miércoles, 31 de diciembre de 2008

Fabiola: un final sin principios


Estamos creando un mundo de tristes finales. Un mundo avaricioso, triste y ruin. Pero cada uno tenemos un final feliz esperándonos en algún rincón de nuestra vida. Este no es mi final. Yo tendré un final feliz y os estaré esperando para entonces.
(Extraído de Un final sin principios - Fabiola A.M., 2004).

Más Javi para terminar el año

Amor en El Cabezo (desde el cine Latino)


Una tarde, en el mismo cine Latino, contemplaba yo desde mi butaca cercana a una de las salidas laterales el cielo raso a lo Tiépolo aunque con lejanos ecos cubistas: las nueve musas y Apolo con su carro tirado por los caballos de la fantasía. Nunca conseguí identificarlas, sólo a Melpómene por la máscara, a Euterpe por la flauta y a Clío por el pergamino, pero las demás imposible, prácticamente imposible, la de la lira y la diadema, recostada y de perfil, hermosísima y con pechos de playmate, si bien algo separados y distraídos, lo mismo podía ser Erato que Terpsícore; y si la que estaba de espaldas y desnuda de cintura para arriba era Talía aunque también pudiera ser Terpsícore o incluso la propia Erato, entonces ¿quién coño era la morenaza del peplo rojo, lejanos pómulos y mirada oriental que tanto me recordaba a Zenaida? ¿Calíope, Urania o Polimnia? ¿Podría vivir sin resolver el enigma? Lo que hubiera dado yo por estar allí con ella, con Zenaida, pero tenía que conformarme con mirar aquel parnaso, hechizado por la hermosa morena de pórfido atuendo, la espalda desnuda de ¿Talía? y los pechos de ¿Erato? Comenzóse a descubrir la pantalla ganando la penumbra a la luz hasta que aquel edén desapareció completamente de mis ojos. La excitación ya no la podía controlar, ojeé a tientas la fosforescente hora de mi seiko cinco sport de esfera azul, antichoque, sumergible e inoxidable, nueve y veintiocho si me doy prisa llego, y abandono decidido los restos nocturnos de aquel olimpo roto por la penumbra, ante la mirada sorprendente de la acomodadora, traje chaqueta de franela gris con falda plisada y melena cardada voluminosa; bullicio nocturno del tráfico a la izquierda, en San Gil, mostrencos que no me dejan avanzar aquí en Estébanes, donde estoy; los sorteo como puedo a veces incluso a empujón limpio, apartándolos a los lados, separándolos de mí, abriéndome camino a toda marcha hacia la calle Alfonso; en la plaza Sas un ciego me interrumpe, el veintisiete ocho noventa y siete, caballero, ¿qué pretende?, llevo la serie, ¿joderme, eh? ¿eso es lo que pretende?, para ahora, para ahora mismo, oiga; me lo quito de encima violentamente, cruzo Alfonso y, sí, respiro, ahí está, en Fuenclara, 4, por poco no llego, ahí, en la misma puerta de la Kühnel, teneduría de libros, contabilidad, idiomas, mecanografía, Fuenclara, 4; bueno, no es una diosa del Olimpo pero, hola, pasaba por aquí ¿sabes?, ah, sí, claro que de ocho a nueve vienes aquí, claro, francés, sí por supuesto, muy importante para una formación intelectual sólida, mucho, mira qué casualidad, además quería hablar contigo, oye; nada, nada de importancia una cosa que, no sé, quizá podrías ayudarme, sí, claro, ahora, cómo no, que tal si tomamos algo... ¿”Bohemios”? un poco lejos, ¿no?, es que sabes luego a las once me gustaría ver una película aquí en el Latino, Confidencias a medianoche, sí; ah, tú ya la has visto, ya, y qué, qué tal, con el Güili, ah sí, con el Güili; no, que va, no lo sabía, mira aquí hay sitio, yo una caña y tú, otra, sí, muy bien, dos cañas, sí solas, ¡bueno, bueno, bueno... qué casualidad!, ¿eh?; además hace una noche extraordinaria, ¿cómo? ¿que no... que no te importaría verla otra vez?, hombre yo... a mi tampoco me importaría ver otra... sí, claro, tienes razón, tienes toda la razón del mundo, el cine este, el Latino, es muy cómodo, claro, mucho, muy cómodo... Charito Rosales está bien; contemplándola así, a media luz, incluso es guapa, grita mucho eso sí, la acomodadora, al entrar, como un basilisco, nos mata con la mirada iluminada de los gatos de Méndez Núñez 36, yo le devuelvo otra en plan chulo, estaríamos buenos, pero me dejo, nos dejamos llevar hasta la última fila, la Charito Rosales ríe con una rísa nerviosa que te pone frenético y no para de hablar; yo miro de nuevo al cielo raso, ¿Calíope, Urania o Polimnia?, me acuerdo de Zenaida y me echaría a correr, huiría de allí pero las cortinas se abren inexorablemente de nuevo y la luz va menguando, nuestras manos se buscan. La Charito Rosales es buena chica, no se merece que la tratemos mal ni que murmuremos ni la insultemos, a media noche te lleva al parque grande y a la luz de la luna descubre orgullosa su desnudez, sus buenos pechos de chica playboy, sus caderas a juego y, bajo el ombliguito, su conejito peluche; también te hace posturas estirando los brazos hacia el cielo para que las tetas, sin perder su voluminosa redondez, aparezcan más firmes y puntiagudas, ladea la cadera en escorzo hacia ti y luego te empuja al suelo hasta que te caes largo, se te sube encima y cabalga y cabalga, primero al trote, un trote suave, luego una locura y al final un galope ligero como volando dulcemente por el cielo. Si vas con la Charito Rosales al parque, si ella te lleva al anochecer, no hace falta ni que vayas preparado porque tiene condones en el bolso que para eso se los quita a su madre de la mesilla, porque sabe que no lleva la cuenta. La Charito Rosales sueña con ser algún día modelo de calendario, así, ¿eh? ¿te gusta? ¿a que no tengo nada que envidiarlas?, no Charito más quisieran, tú estas mejor, mucho mejor, dónde va a parar pero sigue por favor sigue, no te pares; los camioneros llevan calendarios para masturbarse, claro son muchas horas solos, de viaje, sí Charito, sí, los calendarios llevan camioneros para masturbarse pero no pares, por lo que más quieras. Charito Rosales quiere salir en los masturbos que llevan los calendarios para camionarse para que se miren masturbándole a ella, y no sólo los camioneros, le gustaría que todos los hombres del mundo se calendaran camionándola así con los brazos en alto y la cadera avanzando en escorzo. Charito Rosales va a la Kühnel dos veces por semana para aprender francés pero no le gusta y como a su madre le da lo mismo, que la manda para tenerla ocupada, Charito Rosales pasa del francés, de su madre y de que la suspendan, ella sólo sueña con ser modelo de calendario o, mejor aún, con llegar a ser algún día playmate. A Charito Rosales no le gusta estudiar, ni ser dependienta, ni siquiera de Galerías Preciados ni de una boutique del Coso o de la calle Alfonso.
(extraído de La ciudad sin faro, pág. 222)

