreviada,
Que en el primer andén dejó el riel.

Retrato en sepia de letra cruel,
Raída sotana y bata rallada,
Escuela azul de gramática astada
Vilmente sellada en amarga hiel.

El olor a lápices afilados,
A tiza y barniz, chicle y regaliz,
Me despierta rostros tan asustados

Que aún bajo, Zaragoza, la cerviz
Al encuentro de curas y prelados.
Obvia señal de abierta cicatriz.

MÁS HUMOR DE JAVI

jueves, 5 de febrero de 2009

CUSCÚS (La graine et le mulet) - María Jesús Mayoral


CUSCÚS (La graine et le mulet)
Una película de Abdellatif Keniche


SINOPSIS
El señor Beiji, un hombre de 60 años, tiene problemas con su trabajo en el astillero. Viendo que no tiene futuro y arrastrando un divorcio con cargas familiares, decide emprender un nuevo negocio con la indemnización laboral. En esta iniciativa le ayuda la hija de la mujer con la que está conviviendo. Una mujer más joven e independiente que regenta una pensión con restaurante cerca de un muelle.
Beiji pone en marcha su proyecto: remozar un viejo un viejo barco y convertirlo en restaurante. Después de superar todas las trabas administrativas consigue abrir el restaurante flotante, con una especialidad, CUSCÚS de pescado; pero ahí no terminará la historia…

FICHA TÉCNICA
Dirección: Abdellatif Keniche
Guionistas: Abdelatif Keniche, Ghalya Lacroix
Productor: Claude Berri
Dir. Fotografía: Lubomir bakchev
Una producción de Hirsch/Pathe Renn, coproducida por France 2 Cinema.
Distribuida por Vèrtigo Films
FICHA ARTÍSTICA
Slimane Beiji Habib Foufares
Karima Faridah Benketache
Rym Hafsia Herzi
Hamid Abdelhamid Aktouche
Souad Bouraouïa Marzoud
Julia Alice Houri
OTROS DATOS
Sonido Dolby digital
Año de la producción: 2007
Nacionalidad: Francia
Duración: 2h. 30 min.
Género: Drama
OPINIÓN
La película es una mezcla de cuento francés bien contado con tintes magrebíes. Todo transcurre con calma, paso a paso, con detalle. Los defectos de la familia de Slimane van surgiendo sobre la marcha hasta que finalmente cada uno de sus miembros se retrata así mismo.
Cuscús revela muchas pequeñas cosas, como la diferencia entre los franceses de Francia y los franceses magrebíes, los prejuicios, las infidelidades, las tradiciones… Pero lo verdaderamente magistral es la puesta en escena de la vida cotidiana, puertas adentro, de una familia magrebí que vive en el sur de Francia, sus problemas, sus miserias.
Slimane actúa según sus propias convicciones, que son las de un hombre responsable de sus hijos. En un segundo plano está su compañera y la hija de ésta. Quizá sean las diferencias entre ambas familias la parte más tierna del drama.
La película es muy descriptiva y como tal se alarga, en mi opinión, demasiado; pero merece la pena sufrir la desesperación final esperando el desenlace.

miércoles, 4 de febrero de 2009

¿EXISTE DIOS? (I)

SGS

Menudo título. Como broma, vale. Pero quien espere una respuesta racional al asunto, va dado. Si yo la tuviera, la patentaría y me largaría a las Seychelles. ¡Al cielo! A vivir como Dios... manda. Porque ni los célebres argumentos de Avicena o San Anselmo convencieron a nadie. Pero lean cómo empieza el del segundo, que me encanta: “Dice el necio: no creo en Dios”. Ahí, sí, ahí lleva razón. Y eso es lo que voy a demostrar: que el ateo es un necio, como lo es quien cree posible probar la existencia de Dios. Y, desde luego, ni la Iglesia, a la que culturalmente pertenezco -me guste o no es tan inevitable como mi edad-, ni la Iglesia, digo, da una respuesta racional (científica) a semejante cuestión considerándola materia de fe. Buena salida: “no se molesten, pierden el tiempo”. Razonable, al menos.

Pero héteme aquí que en estos tiempos de “tanta” lectura y reflexión, en que proliferan y predominan mentes vacías como la de algún cantantillo que se calza una kefia (pañuelo palestino) -qué irresponsabilidad, oiga- indicando a miles de jóvenes el lado a situarse en el conflicto de Oriente Próximo, ahora, digo, en estos tiempos, aparecen reclamos para cierta militancia atea. Reivindican hasta un “Día del orgullo ateo” (esto me suena). Lo dicho: afirman taxativamente que Dios no existe. No “dudan” sobre su existencia: la “niegan”. Categóricamente. Y lo curioso es que estos maximalistas son los mismos que tildan de fundamentalistas a los meros “creyentes” católicos. (Ojo, quede claro: estoy hablando de convicciones íntimas, no de posturas interesadas, individuales o colectivas).

Pero vamos al toro: creencia y agnosticismo son dos respuestas ante la imposibilidad humana de conocer “la causa última” del mundo que palpamos. Porque si la existencia del universo y del propio ser humano se nos revela incuestionable ante nuestros sentidos, lo que nos está vedado es conocer la causa, el “por qué” están ahí. Conocemos el efecto, ese “estar ahí”, pero la causa nos resulta impenetrable. (Ni la teoría del Big Bang la explica, pues la propia explosión exige otra causa).

Y ante tamaña incapacidad, dos opciones: la racional, que sólo puede llevar a la duda (agnosticismo) y la sobrenatural: la fe, la “creencia” (religión).

La humilde aceptación de nuestras posibilidades de conocimiento, la “duda”, siempre será una postura honrada e inteligente. Esto es lo que diferencia al agnóstico del ateo.

Por su parte, también es honrado el “creyente” porque, en cuanto tal, no constata ni certifica la existencia de un Dios o un más allá sino que se limita tan sólo a “creer” en ese Dios, relegando al ámbito de la fe lo que sabe nunca alcanzará con el conocimiento (ciencia).

Lo dicho: ante el indicio, duda o fe. Dos opciones humanas, inteligentes y honradas. Pero, además, compatibles y hasta inseparables pues, a veces, la fe se nutre de agnóstica duda.

En cambio el ateo, soberbio y categórico, aun teniendo ante sí el enigma del universo y de su yo interior (otro universo), es decir, el efecto –el indicio-, niega la posibilidad de una causa última. Desconociendo la sustancia de los sueños pontifica sobre el origen del universo. Pura necedad. Como la del religioso que pretende sustentar racionalmente la existencia de Dios. A ambos exijo pruebas. Alguna causa habrá, ¿cual?, se ignora. Mientras, a falta de fe, seguiré humilde con las dudas que forjan mi barricada.

Hay agnósticos que yerran al proclamarse ateos. Así, Luis Buñuel, que no era idiota, afirmó “soy ateo gracias a Dios”. Quería decir “agnóstico”. Porque a renglón seguido mantuvo que “el ateísmo, por lo menos el mío, conduce necesariamente a aceptar lo inexplicable. Todo nuestro universo es misterio” (“Mi último suspiro”, 1982).

Insisto: hablo de convicciones internas. No de posturas externas, individuales o colectivas, mantenidas por notos intereses.


(El Comarcal del Jiloca, 23/01/09)

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