Las parejas de Narciso (Susan y Max)

‘Susan, hermosa, buscona mía, lo único que te pido es que me quieras sin pudor, sin convenciones, sin vergüenza, sin formalismos, sin educación, como dios te dé a entender, como amarías a tu hijo recién nacido, como querrías a tu padre si se estuviera muriendo, sin miramientos, sin memoria, inmediatamente, con tierna y obscena pasión, con todo tu cabello, con todos tus dientes, con toda tu piel, sin paciencia, sin demora, con infinita y cruel ternura, salvándome de un naufragio de sangre, de una herida de bala’. ‘Pero, Max, ¿cómo hago yo todo eso? Creo que me pides demasiado, cielo’.

‘Susan, ámame sin pensarlo, sin inteligencia, sin orgullo, como una sacudida fija, asfixiándome en una habitación cerrada, con todos tus trenes, con todos tus corceles, poniendo peldaños, curándome las heridas con leche y miel, tirándome al abismo, sin agua, sin sentimientos, cubriéndome con hojas podridas, pintada para matar, tóxica, dulcemente venenosa, como una extranjera cruel, como una madre dándome de comer, sin culpa, sin alegría, sin sosiego, sin descanso’. ‘Cálmate, Maxwell, cálmate, que no entiendo nada, chato’.

‘Susan, Susan, cuerpo mío, lo único que te pido es que me quieras como si tu hijo se acabara de morir, como si acabaras de matar a tu padre, como si tú y yo estuviéramos muriéndonos y matándonos, sin recuerdos, sin infancia, sin comida, como si quisieras curarme y contagiarme la lepra, parpadeando con suavidad, como si quisieras poner y extirpar un maligno cáncer en mi corazón, besándome despacio, con quemaduras, como si me buscaras en una balsa de estiércol, descalza, desnuda, enferma, horrible’. ‘No sigas, Maxwell, que me estoy mareando’.
(extraído de El Guacamayo azul)

sábado, 27 de diciembre de 2008

Zaragoza: mornas y blues en San Pablo city













Negros.
Negros paseando por Zaragoza.
Por El Gancho.
Buhoneros.

A mi me recuerdan a aquellos otros americanos de los sesenta que pululaban por la ciudad con dólares y chicles. La comparación resulta inevitable ya que por muchas "monis" que estos tuvieran y por mucho que representaran al imperio yanki, unos y otros, víctimas del sistema, se representan a sí mismos, representan el hambre y la pobreza... Por eso tuvieron que dejar a sus casas y a sus gentes. El de la foto, Jorge (entrañable Jorge), murió pocos años después en Vietnan. Muy joven, claro...
Afinidad y contrastes entre unos y otros me sugirieron un relato: "San Pablo fusion, morna-blues". Aquí va un corte en el que recreo la carta de una de aquellas pobres chicas zaragozanas (tan víctimas como ellos) que para huír de la pobreza y de la prostitución se casaban con esos pobres americanos y, como ellos, también tuvieron que abandonar esta su tierra y estas sus gentes.

* * *
Preciosa,
estabas preciosa en el anden
cuando partí.
Preciosa

¿Te acuerdas, nena? ¿Lo recuerdas?
Ibas de domingo y llevabas bolso


Intento recordar una imagen de John, del pobre John, pero sólo me viene la de Dondieu. Llevaban siempre corbata, iban con traje y eran buena gente. John. Nunca los vi de militares. Poor Johnny, se enamoró locamente de Priscila, nombre de guerra de la Menchu, una morenita de Boquiñeni que vivía en las Fuentes, teñida de amarillo manzanilla y que conoció en un bar de ambiente, de mal ambiente... un club de alterne... barra... ¿americana...? Se casó con ella, alquilaron una chalecito en una moderna urbanización en Ohio y tuvieron tres niños: Tomás, negro como la caoba; Menchu, preciosa morena, casi una negrita desteñida y el mayor, Mariano, ojos azules y rizos dorados y sedosos... ¿A quién habrá salido?, preguntaba mosca el buen John. Al abuelo, Johnny, contestaba la Menchu, al abuelo Mariano, no seas malpensado, si lo hubieras conocido en persona lo tendrías claro; sí, ya, pero las fotos... en fin, hay gente que nunca sale como es. Se adoraron fueron felices y comieron perdices en aquella urbanización de clase media americana que para la Menchu era lo mejor que había visto en su vida. Si sus amigas de Boquiñeni la vieran, si vieran el chalecico en que vivían, con un jardín y todo en la parte de atrás... Bueno, pues lo vieron, claro que lo vieron, ya se encargó la Menchu de que media Zaragoza lo viera: hizo fotos instantáneas y en color con una polaroid cuando aquí aún faltaban años para que salieran las kodac instamatic. En los Estados Unidos de América se ve la televisión en color y con mando a distancia, algún día sabréis de lo que os hablo, decía a su madre en una de las cartas. Vivimos en un pueblo todo de chalés nuevos y modernos, la gente vive entrampada para toda su vida y aunque no tenemos iglesia hay en su lugar una tienda enorme que venden de todo; supermarket, la llaman, es como un vegé pero a lo bestia, hay comidas rarísimas, si supierais lo que echo de menos la borraja y los garbanzos, las madejas y las morcillas, el ajo y el aceite... Pero hay también cosas muy buenas, por ejemplo unas rosquillas pequeñicas muy blandicas que les llaman donnuts, riquísimas... Cuando vuelva a España llevaré alguna para que la probéis. También hay tiendecicas en las que todo está a cinco o diez céntimos. Hay tantas cosas... Y eso que esto no es como Chicago. ¿Os dije que estuve en Chicago? Igualito, igualito que en los Intocables. Fuimos a ver a la familia de Johnn. Pero lo mejor cuando vi un teatro que el cartel era como el del cine Coso, y ¿a qué no sabéis cómo se llamaba el teatro ese o lo que fuera? Aragón, ¡sí, se llamaba Aragón! No lo pude evitar, se me puso la carne de gallina y lloré como una tonta. Ah, y no os creáis, que aquí todo el mundo viene como yo, como nosotros, de lugares muy sencillos. Ah, y los maricas no llevan sombrero, ¡habráse visto!. En fin, ya os contaré. Lloro mucho porque echo de menos el barrio y el pueblo, y porque con John fuera me siento más sola que las moscas. Además, aquí es como si no hubiera vecinos: nadie habla con nadie. A John le digo que los americanos tienen la sangre de cocacola y John me ha dado un libro, en español, claro, que habla sobre una familia americana para que me vaya adaptando, unos tal Wapshot... Pero no me puedo quejar, sobre todo cuando me acuerdo de la Puri, la pobre, ella sí qué, allí en Alemania con el Paco, los dos trabajando tanto, qué triste. Nosotros, por lo menos, no somos extranjeros aquí. Fíjate que hasta puedo votar. Sí: yo puedo votar para elegir al Presidente de los Estados Unidos. Ya os contaré, ya os contaré qué es todo eso de la democracia... ¿Y sabéis a quién voy a votar? A Kennedy. ¿Habéis oído hablar de él? Bueno, muchos besos y espero que podáis cambiar por pesetas estos veinte dólares que os mando. Tu hija Menchu que tanto te quiere...



Y entonces grité llorando
Asomado a la ventanilla grité.

Tú me decías adiós, adiós
Me decías adiós

Y el bolso se soltó de tu hombro y por poco lo pierdes
Pero no se cayó, nena

No, no, el bolso no llegó a caerse

jueves, 25 de diciembre de 2008

Pepe Cerdá. Demasiada realidad.



Franqueza a borbotones, con genio y humor en el blog de Pepe Cerdá -el link a la izquierda, no confundir con al fondo a la derecha que siempre suele estar el baño-.

Aquí va, de muestra, un botón:

Discúlpeseme el ser tan sincero, sé que puede molestar pero ya es hora de decir la verdad: del mismo modo que los adultos saben que los reyes magos no existen han de saber que el trabajo artístico consiste fundamentalmente en tejer una buena red de relaciones

Nótese bien el matiz: no se está referiendo al arte sino al "trabajo" artístico.

martes, 23 de diciembre de 2008

El inagotable ingenio de... JAVI

Narciso y servidor

Narciso, siempre Narciso. Lo que aquí puede haber de malo es mío, por supuesto.

Platón Andrade, como todo hombre, se parece a su dolor. Certeza no lo quiere, pero está empeñada en quererlo. ‘Todas las cosas llegan, le hacen a uno daño y se van’, le dice Platón, víctima. ‘Siempre habrá un perro perdido en alguna parte que le impedirá ser feliz’, se dice Certeza al oído, de espaldas a la realidad, ‘hay pasados que nunca terminan de pasar’.

‘Si juzgamos el amor por sus defectos, se parece más al odio que a la amistad’, dice Platón, viendo siempre el lado letal de las cosas. ‘Pues yo nunca odié a un hombre lo suficiente como para devolverle sus diamantes’, piensa Certeza. ‘Platón, cielo, no nos quedan más comienzos’, le dice tal vez queriendo animarle, tal vez comenzando a despedirse de él, ‘la vida es muy corta para aprender alemán’.

Certeza sabe y siente que el fuego realiza. ‘Exagerar, esa es el arma’, se dice al oído. ‘Si parezco libre es porque siempre corro’, le dice a Platón, tal vez queriendo consolarlo, tal vez despidiéndose de él, ‘pon un gramo de audacia en todo lo que hagas, no sé, olvidar lo malo es una espléndida forma de memoria’. Pero Platón no vive nunca, está siempre esperando la vida, ‘me matarán como a un perro. Es una muerte muy bella. Siempre he deseado morir como un perro’, dice. Certeza está cansada de Platón, de pronto se da cuenta de que está harta de Platón, de que no lo soporta, ‘el universo está hecho de historias, no de átomos’, se dice al oído, sintiéndose repentinamente muy agresiva. ‘Pocos comprenden la simple felicidad de patear un gato; puedo ser sucia, pero jamás azucarada. No sé, si por lo menos dejara el trabajucho ese como aprendiz en la droga Alfonso y se pasara a dirigir alguna de las empresas del edificio Adriática... Ay, Platón, Platón’.

‘Hay algo dulce, sosegador y sabio en eso que los hombres del mundo llaman aburrirse’, le dice Platón, insistiendo en su desgraciada actitud. Certeza, súbitamente, siente el impulso de matarlo como a un perro, de matar con él todo lo que representa, todo lo que ella odia: el miedo a la vida, el apocamiento, el pesimismo, la autocompasión, el tedio, la satisfacción en la rutina. Conteniéndose, baja a los sucios subterráneos; necesita sentir su piel herida, el dolor de la roca contra el vientre, la negra dureza del carbón en la boca, la asfixia, el sabor oxidado del aire, desnuda en la oscuridad del túnel, temblando de frío y de miedo y de placer, violentamente muerta.

Platón la abraza, la aprieta contra él queriendo besarla; Certeza, siguiendo su instinto y su justicia, sin apartarse de él, coge una piedra con la mano derecha y, en vez de dejarse besar, golpea con fuerza y rabia a Platón en la boca, rompiéndole los dientes, rasgándole los labios, tirándole del pelo con la mano izquierda para que no esconda la cara, golpeándole una y otra vez, sólo en la boca, machacándole los dientes y los labios, dejándolo caer después sobre la arena de la playa y alejándose satisfecha, crecida, con el vigor y el orgullo de haber vencido al enemigo, lamiendo con fruición la sangre que mancha su mano y sus dedos. ‘Quien esté libre de piedra que lance la primera culpa’, se dijo.
- Lo siento Platón, pero era necesario. Ahora hablarás menos, te quejarás menos y pensarás más.
- Bracias Herdeza, ho sahes hómo de lo abradehco.

(de "El Guacamayo Azul", of course)

Narciso (que sigue oculto en su silencio)

Narciso, siempre Narciso. Lo que aquí puede haber de malo es mío, por supuesto.



Platón Andrade, como todo hombre, se parece a su dolor. Certeza no lo quiere, pero está empeñada en quererlo. ‘Todas las cosas llegan, le hacen a uno daño y se van’, le dice Platón, víctima. ‘Siempre habrá un perro perdido en alguna parte que le impedirá ser feliz’, se dice Certeza al oído, de espaldas a la realidad, ‘hay pasados que nunca terminan de pasar’.

‘Si juzgamos el amor por sus defectos, se parece más al odio que a la amistad’, dice Platón, viendo siempre el lado letal de las cosas. ‘Pues yo nunca odié a un hombre lo suficiente como para devolverle sus diamantes’, piensa Certeza. ‘Platón, cielo, no nos quedan más comienzos’, le dice tal vez queriendo animarle, tal vez comenzando a despedirse de él, ‘la vida es muy corta para aprender alemán’.

Certeza sabe y siente que el fuego realiza. ‘Exagerar, esa es el arma’, se dice al oído. ‘Si parezco libre es porque siempre corro’, le dice a Platón, tal vez queriendo consolarlo, tal vez despidiéndose de él, ‘pon un gramo de audacia en todo lo que hagas, no sé, olvidar lo malo es una espléndida forma de memoria’. Pero Platón no vive nunca, está siempre esperando la vida, ‘me matarán como a un perro. Es una muerte muy bella. Siempre he deseado morir como un perro’, dice. Certeza está cansada de Platón, de pronto se da cuenta de que está harta de Platón, de que no lo soporta, ‘el universo está hecho de historias, no de átomos’, se dice al oído, sintiéndose repentinamente muy agresiva. ‘Pocos comprenden la simple felicidad de patear un gato; puedo ser sucia, pero jamás azucarada. No sé, si por lo menos dejara el trabajucho ese como aprendiz en la droga Alfonso y se pasara a dirigir alguna de las empresas del edificio Adriática... Ay, Platón, Platón’.

‘Hay algo dulce, sosegador y sabio en eso que los hombres del mundo llaman aburrirse’, le dice Platón, insistiendo en su desgraciada actitud. Certeza, súbitamente, siente el impulso de matarlo como a un perro, de matar con él todo lo que representa, todo lo que ella odia: el miedo a la vida, el apocamiento, el pesimismo, la autocompasión, el tedio, la satisfacción en la rutina. Conteniéndose, baja a los sucios subterráneos; necesita sentir su piel herida, el dolor de la roca contra el vientre, la negra dureza del carbón en la boca, la asfixia, el sabor oxidado del aire, desnuda en la oscuridad del túnel, temblando de frío y de miedo y de placer, violentamente muerta.

Platón la abraza, la aprieta contra él queriendo besarla; Certeza, siguiendo su instinto y su justicia, sin apartarse de él, coge una piedra con la mano derecha y, en vez de dejarse besar, golpea con fuerza y rabia a Platón en la boca, rompiéndole los dientes, rasgándole los labios, tirándole del pelo con la mano izquierda para que no esconda la cara, golpeándole una y otra vez, sólo en la boca, machacándole los dientes y los labios, dejándolo caer después sobre la arena de la playa y alejándose satisfecha, crecida, con el vigor y el orgullo de haber vencido al enemigo, lamiendo con fruición la sangre que mancha su mano y sus dedos. ‘Quien esté libre de piedra que lance la primera culpa’, se dijo.

- Lo siento Platón, pero era necesario. Ahora hablarás menos, te quejarás menos y pensarás más.
- Bracias Herdeza, ho sahes hómo de lo abradehco.

domingo, 21 de diciembre de 2008

MAO MAO

(Aunque como todo artículo periodístico envejeció inmediatamente, la información sobre China, extraída de un libro que se menta expresamente, resulta verdaderamente espectacular).

MAO MAO
Pasaron las Navidades. Y si hemos hecho caso al gobierno de España, “obrero” y “socialista”, habremos comido conejo en nuestra casa de treinta metros, embutiditos en nuestro jersey de mezcla para ahorrar energía.

Hogar, dulce hogar. Algo así como mi barricada: unos treinta metros y en lugar de calefacción, bufanda. Y ahora, en el 2008, las subidas: luz, gas, teléfono... Fruslerías. De hecho, cuando dan estas noticias en televisión siempre lo hacen sonriendo, ¿lo han notado? Qué graciosa la inflación, qué cosas tiene.

Bagatelas. Lo principal, que ha llegado el 2008 y las miradas del universo estarán pendientes de... -Chachán, redoble de tambores-. Pendientes de... ¡China!

Sí, de Pekín. Que de nuestra Expo mejor ni hablar: la noche de fin de año me deprimió la patética imagen que ofrecimos en Telecinco. Pero me consuela saber que, gracias a los Juegos Olímpicos de Pekín, poco se hablará de nuestra Expo (“summa intelligentia”). Sí, porque este año va a ser el de la presentación y puesta de largo del próximo imperio. Ya Napoleón -cuentan- predijo hace doscientos años que el XXI sería el siglo de China. Atrás queda Roma, la Monarquía Hispánica, la Commonwealth británica y el Imperio colonial francés. Y en cuanto a USA, 2008 anuncia el principio del fin.

Lo importante es que no va a ser sólo un cambio de imperio, no. Lo que se nos avecina es, nada menos que un relevo de civilizaciones (sí, “relevo”, no “alianza”). Inaudito: Confucio y taoísmo en vez de Aristóteles, ahí es nada. Y no sólo eso: por vez primera un estado rico y poderoso regirá los destinos del mundo sin ningún antecedente cristiano. Así, que se acabó. Ya vale. Que Occidente llevaba muchos siglos como ombligo del mundo (ónfalo cósmico). Ahora, China: un “estado socialista de derecho”, una “economía socialista de mercado”.

Ya lo dijo Deng Chiao Ping en 1980, pasando página a la Revolución cultural: “Es glorioso hacerse rico”. La sentencia -dicen- es de Confucio, dos mil quinientos años atrás. ¡Dos mil quinientos!

Y es que hablar de China es hablar de números brutales. Vean estos (la fuente: “El Enigma Chino”, de Marcelo Muñoz): oficialmente se reconocen 1.300.000.000 de habitantes aunque, de hecho, andan por los 1.600.000.000, cifra similar a la población de toda América (la del Norte, Centro y Sur) más la de Europa, incluida Rusia. Buena parte de esa población vive ya en grandes ciudades: siete de ellas superan los 10.000.000 de habitantes (más que Alemania); dieciocho, entre 4.000.000 y 9.000.000; veinticinco entre 2.000.000 y 4.000.000; ciento veinticinco -¡ciudades!- entre 1.000.000 y 2.000.000. Y 108 -nótese bien: 108 ciudades- superan los 500.000 habitantes. Sólo en Pekín, Shanghai y Cantón se están construyendo más de cuarenta ciudades satélite para absorber a la inmigración campesina.

Más: se calcula que 2007 habrá terminado con cerca de un millón de personas con un patrimonio superior al millón de euros, de las que más de quinientas se acercan a los cien millones (hablamos de China, claro). Y unos ciento treinta millones tienen un poder adquisitivo superior a la media española.

Más: el chino es el idioma más hablado en el mundo. China, el mayor país de habla inglesa: 250 millones de escolares estudian inglés, más que en USA. El salto al ordenador ha sido vertiginoso: de los 4.000.000 de internautas que había en 1999 se ha llegado a más de 200.000.000 en el 2007 y se calcula que cada día -¡cada día!- se estrenan 100.000 internautas.

Más... ¿Más? Hay mucho más. Pero como muestra, vale.

En fin, no desfallecer (“siempre nos quedará París”): nuestro estado se fortalece día a día... pero frente a nosotros, los ciudadanos. Nos tiene más controlados. Las libertades más recortadas. Y los pisos de treinta metros, creciendo como setas. Vamos, algo parecido a la China... de Mao.

(El Comarcal del Jiloca, 11/1/2007)

Montalbano sono (María Jesús Mayoral)

Montalbano sono (Montalbano soy).

Así responde al teléfono el comisario más famoso en Italia. Porque no es lo mismo decir Montalbano sono, que decir Sono Montalbano. Cuando un italiano antepone el apellido se delata: es siciliano

Salvo Montalbano es un personaje creado por Andrea Camilleri tomando como patrón a Pepe Carvhalo, el detective que salió de la mano de Manuel Vázquez Montalbán. En honor a su amigo y aprovechando que Montalbano es un apellido muy español y muy común en Sicilia, Camilleri da vida a un comisario que mantiene en vilo a toda Italia. Y decide reconvertirlo en comisario de policía porque el escritor, como buen siciliano, sabe que un detective en Sicilia no tiene futuro y probablemente ni presente. La Isla es la Isla y tanto las formas como las acciones son para entenderlas: los prejuicios, la superstición y la costumbre son viejas raíces atávicas que caracterizan los sicilianos. Otra novedad en la obra de Camilleri es la elección de un lugar imaginario donde desarrollar la acción: Vigata. Quizá lo hizo con el fin de evitar las típicas suspicacias isleñas, aun así retrata magistralmente la Sicilia que tan bien conoce este agrigentino nacido en Puerto Empedocle.
Salvo Montalbano es un comisario de policía casi cincuentón, con una eterna novia -que vive en el norte de Italia- a la que deja plantada en más de una ocasión por un buen plato de pasta a la Norma. Camilleri carga con sutil ironía las historias y hazañas en las que se enreda un héroe limitado por la edad, es decir, la acción para él no entraña un riesgo sino un serio peligro. Puede tirarse de un coche en marcha, derribar una puerta con el hombro, saltar un tapia; pero sale magullado y renqueando durante algún tiempo. Pero el mayor atractivo de Salvo reside en los clásicos prejuicios meridionales con los que sabe adornarse y ampararse. Astuto y tierno el comisario consigue mantener la atención de una lectura rápida y entretenida.
Añadir también que el ambiente en la comisaría de Vigata resulta encantador: un tonto en la centralita, un joven responsable y teórico, un solterón que se mete en líos de faldas, un fitipaldi como conductor… En fin todo un despropósito.
Lo cierto es que Italia la gente siente fervor por Salvo Montalbano. Colabora a ello la magnífica serie de televisión que ha hecho RAI: quince capítulos, a los que hay que añadir los cuatro que emitieron el pasado mes de noviembre. Hasta tal punto es famoso este comisario, que en una entrevista le preguntaron a Camilleri, si las mujeres deberían llevar luto por la muerte de su personaje, ya que en una de sus últimas novelas hacía presagiar un trágico final. El escritor le contestó con su característica ironía: “El final de Montalbano sólo lo sabe mi mujer, mi editora y yo”.
Aunque la traducción española es buena, no transmite el sarcasmo de Camilleri, mejor dicho, resulta imposible transmitirlo. Y es que Camilleri utiliza y maneja el dialectal con una soltura que hasta los mismos italianos se pierden leyendo las aventuras de Montalbano. Y es en el dominio del lenguaje donde Camilleri descarga su sarcasmo, llegando a emplear registros magistrales. Algunos fundamentalistas del italiano no consideran muy académica esta forma de escribir, pero lo cierto es que sabe desatar la carcajada de manera natural, yo me atrevería a calificarla de bárbara.
En estas fiestas que se avecinan y en las que tan necesarias se hacen las compras como el recibir regalos, os recomendaría algunos títulos de Montalbano que ha editado Salamandra: El perro de terracota, La forma del agua, El olor de la noche, El ladrón de meriendas, La voz del violín. También podéis escoger la económica versión de bolsillo.
Espero que os enganche mi comisario favorito.

María Jesús Mayoral Roche

sábado, 13 de diciembre de 2008

Más humor de Javi

TÚ MUEVES (Fabiola A.M.)


Estoy en medio de una partida de ajedrez. Con mis pies temerosos apoyados en una casilla negra. No sé si podrán considerarse pies, una base de un centímetro de diámetro me presenta como un peón. Tengo confianza en mí misma y algún día llegaré a ser la reina blanca. Pero el camino no es fácil. Múltiples casillas infectadas de enemigos están preparadas para darme jaque en cada una de sus jugadas. Hay muchos como yo, pero la mayoría son más poderosos de momento.
Cada movimiento que hago es observado por muchas otras piezas. Un paso en falso podría costarme la vida. Soy un vulgar peón, y no puedo mover hacia atrás, aunque a veces daría mi tronco por poder recuperar mi situación anterior.

El bobo de los bolones (María Jesús Mayoral)


"El Gomoso" y Tomasa Salido terminaron viviendo juntos, la gente murmuraba y en el bar donde, de tarde en tarde, se dejaba caer "El Gomoso" y durante el transcurso de una partida de cartas, se atrevieron a insinuarle la evidencia. El sacó una navaja trapera y la mostró a todos, diciendo.
- Achantar la mui que os convé. Sonsí.
Nadie comprendió sus palabras, pero si el mensaje del empalme de casi medio metro.
La Tomasa se quedó preñada al poco tiempo, él no quería saber nada de críos, así que la mandó a una bruja. Ella estaba muerta de miedo, era de noche y en el rostro arrugado de la vieja se reflejaban las llamas de la hoguera, sobre la que había clavado unas trébedes que servían de soporte a una marmita que humeaba y echaba un pestazo de mil demonios. La vieja comenzó a musitar ensalmos.
- Lucifer, por caridad, que este engendro deseo de tu mal llegué a ver la luz de la noche.
Tomasa, no entendía nada: pedir al diablo por caridad. No pudo callar.
- He venido aquí a malparir y le pide al diablo por caridad que lo que quema mis entrañas llegue a gallinero.
La vieja se echó a reir, mostrando sus encías encallecidas.
- No seas tonta, el diablo por caridad no da nada. Esta noche cuando te acuestes estarás limpia.
Así fue, antes de las doce notó como el vientre se le retorcía, se sentó como pudo en el mugroso retrete, echó un cuajo de sangre y tiró de la cadena.
Una mañana, cuando Tomasa se levantó, se encontró sin hombre, sin dinero y con la tripa llena. "El gomoso" cureló la gran timba que Felicísimo tenía guardada debajo de una baldosa y se dio el piro con una jovencita del barrio. Tomasa llena de desesperación salió al rellano y se tiró por las escaleras, con tan buena suerte que no se hizo nada, la ingresaron y dado su estado, estuvo internada hasta que se le presentó el parto. Mariano, se llamó la criaturita nacida de la desdichada Tomasa.
Mariano pertenece a la generación de los Planes de Desarrollo. Creció entre el Franquismo y la Democracia, aunque a él nada de esto le afectó; ni para bien ni para mal. Nunca reparó en las fotografías del dictador y más tarde del monarca que presidían el aula, ni echó en falta el crucifijo cuando lo quitaron. Acudía a clase cuando llovía o hacía frío, en cuanto llegaba el buen tiempo se perdía por la ciudad o por alguna escombrera cercana a su barrio. Su maestro tenía como lema: "La letra con sangre entra". A Mariano la letra no le entró, pero la sangre le salió a borbotones. Este pobre tonto fue siempre la risa de todos, los niños le decían que había nacido en un campanal y que una cigüeña le pisó la cara y que por eso era tan feo. A él, estos comentarios le hacían gracia, parece ser, porque cuando los oía ponía una mueca que denotaba agradecimiento.
El maestro cogía la regla y le señalaba diciendo:
- Nene, nene ven aquí.
Mariano se acercaba a la tarima con la cara encogida y el cuerpo encorvado abanicando los brazos al andar, como un simio después de la comida. El maestro le preguntaba.
- Dime los continentes.
Mariano ponía cara de duda y esforzaba su retorcida mueca para pensar, pasaban eternos los minutos y él permanecía callado. La inspiración se le presentaba de pronto y contestaba con la misma pregunta que le había formulado el maestro. Don Florián, le decía.
- Extiende la mano.
Mariano con expresión inocente, como si esperase recibir un caramelo, ponía la sucia y ajada mano. El maestro descargaba con fuerza la regla sobre las yemas de los dedos del pobre idiota y éste soltaba un grito similar al aullido de un animal. Don Florián con aire resignado, le decía.
- Siéntate y escucha.
- Sí, do-don Orián.

Llámame Sloan (Narciso)


Llámame Sloan, mi cuerpo se llama Sloan. Me gustan las ventanas abiertas, la piel desnuda, el tabaco mentolado. Mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y puerto, en este orden. Mi actividad es casi siempre crepuscular y nocturna, odio la luz del sol. Odio el vino blanco, la indecisión y los lugares cerrados o mal cerrados.

Perdóname, Alejandra, pero dime cómo, o por lo menos cuándo. No recuerdo haberte ofendido, pero son muchas, ya demasiadas, las cosas que no recuerdo. El color del mar, por ejemplo, o qué carajo es una golondrina. Me suena a gasolina y a golosina, pero no caigo. Tampoco acabo de recordar en qué se diferencian un hombre y una mujer. ¿Y un peine, para qué sirve un peine? Con esas púas parece un arma, no sé. Dicen que los caballeros nunca se quejan, nunca miran los escaparates y nunca hablan de sus amores, de eso sí que me acuerdo, aunque no sepa bien lo que es un caballero. Arquero zapatero. Qué balumba de palabras, hay demasiadas, yo creo que con menos de la mitad nos arreglaríamos. ¿Y una hija? Se me acercó una persona, creo que era una mujer, y me dijo: soy tu hija. Y luego se quedó mirándome como si yo tuviera que decir o hacer algo especial. Pero qué. ¿Era amiga o enemiga? ¿Me pedía dinero, acaso? ¿Venía a detenerme, a traer una receta de cocina, a mirar escaparates, a quejarse? ¿Qué es, qué hace una hija? De todos modos, no me cayó simpática, se comportaba como si le debiera algo. Quizá tenía que darle la camisa, o los zapatos, o el televisor, pero nadie me dijo nada. Y creo que me porté como un arquero.

Llámame Sloan y deja que me tatúe en el bajo vientre la rosa de los vientos. Yo era maquinista, como Desdémona. Como Otelo. Capitán de barco, yo tenía un bajel, una vida azul, un prestigio. Encárgueselo a Sloan, es el mejor, vi cómo ganaba a los bolos a un escocés. Si Shakespeare hubiera escrito sobre mí sería inmortal, hay que joderse. Me representarían en todos los teatros, harían tesis sobre el interesante personaje de Sloan, uno de los mejores de Shakespeare. A lo mejor esa que me ha dicho: Soy tu hija, era en realidad Shakespeare. Y yo receloso, desconfiando. Pero nadie me ha explicado nada. Mi cuerpo se llama Sloan. Mis palabras preferidas son vulnerable, azafrán y puerto, en este orden.

- No, Sloan, un padre nunca ofende a su hija. Sólo te rogaría que dejaras de una vez por todas la bebida.

Sloan bajó la mirada sin contestar. ¿La bebida? ¿Dejar, Alejandra, la...? ¿Qué bebida? Ay, pobre Sloan. Pobre Alejandra. Y Paxton se pregunta por el lado frágil. Ni siquierá sé qué es el lado frágil, se dice. Alejandra, por ejemplo, ¿está en el lado frágil? Es demasiado hermosa. Una mujer hermosa decide mejor y más deprisa que un avezado corredor de bolsa. Quizá a Alejandra le gustó demasiado su adolescencia. O tal vez comprendió que, a partir de cierta edad, sería una más, otra, cualquiera. Alejandra, tan hermosa que parece irreal. ¿No quiso, no supo aprovechar su belleza? Vamos, vamos, cuando algo es tan prodigioso nadie sabe utilizarlo bien. A los dieciséis, a los dieciocho, a los veinte años, Alejandra habría tenido que desaparecer, disolverse en el aire de pronto, cualquier otro destino era para ella un destierro, una condena, una humillación. Con mil cañones por banda.

(De El Guacamayo Azul)

domingo, 7 de diciembre de 2008

María Jesús Mayoral y su "Azulenca"

Por fin he podido contactar con María Jesús y aquí va un corte de su Azulenca:

LA ENCANTADORA CELESTE

(...)
La profesora Celeste, viendo que Amarillenco volvía a despistarse, le daba un toque de atención dando tres golpecitos con su puntero sobre el pupitre.

- ¡Atención, atención! –decía delicadamente-. ¡Oh! ¿Qué te pasa, Amarillenco?
- Nada, bueno, no sé –dijo el duende balbuceando.
- Esta clase es fundamental para la vida de un duende. ¡Atención, atención! ¿Qué harías si fueras víctima de un hechizo? –le peguntó Celeste.
- No sé –dijo Amarillenco, encogiéndose de hombros.
Celeste frunció el ceño y Amarillenco se puso nervioso; sus alas comenzaron a emitir un ligero zumbido. La “profe” chasqueó los dedos diciendo:
- Hechizado estoy, devuélvase el hechizo a su hacedor. De esta forma se deshace el hechizo y el mago que lo hizo cae en su propia trampa.

Celeste compuso su tocado de petunia blanca, hizo círculos en el aire con su puntero y mirándolo muy seriamente le dijo:

- ¡Atención, atención! Amarillenco, debes aprender todo esto de memoria, todo el mundo lo sabe, es esencial. A ver, Azulenca, qué decimos cuando tenemos miedo.

Azulenca respondió a modo de cantinela:

- Quien canta espanta y volando sale de lo que le espanta.
- Muy bien –dijo la profesora Celeste asintiendo con la cabeza-. ¡Atención, atención! Violeta, qué decimos cuando el cansancio quiere vencernos.
- No ceso de volar, canto al andar y nada me ha de cansar.
- Muy bien. ¡Atención, atención! Cardenillo, qué decimos ante una bruja –dijo Celeste, apuntando con el puntero al duende.
- Bruja, brujita detente o te envuelvo en una burbujita.
- Muy bien. ¿Hay otra fórmula? –preguntó de nuevo la “profe”.
Azulenca levantó la mano para responder.
- Canastilla, canastilla conviértete en una ardilla.

Celeste agitó con delicadeza su varita de fresno y se dirigió a Amarillenco:

- ¡Atención, atención! Mañana me recitarás todo de memoria.
Amarillenco se quejaba a la salida de la academia:
- ¿Qué voy a hacer? ¿Qué voy a hacer? No me lo sé. La señorita Celeste se enfadará conmigo.

Todas estas fórmulas no podían escribirse, eran secretas y sólo los duendes y las hadas eran conocedoras de su poder: debían aprenderlas de memoria y no olvidarlas jamás.

Azulenca, viendo el apuro de su amigo, lo consoló.

- No te preocupes –le dijo-. Ven a mi casa y las repetiremos hasta que las aprendas de memoria.
- Mis alas son del tamaño de un mosquito y mi memoria también–se quejó de nuevo Amarillenco.
Celeste, que les sorprendió en plena conversación, le contestó:
- ¡Deja ya de quejarte! Tu memoria no es de mosquito sino tu voluntad. ¡Alerta, alerta, despierta!

Y dicho esto, Celeste desapareció volando.
(...)
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